El Retorno de la Sombra
Jessed
La noche estaba más oscura que nunca, como si el cielo mismo presagiara lo que estaba por llegar. El viento dejó de soplar y hasta el canto lejano de la manada se había silenciado, como si contuvieran la respiración.
Cuando la primera figura apareció en la frontera, un frío mortal recorrió mi espalda.
Lucan.
No era el hombre que habíamos derrotado y encadenado. Su porte se había transformado: su cuerpo irradiaba un aura negra, una fuerza oscura que parecía emanar desde lo más profundo de su ser, alimentada por un año entero de venganza y odio.
No venía solo.
Detrás de él, como una sombra que avanzaba lentamente pero con una certeza aterradora, emergía un ejército oculto en la maleza. Guerreros marcados con símbolos antiguos y máscaras que reflejaban la luz de la luna en formas inquietantes. El poder oscuro que Lucan había acumulado durante su exilio les había dado fuerza, y ahora se preparaban para reclamar lo que él afirmaba era suyo por derecho.
Alaric apareció a mi lado, la expresión rígida, sus músculos tensos listos para la batalla.
—Pensó que podía volver en silencio —susurró—. Pero la manada está despierta.
A lo lejos, los guardianes encendieron señales de fuego, alertando a toda la fortaleza.
Lucan alzó las manos, y la magia negra surgió de sus dedos como veneno líquido, extendiéndose hacia nosotros.
—¡Primos! —gritó con voz cargada de odio—. He esperado este momento. El momento en que pueda mostraros que el verdadero poder nunca estuvo en las palabras, sino en la sangre derramada, en el dolor que negasteis.
Su mirada atravesó la distancia y se posó en mí.
—Jessed, tu arrogancia te cegó. Creíste que el linaje te favorecía, pero olvidaste quién es el verdadero heredero.
—¿Primo? —dije con la voz firme—. Eso explica tu odio. Pero no te hará más fuerte.
Lucan sonrió, un gesto cruel y desquiciado.
—Este año no he estado dormido. He acumulado poder, he hecho pactos con fuerzas que ni tú ni Alaric podríais imaginar. Y ahora, con mi ejército, tomaré lo que me pertenece.
El suelo tembló bajo sus pies cuando levantó su báculo, y una ola de energía oscura barrió el terreno.
Alaric dio un paso adelante, la espada en mano, y gritó:
—¡Por la manada! ¡Por la luz!
Los guerreros de la manada emergieron de las sombras, sus armaduras brillando bajo la luna, sus armas listas para la lucha.
El choque era inevitable.
Pero en ese instante, sentí la energía de mis hijos, su poder unido a la luz lunar, irradiando desde la distancia, una fuerza que nos daría esperanza.
La guerra había comenzado. El destino de nuestra sangre, de nuestra manada, pendía de un hilo.
Y no permitiríamos que la sombra de Lucan apagara nuestra luz.