Renacer entre Ruinas
Alaric
El sol se levantaba tímidamente sobre las tierras que una vez habían sido el campo de batalla más feroz que habíamos enfrentado. El aire aún llevaba el aroma a cenizas y hierba recién quemada, pero también un tinte de esperanza, como si la naturaleza misma nos susurrara que la vida sigue, pese a todo.
Me paré en el balcón del gran salón, observando cómo los miembros de la manada trabajaban con un ímpetu renovado. Las manos que antes empuñaban armas ahora levantaban piedras, reparaban paredes y plantaban nuevas semillas. Cada gesto era una afirmación: estamos vivos. Estamos aquí. Y esta manada seguirá creciendo.
Jessed apareció a mi lado, su rostro aún mostrando la fatiga de la batalla, pero también una fuerza indómita que me hacía sentir que nada ni nadie podría doblegarnos.
—¿Sabes? —me dijo con una sonrisa leve—, nunca creí que la reconstrucción pudiera ser tan... liberadora.
Asentí, tomando su mano con suavidad.
—Cada piedra que ponemos en su lugar es una promesa —contesté—. Una promesa de que no permitiremos que las sombras vuelvan a gobernar nuestras vidas.
Nos acercamos al círculo central, donde nuestros cachorros correteaban, ajenos al pasado reciente, pero ya marcados por la historia que sus padres habían escrito con sangre y magia.
Lyra enseñaba a los pequeños cómo reconocer las hierbas medicinales, mientras Darian intentaba seguir el ritmo de los mayores en el entrenamiento con armas, tropezando pero con una determinación que nos hacía sonreír.
Eryon y Seren compartían risas, su inocencia un bálsamo para nuestras heridas.
Jessed susurró al viento una plegaria silenciosa, pidiendo por la protección y el crecimiento de esa nueva generación. Vi en sus ojos la mezcla perfecta de amor y responsabilidad, la certeza de que el futuro dependía de lo que sembráramos hoy.
De repente, un grito cortó el aire, rompiendo la armonía momentánea.
Nos giramos al instante, alerta.
Uno de los centinelas corría hacia nosotros, su rostro pálido y sus ojos llenos de miedo.
—¡Alaric! ¡Jessed! —jadeó—. Hay señales… una sombra en el bosque, algo que no hemos visto desde hace mucho tiempo.
El corazón me dio un vuelco, y al instante supe que la calma era solo un breve respiro. Que la guerra no había terminado, solo había cambiado de forma.
Tomé la mano de Jessed con fuerza, nuestros ojos se encontraron y en ese instante supe que juntos, como siempre, enfrentaríamos lo que viniera.
—Manada —dije con voz firme—, prepárense.
La reconstrucción no era solo de muros y tierras, sino del espíritu. Y mientras el sol se alzaba, también lo hacía nuestra determinación.
Porque en este hogar, en esta familia, la verdadera fuerza estaba en nunca rendirse.
Y aunque las sombras se acercaran, la luz de nuestra manada jamás se apagaría.