El Consejo de Lunas y Truenos
Jessed
Los días previos a la llegada de los emisarios estuvieron llenos de actividad frenética. Nuestra manada se preparaba para recibir no solo invitados, sino también posibles aliados, con la esperanza de sembrar una paz duradera.
Los campamentos se extendían más allá de las murallas habituales, con espacios habilitados para los delegados y sus guardias. Se levantaron tiendas adornadas con los símbolos de cada reino, y la gran sala de consejo fue transformada en un salón digno de la historia que estábamos a punto de escribir.
El primer grupo en llegar fue el clan de las montañas, conocidos por su resistencia y sabiduría en la herrería. Sus guerreros, robustos y con piel curtida, trajeron regalos de metales finos y armas forjadas en el corazón de las minas. Nos saludaron con respeto y una calma que reflejaba años de coexistencia con la naturaleza indómita.
Luego, los emisarios del Reino del Sur llegaron, portadores de telas exóticas y especias aromáticas. Su diplomacia y cultura sofisticada trajeron un aire de refinamiento que contrastaba con la rusticidad de nuestra manada, pero que también nos fascinaba.
Finalmente, llegaron los centauros del bosque cercano, guardianes de antiguas tradiciones y poseedores de habilidades arcanas vinculadas a la naturaleza. Su líder, una centaura llamada Elyra, era una mujer imponente, con ojos que parecían reflejar el mismo pulso del bosque.
La gran sala se llenó de murmullos y miradas curiosas cuando todos tomaron asiento alrededor del gran círculo.
Alaric fue el primero en hablar, su voz firme y serena:
—Bienvenidos a nuestra tierra, amigos y futuros aliados. Hoy no solo abrimos nuestras puertas, sino también nuestros corazones. En un mundo donde las sombras quieren dividirnos, nosotros elegimos la unión.
Los representantes respondieron con asentimientos, algunos intercambiaron palabras corteses entre sí.
Elyra fue la siguiente en tomar la palabra:
—El equilibrio del bosque se ha visto amenazado por fuerzas que desean quebrar la armonía de todos los reinos. Nuestra alianza es necesaria para preservar la vida y la libertad.
Kael, nuestro mentor y consejero, presentó un antiguo relicario, símbolo del pacto que se forjaría:
—Este relicario representa el compromiso que hoy tomamos todos. Un pacto de protección mutua, intercambio de saberes y respeto por las diferencias.
Se propuso un sistema de comunicación rápida entre los reinos, utilizando señales de luz, magia y mensajeros entrenados, para reaccionar ante cualquier amenaza.
En los días siguientes, compartimos banquetes, historias y rituales. Nuestros cachorros aprendieron juegos y canciones de otros territorios, mientras que los guerreros practicaban técnicas de combate combinadas.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí una esperanza verdadera. No solo éramos una manada fuerte, sino parte de una red viva, pulsante y protectora.
Una noche, mientras la luna llena iluminaba el campamento, Alaric me tomó de la mano y susurró:
—Este es solo el comienzo, Jessed. Juntos, haremos que nuestras historias se entrelacen para siempre.
Y así, bajo la misma luna que nos había visto luchar y renacer, comenzamos a tejer una alianza que prometía ser tan fuerte como la sangre que corre por nuestras venas.