Capítulo 81

Lazos Frágiles y Nuevas Raíces

Alaric

La alianza con los reinos vecinos había sido un paso necesario, pero también una prueba dura para la manada. Después de años de batallas, traiciones y pérdidas, abrir nuestras puertas a fuerzas externas generaba una mezcla de esperanza y temor. La manada estaba creciendo, sí, pero con ese crecimiento venían también dudas y conflictos.

Los primeros días después de la llegada de los emisarios fueron tensos. Las diferencias culturales y los distintos códigos de honor salían a la superficie, creando roces inesperados. Nuestros guerreros, endurecidos por la guerra y la tradición, miraban con desconfianza a aquellos que no compartían nuestras costumbres o que parecían cuestionar la forma en que siempre habíamos hecho las cosas.

“¿Qué saben ellos del verdadero sacrificio?” murmuraban algunos, recordando las cicatrices profundas que aún llevaban por las traiciones pasadas.

Por otro lado, los aliados no ocultaban sus propias inseguridades. Provenían de reinos donde la diplomacia y la negociación eran las herramientas principales, y encontrarse con una manada regida por el vínculo de sangre y juramentos ancestrales les resultaba, a veces, difícil de comprender.

Ante estas diferencias, Alaric y yo nos convertimos en mediadores. Organizamos reuniones donde los miembros de la manada y los emisarios compartían sus historias y sus sueños, pero también sus miedos y prejuicios. Era un proceso lento, lleno de palabras difíciles y silencios incómodos, pero necesario.

Poco a poco, aprendimos a ver más allá de las diferencias. Descubrimos que la fortaleza de nuestra manada no estaba solo en la sangre o en el poder, sino en la voluntad de escuchar y adaptarnos. Algunos guerreros, que inicialmente mostraban resistencia, comenzaron a abrirse cuando vieron que los aliados aportaban conocimientos valiosos: técnicas de curación que aceleraban la recuperación, hechizos para proteger nuestros territorios y estrategias para anticipar amenazas.

Pero los desafíos internos no eran solo culturales. La sombra de Lucan seguía al acecho en los corazones de muchos. Su traición había dejado heridas abiertas, y la presencia de fuerzas externas despertaba viejos temores de manipulación y deslealtad.

En las noches más silenciosas, escuchábamos susurros de dudas, cuestionamientos sobre la verdadera lealtad de los nuevos aliados. Algunos proponían medidas estrictas para proteger la manada de posibles traiciones, mientras que otros abogaban por la confianza y la apertura.

Fue entonces cuando Jessed emergió como la voz de la calma y la fuerza. Con su mirada profunda y su espíritu indomable, recordó a todos que estábamos construyendo algo más grande que nosotros mismos: un futuro para nuestros hijos y para la manada.

Los pequeños cachorros, que cumplían su primer año, se convirtieron en el símbolo de esa esperanza. En sus juegos, veíamos la fusión de tradiciones, la mezcla de sangre y magia que anunciaba un nuevo amanecer. Sus risas y carreras eran el mejor remedio contra la desconfianza.

Jessed, siempre atenta a sus hijos, utilizaba cada momento para enseñarles no solo a pelear, sino a entender, a respetar las diferencias y a encontrar fuerza en la unión.

Una noche, bajo la luz plateada de la luna llena, mientras la manada aullaba en celebración, sentí que el aire estaba cargado de un nuevo compromiso. No éramos una manada perfecta ni unida por la ausencia de conflictos, sino por la voluntad inquebrantable de enfrentarlos juntos.

Porque la verdadera fuerza, comprendí entonces, no reside en la sangre ni en el poder, sino en el amor que tejemos día a día, en la aceptación y en la construcción constante de la confianza.

Y así, mientras la luna iluminaba nuestras sombras, supe que, aunque el camino sería difícil, estábamos sembrando raíces profundas que resistirían cualquier tormenta futura.