Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 84

Celebración del Alba

Jessed

Era el tercer amanecer desde la llegada de los embajadores. La aldea había cobrado vida como un nido de colores, aromas y risas compartidas. Las casitas de piedra y madera, antes simples y funcionales, ahora lucían guirnaldas de flores silvestres y pequeños estandartes bordados con símbolos lunares y truenos gemelos, pintados por manos de niños emocionados.

El aire fresco de la mañana traía consigo el murmullo de una nueva armonía: el canto dulce de las alondras al amanecer, los primeros pasos de los cachorros en entrenamiento, y el linaje orgulloso de lobos que corrían en libertad, sin la sombra de jaurías hostiles ni el peso de antiguas amenazas.

Hoy era un día sagrado.
No porque se honrará una victoria… sino porque celebrábamos algo aún más raro y valiente: la paz.
La verdadera, no la que se pacta con espadas envainadas, sino la que se construye con las manos desnudas y la voluntad intacta.

La tierra compartida

Los emisarios del Este, del Sur y de los antiguos reinos del Mar Plateado habían llegado con caravanas adornadas, llenas de ofrendas: semillas raras, objetos de artesanía y cánticos que hablaban de reconciliación.
Kael, ya más viejo pero igual de imponente, organizaba los preparativos con la serenidad de quien sabe que sembró algo que valía la pena.

Los aldeanos, junto con nuestra manada, tejían alfombras vivas de musgo y pétalos en el suelo del claro central.
Las sacerdotisas de Elyra entonaban bendiciones mientras las mujeres de Galden pintaban sobre el suelo símbolos de renacimiento: la luna creciente, el brote de un árbol, un lobo con crías en su vientre.

Mis ojos encontraron a Alaric entre la multitud.
Aún lo miraba como la primera vez que le vi cambiar forma bajo la luna sangrante.
Hoy, sin embargo, su rostro estaba sereno. Tenía en brazos a Maelis, la más inquieta de nuestras tres cachorras, que aullaba de alegría cuando los niños la perseguían en círculos.

Nuestros hijos, puentes vivos

Kaelen y Eryon guiaban a los jóvenes cachorros en juegos de estrategia.
Lyra enseñaba a niñas del Sur a montar lobos, Seren recitaba a un grupo de ancianos de Galden las leyendas que escribía, y Darian… Darian simplemente observaba, capturando todo en su cuaderno, con ojos de artista y alma de profeta.

Cada uno de ellos era distinto.
Pero todos llevaban en su sangre la mezcla poderosa del Norte y la Luna.
Los cinco se habían convertido en guías naturales de una nueva generación que no temía mezclarse ni confiar.
Y ahora, con las tres nuevas cachorras —Naela, Maelis e Isryn—, nuestra casa estaba de nuevo llena de llantos, carreras, travesuras y sueños en voz alta.

El ritual de las raíces

Antes del mediodía, Alaric me tomó de la mano y caminamos hacia el gran círculo de tierra.
Allí, sacerdotes y embajadores esperaban para el Ritual de las Raíces, una ceremonia que habíamos creado como símbolo de alianza duradera.

Cada líder, cada niño, cada habitante plantó una semilla distinta.
Uno trajo una flor lunar. Otro, un retoño de roble.
Yo deposité una rama de un árbol que había brotado en el campo de batalla donde vencimos a Lucan.
Alaric colocó una piedra bañada en plata que los herreros habían sacado del río de nuestros ancestros.

Y cuando todos terminaron, los círculos formaron un dibujo que sólo podía verse desde lo alto: un lobo dormido bajo la luna, con crías a su alrededor, y un sol naciendo en el horizonte.

Fuego, música y futuro

La noche cayó con una suavidad casi mágica.
Encendimos hogueras con maderas aromáticas.
Los músicos del Sur trajeron tambores de piel de agua y flautas de hueso, y los centauros ejecutaron danzas circulares que representaban los ciclos del mundo.
La luna creciente ascendió despacio, pálida pero poderosa, y su reflejo danzaba en los ojos de todos los presentes.

Me detuve un momento, abrazando a Naela contra mi pecho, y sentí el latido tranquilo de su corazón.
En mi vientre, un nuevo pulso vibraba con fuerza.
Una nueva vida.
Una nueva promesa.

Recordé una vieja profecía que Elyra susurró tiempo atrás:

“Cuando la luna y el trueno caminen sin miedo,
y la sangre renacida no busque venganza sino hogar,
de las entrañas nacerá una voz clara.

No para gobernar.
Sino para guiar los sueños de todos.”

Cerré los ojos.
Y por primera vez en años, creí —de verdad— que esa voz ya estaba entre nosotros.




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