El Ojo del Joven Lobo
Punto de vista Kaelen – Hijo de Alaric y Jessed
El sol apenas se asomaba sobre las colinas cuando ya estaba despierto, caminando entre las casas de la aldea. La bruma matutina cubría las calles empedradas, y el aroma a tierra mojada se mezclaba con el canto lejano de las aves.
Para mí, no era solo otro día. Era un tiempo donde el pasado y el futuro se entrelazaban con cada paso que daba. No soy solo hijo de Alaric y Jessed. Soy también un puente entre mundos, entre la manada y los reinos que ahora comparten esta tierra con nosotros.
Entrenamiento y responsabilidades
Mi primera tarea fue en el claro de entrenamiento. Los cachorros, todavía torpes en sus movimientos, intentaban imitar el salto ágil de los lobos adultos. Guiarlos no es solo enseñarles a cazar o luchar. Es también mostrarles que la fuerza no es la única vía para proteger lo que amamos.
Me detuve a observar a un grupo de niños humanos que reían mientras aprendían a rastrear junto a los jóvenes lobos. A veces, los lazos más profundos nacen de la confianza que sembramos día a día.
Después, me reuní con el consejo de jóvenes, formado por los hijos de los diferentes reinos. Acordamos actividades para fortalecer nuestras alianzas: competencias, talleres, y sobre todo, espacios para compartir historias y sueños.
La noche y la luna
Cuando cae la noche, suelo escaparme a la colina donde la luna llena domina el cielo. Allí, el mundo parece más simple, más puro.
Mis pensamientos se vuelven hacia mis padres. A veces los veo como figuras casi míticas, sus batallas y sacrificios, sus victorias y pérdidas.
Pero también son humanos, con miedos y dudas.
Me pregunto qué esperan de mí. Si mi destino está atado a ellos o si debo forjar mi propio camino.
Un encuentro inesperado
Esta mañana, mientras caminaba por el bosque que rodea la aldea, me encontré con Maelis y sus dos hermanas, Naela e Isryn, jugando entre los árboles. Sus risas me llenaron de una calidez indescriptible.
Me senté a su lado y les conté una vieja leyenda que Alaric me contó cuando era niño, sobre un lobo que encontró su camino gracias a las estrellas.
—¿Tú crees que algún día seremos tan fuertes como papá y mamá? —preguntó Naela con sus ojos brillantes.
—No solo fuertes —respondí—. También sabios y valientes para proteger esta paz que hemos creado juntos.
Un futuro compartido
De regreso en la aldea, la vida seguía su curso. Los artesanos trabajaban en sus talleres, los músicos afinaban sus instrumentos, y los aldeanos preparaban la gran fiesta de la luna creciente.
Aquí, en esta mezcla de tradiciones, culturas y sueños, sé que nuestra historia apenas comienza.
Y aunque el peso del linaje es grande, sé que no estoy solo. Somos muchos. Somos manada.
Y juntos, bajo la misma luna, construiremos un futuro donde la palabra “paz” sea más que un susurro.