Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 1.

Cuatro meses después.

Emily.

El sol de la mañana se filtra a través de las hojas de una monstera gigante, pintando motas de luz sobre el suelo de madera. Para mí, "El Rincón de Anna" es el único lugar de la ciudad donde puedo respirar. El aire huele a tierra húmeda, a pétalos de rosa y a la infusión de lavanda que Anna, la dueña, prepara cada día.

—Con más delicadeza, querida —murmura Anna, una mujer mayor de ojos amables y manos arrugadas por la tierra—. Esas peonías son temperamentales. Siente tu prisa.

Sonrío, aflojando la presión de mis dedos sobre el tallo. —Lo siento, Anna. Creo que estoy un poco distraída hoy.

—Los sueños otra vez, ¿verdad? —pregunta, sin levantar la vista de un helecho.

Anna es la única persona que sabe de mis "distracciones". No las llama visiones ni poderes; las llamas "tú don".

—Anoche soñé con tanta paz, tanto amor —susurro, atando una cinta de seda alrededor del ramo—. Una sensación de... plenitud. No tiene sentido.

—Siempre tiene sentido, niña. Solo que no te gusta lo que te dicen —me guiña un ojo—. Ahora, lleva eso al mostrador. Tenemos un cliente.

Un hombre con aspecto de oficinista espera, inquieto. —Quiero algo... no sé. Para mi esposa. Está enfadada.

Lo miro, y la habitual punzada detrás de mis ojos se intensifica. No veo el futuro, pero siento una oleada de arrepentimiento y percibo el olor a un perfume barato que no es el de su esposa.

—Creo que las rosas rojas no son lo adecuado hoy —digo suavemente—. Quizás... gardenias. Significa "confianza" y "esperanza". Y pide perdón de verdad.

El hombre me mira, sorprendido por mi acierto, y asiente lentamente.

Odio este don. Mi poderosa familia de apellido Bellini, la mano derecha del Rey Carlos, rey de las Hadas, me repudió por no tener poderes elementales —fuego, agua, poder para la guerra—. Yo solo les di susurros, sueños y la capacidad de saber cuándo un hombre miente sobre una aventura, nótese la ironía. Una vergüenza. Una chica "defectuosa".

Desde que mi familia se dio cuenta de que no tenía ningún poder especial, decidió exiliarme. Mi hermana Rosa tiene el poder de la tierra y las plantas, haciendo honor a su nombre. Como solo nos llevamos dos años de diferencia, aprendimos juntas sobre todo; cuando ella empezó a desarrollar sus poderes, me pusieron a mí a aprender sobre plantas, ya que esperaban que recibiera el mismo don que ella. Cuando cumplí los 16 años, todos esperábamos ver qué poder me había tocado. Me hicieron pruebas de todo, hasta hicieron que mi hermana me atacara para ver si, por el miedo, mi don podía salir, pero nada pasó. Ni ese día, ni al siguiente, ni nunca. Mis padres, decepcionados de mí, empezaron a ocultarme: ya no me llevaban a ninguna fiesta, ya no veía a mis amigas, ya no salía de casa. Perdieron la esperanza en mí.

Cuando cumplí los 18 años, el único "regalo" que tuve fue la noticia de que mis padres habían tomado la decisión de echarme de la casa. Ya no podía volver porque era una vergüenza para la familia, que era mano derecha del rey. Así que, con mucho dolor y dos valijas, me fui de esa casa. No tenía a dónde ir, porque a las que eran mis amigas ya hacía años que no las veía, y mi única familia cercana era mi abuela que vivía en las fronteras del pueblo. Con el pasar de las horas, me di cuenta de que era mi única opción. Mi nonna siempre había odiado que me dejaran de lado; cuando iba a visitarnos, era lo mejor que me podía pasar y eran los mejores días de mi vida. Con mis ahorros pagué un taxi que me llevó a la casa de mi abuela, y allí fue donde comencé a ser otra persona.

Mi abuela, una hada de tierra, me recibió con los brazos abiertos, diciéndome que no veía la hora de que cumpliera los 18 para rescatarme de ese lugar. Ella siempre pedía y luchaba por mí, pero mis padres no dejaban que se metiera en los asuntos de la familia, era mal visto que los hombres de la casa no puedan poner orden en su familia. Así pasamos tres años juntas, plantando muchas flores y siendo felices. Ella me enseñó todo lo que sabe, no solo de plantas, sino también de cocina, libros e historia. Era una mujer increíblemente culta y yo absorbía todo lo que me enseñaba.

Pero esa paz duró lo que tenía que durar. El reino entró en guerra. El Rey Carlos buscaba apoderarse de un territorio que le pertenecía a los lobos, así que todo el dinero del pueblo fue directo a las armas, las armaduras y al entrenamiento. Los recursos empezaron a escasear y los precios de todo se dispararon por la necesidad de la gente de alimentar a sus familias. Mi familia, por supuesto, no nos ayudaba económicamente; para ellos, seguíamos sin existir.

Pronto, con lo que ganaba mi nonna vendiendo panes y galletas por la mañana no era suficiente. Tuvimos que tomar una decisión. Para poder pagar el lugar donde vivíamos y tener comida en la mesa, tuve que buscar un segundo trabajo. Así fue como terminé en "El Rincón de Anna" por las mañanas y en "El Bar de Jade" por las noches. Apenas nos veíamos; solo teníamos tiempo de almorzar juntas antes de que yo saliera para mi turno de tarde y noche. Todo para sobrevivir.

Cuando el reloj de la pared marca las cinco mi turno llegó a su fin.—Ya me voy, Anna. Muchas gracias por todo.

—Ten cuidado esta noche, Emily —dice, su tono volviéndose serio—. El "Bar de Jade" no es lugar para un hada.

—Lo sé. Pero las flores no pagan la renta completa —fuerzo una sonrisa, ocultando el temblor de mis manos.

Seis horas después, el olor a tierra húmeda ha sido reemplazado por el hedor a cerveza rancia y humo. El neón rosa del "Bar de Jade" parpadea, arrojando un resplandor enfermizo sobre el aserrín del suelo.

Este es mi segundo trabajo. Y este lo odio.

Apilé el último vaso sucio en mi bandeja.

—Mesa cuatro quiere otra ronda, cielo —dijo Barton, mi jefe, mientras pasaba. Su mano se posó en la parte baja de mi espalda, un toque demasiado familiar, demasiado largo.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 29.10.2025

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