Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 2.

Thomas.

Mi palacio no es de mármol y piedra. Es una aguja de cristal y acero negro que perfora el cielo contaminado de la ciudad. Mi oficina, en el último piso, es mi fortaleza. Es silencioso, minimalista y frío. Odio el desorden. El desorden es caos, y el caos es debilidad.

Miro por la ventana panorámica. Abajo, la ciudad bulle, un océano de luces sin sentido.

El clic de mi bolígrafo de platino es el único sonido mientras reviso los informes de logística de guerra. Fracaso, fracaso e incompetencia.

—Alteza, le juro que el cargamento de plata se retrasó por la guerra...

Levanto la vista del contrato. Frente a mí, un noble menor del clan de los lobos, un tal Varrus, suda profusamente. Su miedo es tan palpable que podría embotellarlo. Es patético.

—No —digo. Mi voz suena plana en la acústica perfecta de la oficina.

—Pero... pero si me quita la licencia de transporte, mi familia... mi manada... morirá de hambre. ¡Tenga piedad!

—Piedad —repito la palabra, probándola. Sabe a ceniza—. La piedad es para los que pueden permitírsela, Lord Varrus. Usted firmó un contrato para abastecer a mi ejército con tres toneladas de plata para el armamento del frente norte. Falló.

—¡La ruta fue emboscada! ¡Perdí hombres!

—La guerra consiste en emboscadas. Usted debía preverlo. Su incompetencia le costó a mi ejército una posición estratégica y la vida de doscientos soldados que no tenían cómo defenderse de la magia elemental de las hadas. —Dejo el bolígrafo. Me inclino hacia adelante—. La guerra no espera a los incompetentes, Varrus. Sus activos serán confiscados para compensar el déficit. Considere esto un acto de piedad. Podría ejecutarlo por traición.

—¡Es un tirano! —grita, sus ojos de lobo brillando con desesperación.

—Sí —convengo—. Y usted es un incompetente. Prefiero mi defecto al suyo.

Aprieto el intercomunicador. —Seguridad.

Mientras dos guardias, vampiros de mi guardia personal, lo sacan de la oficina, él sigue gritando maldiciones. Ni siquiera parpadeo. Me vuelvo hacia los informes. Ineficiencia. Caos. Debilidad. Todo lo que he jurado erradicar.

La puerta de mi oficina se abre sin hacer ruido. Livia entra, sosteniendo una tableta de datos.

Hace seis meses, Livia era la asistente temblorosa que no se atrevía a mirarme a los ojos. Ruth la odiaba. Decía que su presencia era "gris". Livia es un hada, sí, pero una sin magia. Nacida "defectuosa", como la llaman los suyos. La encontré trabajando en un puesto de contabilidad en la frontera, a punto de ser deportada o algo peor. Vi su trabajo: sus libros estaban impecables, cada número balanceado, cada proyección precisa.

No me importaba su falta de magia. Me importaba su competencia.

La traje al palacio. Ahora, es la persona más eficiente de mi círculo íntimo. No me teme; me está agradecida. Y la gratitud es una forma de lealtad mucho más confiable que el amor.

—Alteza —dice, su voz clara y tranquila—. El Rey Teo solicita su presencia en el Consejo de Guerra. Inmediatamente.

— ¿Algún informe preliminar?

—Interceptamos comunicaciones del frente norte. El Rey Carlos ha movilizado a los elementales de tierra. Están diezmando nuestros convoyes de suministros. Lord Varrus no fue el único que falló hoy. Perdimos toda la línea.

Suelto un suspiro áspero. Esto es mucho peor que un solo noble incompetente. —Entendido. Prepare un resumen de nuestros activos de reserva. Quiero saber qué podemos mover en las próximas seis horas.

—Ya está en su tableta, señor.

Asiento. Me levanto y me ajusto el traje. Odio el Consejo de Guerra. Es un desfile de malas noticias y, peor aún, es el escenario favorito de mi hermano.

La sala del consejo es un anfiteatro oscuro, dos pisos bajo tierra, donde ni siquiera la luz del sol puede entrar. En el centro, un mapa holográfico gigante de los territorios, proyecta un brillo enfermizo sobre los rostros de mis generales.

Las manchas verdes —el poder del Rey Carlos— se extienden como un cáncer sobre nuestro territorio rojo.

Mi padre, el Rey Teo, golpea la mesa con el puño. Es un lobo de pura cepa, gobernado por la pasión y la furia. —¡Están masacrando nuestra línea de suministro en el norte! —ruge, su voz haciendo vibrar los vasos de agua—. ¡Nos están desangrando! ¡Carlos se burla de nosotros!

Miro a mi hermano. Thiron está sentado frente a mí, impecable en su traje, con una expresión de aburrimiento calculada. Él es más vampiro que lobo: frío, paciente, una víbora esperando en la hierba.

—Padre —la voz de Thiron es suave, sedosa, diseñada para cortar la furia de Teo—. La fuerza bruta no está funcionando. La magia elemental de las hadas supera a nuestra artillería.

Un general vampiro interviene. —Thiron tiene razón, mi Rey. La guerra va mal. Nuestros aliados están dudando. Necesitan ver fuerza. Estabilidad.

La palabra "estabilidad" queda flotando en el aire, dirigida directamente a mí. Todos en esta sala saben que fui humillado. Que la hija de una cocinera me dejó plantado. Que mi estabilidad emocional es un chiste en todas las cortes.

Mi padre me mira, su decepción es tan palpable como siempre. — ¿Y qué sugieres, Thiron?

—Alianzas. Matrimonios. Pactos de sangre —dice Thiron, mirándome directamente—. Necesitamos asegurar el flanco sur. Los clanes de la Sombra no confiarán en nosotros si nuestro propio heredero...

No tiene que terminar la frase. ...es un hazmerreír.

—La última vez que intentamos una alianza matrimonial... —Thiron hace una pausa dramática, finciendo pesar—. Bueno. Digamos que el historial reciente de mi hermano no inspira confianza en nuestros aliados. Para forjar una alianza, el novio debe, al menos, llegar al "sí, acepta".

El golpe aterriza.

El recuerdo me golpea: el silencio de la catedral, los tacones de Ruth huyendo, los susurros. El frío de la humillación. Aprieto la mandíbula hasta que me duelen los dientes. Mi lobo interior araña mi pecho, exigiendo violencia.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 29.10.2025

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