Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 3.

Thomas.

Slí de casa, pero no me fui solo. Sería estúpido, incluso para mí en mi estado actual. Conduje yo mismo, pero en el asiento del copiloto, silencioso como una sombra, iba Lucien.

Oficialmente, es mi jefe de escolta. Extraoficialmente, es mi mano derecha y el único hombre en este maldito mundo en el que confió mi vida. Es un híbrido como yo, pero más viejo, más tranquilo y mil veces más letal.

No hablamos durante el trayecto. Él no necesita hacerme preguntas estúpidas, y yo no necesito darle respuestas falsas.

Mi Bentley se deslizaba por el asfalto mojado, un fantasma de acero negro y silencio. La ciudad, fuera de los distritos de poder, era un caos de neón y decadencia. La guerra lo había envenenado todo.

Mañana. La palabra era una sentencia de muerte.

"Una Bellini".

Qué idiota. Qué arrogante y monumental idiota. Había dejado que Thiron me provocara, que la presión de mi padre me acorralara, y había soltado la mentira más grande y estúpida de mi vida inmortal. Ahora estaba atado a ella.

Había pasado la última hora en mi oficina, después de que Thiron se fuera, con Livia y Lucien reuniendo toda la información que teníamos sobre la familia Bellini. Los resultados eran desoladores. Anthony y Lauren Bellini eran la sombra del Rey Carlos. Y solo tenían una hija registrada: Rosa Bellini. Una hada de tierra poderosa, el orgullo de su reino, hermosa, intocable y, sin duda, fanáticamente leal a su padre.

No había otra hija. Ni una prima lejana. Ni una oveja negra.

Mi mentira ni siquiera era plausible. Estaba muerto.

Mañana por la noche, mi padre me pediría que presentara a Rosa Bellini como mi prometida. Y cuando yo no pudiera, Thiron daría el golpe de gracia. Mi padre me desheredaría por traición y humillación pública, y mi hermano ascendería al trono. Todo habría terminado.

Apreté el volante, mi lado lobo arañando mi pecho, exigiendo violencia. Exigiendo que diera la vuelta y le arrancara la sonrisa satisfecha del rostro a Thiron. Pero mi lado vampiro, frío y calculador, sabía que la violencia no resolvería esto.

Conduje sin rumbo durante otra hora, solo para que el tiempo pasara, dejando que las luces borrosas de la ciudad se deslizaran por mi ventana.

Finalmente, aparqué el auto en un callejón oscuro a dos manzanas del "Bar de Jade". No quería que el Bentley atrajera la atención.

— ¿Estás seguro de esto, Thomas? —preguntó Lucien, su voz un gruñido bajo.

—No. Pero necesito un trago.

Salimos del auto. La lluvia era una cortina fría que me tocó en cuanto salí, empapando mi traje al instante. Lucien ni siquiera parpadeó. Caminamos por el callejón lateral, el olor a basura mojada y magia rancia llenando mis sentidos. El letrero de neón rosa del bar parpadeaba al final, un faro de mala muerte en la oscuridad.

Nos detuvimos en la entrada. —Este lugar apesta a desesperación y cerveza barata —murmuró Lucien.

—Perfecto —respondí—. Es exactamente como me siento. Tú vigila la puerta. Yo necesito la barra.

Lucien asintió.

Abrí la puerta. La campana sonó, pero nadie levantó la vista. El lugar apestaba a cerveza rancia, humo y sudor. La música era un ruido sordo y desagradable. Justo lo que necesitaba.

Lucien se deslizó hacia un rincón oscuro junto a la entrada, un ángel guardián letal en la puerta del infierno. Se mezcló con las sombras, observando. Yo me dirigí a la esquina más oscura de la barra, manteniendo la cabeza gacha, pero mi presencia... la gente siente el poder. El fauno que estaba en mi camino me miró, sus ojos de cabra se abrieron de par en par, y prácticamente saltó para apartarse. Los murmullos se apagaron.

Genial. Tanta discreción.

Ignoré las miradas y me senté en el taburete. El hombre corpulento que limpiaba la barra, un humano con cara rojiza que apestaba a codicia, se acercó corriendo.

—¡Alteza! —dijo en voz baja, con los ojos brillantes—. ¡Qué honor! ¿En qué podemos...?

—Whisky —le corté—. Solo. Y déjame en paz.

El hombre, Barton, según la placa de su camisa, asintió vigorosamente. —¡Enseguida!

Mientras él buscaba la botella más cara que probablemente tenía, mi mirada recorrió el local. Y entonces, la vi.

No, primero la oí. O, más bien, oí al bastardo de Barton.

—¡Muévete, inútil!

Vi cómo el hombre corpulento empujaba bruscamente a una de sus camareras para acercarse a mí. La chica tropezó, sus zapatos gastados resbalando en el aserrín.

Y algo dentro de mí se rompió.

El lobo, el vampiro, o quizás el último fragmento del hombre que Ruth había dejado, se hizo cargo. Odiaba a los matones. Odiaba a los hombres que usaban su fuerza contra los débiles. Me recordaba a Thiron, me recordaba a la injusticia que me había hecho frío.

No pensé. Simplemente me moví.

En un parpadeo, estaba fuera de mi asiento y frente a Barton. Mi mano se cerró alrededor de su muñeca antes de que él pudiera siquiera registrar mi movimiento. Sentí el hueso crujir bajo mi agarre.

El hombre soltó un grito ahogado de dolor.

—No la toques —mi voz salió como un gruñido bajo, una vibración que sentí en mi pecho. Vi el terror puro en sus ojos cuando se encontraron con los míos. Sabía que brillaban en rojo.

Solté su muñeca como si estuviera sucia. Retrocedió tropezando, sosteniendo su mano contra su pecho.

Y entonces, me giré hacia ella.

Era un desastre. Su cabello, de un ridículo color rosa pálido, estaba pegado a su nuca con sudor. Su uniforme estaba manchado. Tenía ojeras oscuras bajo los ojos. Y era, sin la menor duda, la criatura más hermosa que había visto en mi vida inmortal.

Era un hada. Lo sentí de inmediato, una vibración pura y elemental bajo la suciedad y el agotamiento.

Parecía un ángel al que le hubieran arrancado las alas y arrojado al barro.

Estaba aterrorizada. Me miraba como si yo fuera un monstruo, y probablemente tenía razón. La rabia que sentí por Barton se disipó, reemplazada por una confusión repentina.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 29.10.2025

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