Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 6.

Thomas.

-No. Necesito... necesito decirte la verdad.

La palabra resonó en el silencio de mi oficina. Verdad.

—Me mentiste —dije. No fue una pregunta. Mi voz era fría como el hielo, pero mi lobo interno aullaba: ¡Finalmente! Podía oler el terror mezclado con la verdad que estaba a punto de confesar. —Te lo advertí, Emily. La regla número tres es absoluta.

Ella tragó saliva, pero no retrocedió. -Si.

—Estás rompiendo nuestro trato.

—Estoy intentando salvarlo —respondió ella, su voz temblando, pero firme.

—Bien —dije, mi voz gélida. Me senté en mi silla, el cuero crujiendo bajo mi peso, y la señalé con la barbilla—. Tienes un minuto para convencerme de que no te arroje de vuelta a ese callejón. O por la ventana. Habla.

Emily.

Su reacción fue peor de lo que había imaginado. No gritó. No se enfureció. Se convirtió en un glaciar. Sus ojos negros se volvieron planos, muertos, y el calor que había sentido de él en el auto desapareció, reemplazado por un frío que me heló los huesos.

Los depredadores huelen las mentiras. La voz de mi nonna resonó en mi cabeza. Y yo había apestado a ellas.

Pero ahora estaba aquí. No había vuelta atrás.

Me erguí, apretando mis manos temblorosas frente a mí. —En el callejón. Te mentí.

—Sé específica —dijo, su voz cortante.

—Cuando me preguntaste por mi familia. Cuando dije que era una defectuosa exiliada sin magia. Cuando hablamos de Rosa Bellini.

—Sigue.

Saliva tragué. Era ahora o nunca. —Mi nombre. No es solo Emily. Es Emily Bellini. Soy la hija de Anthony y Lauren. Soy la hermana de Rosa.

El silencio que siguió fue absoluto.

Thomas no se movió. Ni un músculo de su rostro cambió. Pero lo vi. En lo profundo de sus ojos negros, una llama roja brillante, un destello de poder puro y conmoción.

—Lo sabía, sabía que me estabas mintiendo y pronto iba a descubrir sobre qué, podía olerlo en el callejón, y lo confirmé en tu casa. Te lo dije: no me mientas.

—¡No te iba a decir que era tu enemiga! ¡Tú eres el Príncipe Híbrido! ¡Tu padre es el rey que quiere nuestra extinción! ¡Me habrías matado allí mismo!

Se rio con amargura. —Matarte... Mi lobo gritaba compañera tan fuerte que apenas podía respirar, ¿y crees que te habría matado? ¡Soy un Visconti, no un bruto! ¡Pero las mentiras, Emily! ¡Las mentiras matan más rápido!

—¡No te estoy mintiendo ahora! —grité, dando un paso adelante. Odiaba que no me creyera. Después de todo el riesgo que había corrido para venir aquí, ¡odiaba que pensara que esto era un truco! —. ¡Te estoy diciendo la verdad!

—Mi información dice que los Bellini solo tienen una hija. Rosa.

—¡Porque me borraron! —las palabras salieron de mí como veneno, el dolor de años de exilio saliendo a la superficie—. ¡Me repudiaron, me echaron a los 18, borraron mi nombre de los registros familiares!

—¿Por qué?

—¡Porque no tengo el poder que ellos querían! ¡No soy un hada de tierra como Rosa! —Las lágrimas de rabia picaban en mis ojos—. Mi don es... es la videncia. Veo cosas. Sueños. Visiones. El pasado.

Sus ojos se agudizaron. —¿El pasado?

Asentí, temblando. —En el bar. Cuando me tocaste. No solo sentí el lazo. Vi tu boda. Ví a Ruth huir. Vi a tu hermano sonriendo. Por eso supe que no eras un monstruo. Vi la verdad.

Me quedé sin aliento, mi confesión colgando en el aire entre nosotros. Lo había dicho todo. Estaba completamente expuesta.

Thomas.

Vi tu boda.

El whisky en mi escritorio parecía llamarme. Una ola de frío, que no tenía nada que ver con mi lado vampiro, me recorrió.

Era una trampa. Tenía que serlo. Thiron la había encontrado. La había entrenado. Le había contado los detalles de mi humillación y la había plantado en ese bar para que yo la encontrara, para que el lazo (¿podía Thiron falsificar un lazo?) me atrapara.

Pero mi lobo... mi lobo estaba en silencio. No gruñía ninguna advertencia. Y el lazo, ese maldito fuego en mi pecho, no se sintió como una trampa. Se sintió... aliviado. Zumbaba con la vibración de la verdad.

Y sus palabras... explicaban todo.

Explicaban la pobreza en la frontera. Explicaban el odio crudo y real en su voz cuando habló de Rosa. Explicaban por qué una Bellini serviría tragos en un bar. Explicaban el reconocimiento que vi en sus ojos.

El universo no me estaba jugando una broma. Me estaba entregando un arma nuclear.

Me levanté de mi silla. Lentamente.

Ella retrocedió un paso instintivamente, su mano yendo a su garganta. Estaba aterrorizada. Pero se mantuvo firme.

Crucé la oficina hasta que me detuve justo frente a ella. Era tan pequeña. Y olía al jabón genérico de la ducha del palacio y a... flores.

Estaba en mi oficina. A las seis de la mañana. En camisón. Desafiando mis órdenes directas. No para apuñalarme por la espalda. No para escapar.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 19.11.2025

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