Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 7.

Anthony Bellini.

El sol de la mañana entraba con fuerza en mi estudio, pero lo sentía frío. Se reflejaba en los mapas holográficos de la guerra, donde el verde de nuestras fuerzas luchaba por contener el rojo expansivo de los Visconti. El estancamiento era una forma lenta de derrota, y yo odio perder.

Estaba revisando los informes de mis exploradores de la frontera cuando un paje real entró corriendo en mi estudio, sin aliento y sin anunciarse. Una falta de respeto que anoté mentalmente.

—Mi Señor Bellini —jadeó—. El Rey Carlos lo convoca al Salón del Trono. Inmediatamente.

Mi corazón dio un vuelco. Una convocatoria tan urgente solo podía significar una cosa: una brecha en la línea, una masacre.

Me enderecé, mi uniforme militar gris perla impecable. Caminé a paso rápido por los pasillos de mármol blanco de nuestro palacio. Esperaba encontrar a mis generales en pánico. Encontré algo peor: silencio.

El Rey Carlos estaba de pie junto a su trono de madera viva, su rostro pálido de una furia contenida. Mi esposa, Lauren, ya estaba allí, con una mano en la garganta, luciendo tan débil como siempre. Y junto a ella, mi orgullo: mi hija Rosa.

Rosa era todo lo que yo había soñado en una heredera. Alta, fuerte, con el poder de la tierra fluyendo de ella tan fácilmente como la respiración. Llevaba su uniforme de comandante. Era la hija perfecta.

—Mi Rey —dije, inclinando la cabeza. No me arrodillo. Somos socios, no sirvientes.

El Rey Carlos no respondió. Simplemente arrojó un pesado pergamino sobre la mesa central de piedra. —Explícamelo, Anthony.

Me acerqué. El pergamino era horrible, de un color crema opulento. El sello que lo cerraba no era el nuestro. Era de cera negra, grabado con el lobo y el murciélago. El sello de los Visconti. Una absoluta insolencia.

Rompí el sello con el pulgar. La caligrafía era elegante, arrogante.

Su Majestad, el Rey Carlos.

Con el fin de fomentar una nueva era de paz entre nuestros reinos, nos complace anunciar la unión de mi heredero, el Príncipe Thomas Visconti...

—Una farsa —bufé, pero sigue leyendo.

...con su más estimada noble. Usted y su casa de mayor confianza, el Clan Bellini, están formalmente invitados al Palacio Visconti esta noche a las nueve, para una cena en celebración del compromiso de mi hijo con la Señorita...

Tuve que leer el nombre tres veces. No podía ser. Mis ojos debían estar engañándome.

—Emily Bellini —leí en voz alta, mi voz un susurro incrédulo.

Lauren soltó un grito ahogado. —¡Imposible!

Rosa dio un paso adelante, su rostro una máscara de furia. —¿Emily? ¿Nuestra Emily? ¿La defectuosa? ¿La camarera?

—¡Es una trampa! —gimió Lauren, retorciéndose las manos—. ¡La han secuestrado! ¡La están usando para humillarnos! ¡Esa pobre niña tonta...!

—¡Cállate, Lauren! —le espeté. El pánico es una debilidad que no tolera. Mi mente estratégica estaba dando vueltas, tratando de ver el tablero—. No es una trampa. Es un ataque. Sí, es brillante.

Miré al Rey Carlos. —Mi Rey, el Príncipe miente. Ha tomado a la... a la chica... y la está haciendo pasar por una Bellini para anunciar una falsa alianza. Sabe que la repudiamos. Está usando nuestra propia basura en nuestra contra.

—¿Crees que es una mentira? —preguntó Carlos.

—¡Por supuesto! —intervino Rosa—. ¿Qué podría querer el Príncipe de ella? No tiene poder. No tiene valor. ¡Esto es un insulto a nuestra casa!

—Es un insulto brillante, Rosa —dije, sintiendo una punzada de amargo respeto por Visconti—. Si anunciamos que es una mentira, parecemos débiles, como si no tuviéramos control sobre nuestra propia sangre. Si nos quedamos callados, todo nuestro consejo pensará que los hemos traicionado, que estamos haciendo tratos secretos con el enemigo. Dividirá a nuestros aliados en cuestión de horas.

El Rey Carlos asintiendo, su rostro sombrío. —Exactamente. La mentira de Visconti nos ha puesto en jaque.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Lauren, al borde de las lágrimas—. No podemos... no podemos ir. ¿Caminar hacia la guarida del lobo?

—Oh, sí que iremos —dijo Rosa, sus ojos brillando con un fuego peligroso.

La miré y asentí. Mi hija. —Rosa tiene razón. Es una invitación. Rechazarla sería un acto de cobardía. O de admisión de culpa. Aceptaremos.

Me volví hacia mi Rey. —Iremos los tres, mi Rey. Lauren, Rosa y yo. Aceptaremos su hospitalidad. Entraremos en la guarida del lobo y veremos esta farsa con nuestros propios ojos.

—Es arriesgado —dijo Carlos.

—Es necesario —dijo Rosa—. Si esa niña traicionó a su sangre, será juzgada. Y si es una prisionera... —sonrió, una sonrisa fría y elemental—... entonces iré a rescatarla yo misma.

Asentí. —Mi Rey, prepararemos la respuesta. Aceptamos la invitación de Teo. Esta noche, veremos qué juego está jugando el Príncipe. Y le recordaremos por qué nunca se juega con un Bellini.

Emily.

Mis piernas temblaban. Me senté en la silla de cuero que estaba frente a su escritorio. Era enorme, y me sentí como una niña pequeña sentada en el trono de un gigante. La adrenalina de la confesión empezaba a desvanecerse, reemplazada por un agotamiento que me llegaba hasta los huesos.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 19.11.2025

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