Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 10.

Thomas.

La saqué del comedor a paso rápido, mis dedos entrelazados con los suyos. Su mano era pequeña en la mía, pero no frágil. Podía sentir los finos huesos, la fuerza contenida. Detrás de nosotros, dejé el silencio tenso, las miradas furiosas de los Bellini y la sonrisa calculadora de Thiron.

No me importaba. Había ganado. Y el premio caminaba a mi lado.

No nos dirigimos al ascensor principal. La guie por un corredor lateral, más oscuro, revestido de paneles de madera antiguos en lugar del frío mármol.

—¿A dónde vamos? —preguntó Emily, su voz un susurro en el silencio.

—Lejos de ellos —respondí—. Necesito respirar aire que no esté envenenado por mi familia. O por la tuya.

Ella soltó una risa ahogada, sin humor. —No creo que exista un lugar así en este palacio. Es... inmenso. Y frío.

Se detuvo un segundo, mirando un tapiz centenario que representaba una cacería de lobos. Su rostro estaba bajo pálido la luz tenue. —Se siente como un mausoleo.

Tenía razón. Desde que el lazo de mis padres se había enfriado hasta convertirse en una alianza política, este palacio había perdido su alma. Era solo una jaula dorada.

—Hay un lugar —dije, tirando suavemente de su mano—. Solo uno. Ven.

La conduje por una serie de pasillos que rara vez se usaban, lejos de las salas de estado y las oficinas. Llegamos a unas puertas dobles de roble macizo, sin adornos, olvidadas en un ala tranquila del palacio. No tenían cerradura electrónica, solo un pesado picaporte de hierro forjado.

Abrí las puertas.

El olor me tocó primero: polvo, cuero viejo y papel. Era el olor del tiempo. Entramos.

Era la biblioteca. Mi biblioteca. No la biblioteca oficial del palacio, llena de libros de leyes y tratados de guerra, sino la biblioteca privada de los Visconti.

Era una habitación circular de dos pisos, revestida desde el suelo hasta el altísimo techo, con estantes de madera oscura repletas de libros encuadernados en cuero. Una escalera de caracol de hierro forjado subía al segundo nivel. En el centro, había unos pocos sillones de cuero desgastados y una única lámpara de lectura que arrojaba un cálido círculo de luz dorada. Era el único lugar cálido y vivo de todo el maldito palacio.

Emily se detuvo en el umbral, sus ojos celestes muy abiertos. Soltó mi mano y dio un paso hacia adentro, como si entrara en un lugar sagrado.

—Oh —susurró. Pasó los dedos suavemente por el lomo de un libro cercano—. Es... increíble.

—Es el corazón de mi familia —dije, cerrando las puertas detrás de nosotros. El sonido amortiguado nos aisló del resto del mundo—. El único lugar donde los fantasmas no gritan.

Ella se giró hacia mí, una emoción genuina en su rostro que no había visto antes. —Amo leer. Mi nonna ... ella me enseñó. Era nuestra fuga.

—La mayoría están en italiano —dije, acercándome a ella. Me detuve a su lado, nuestros hombros casi rozándose. Señalé las estanterías—. Esta biblioteca fue formada generación tras generación. Hay libros aquí de mis ancestros vampiros de Italia, de antes de que se mezclaran con los lobos. Diarios. Crónicas. Confesiones.

Tomé un volumen delgado encuadernado en cuero rojo oscuro. El título estaba grabado en oro desvaído: Diario di Isabella Visconti, Anno 1642. —Esta fue mi tatarabuela vampira. Cuenta cómo conoció a su lazo, un lobo salvaje de los Apeninos. Fue un escándalo.

Emily tomó el libro con una reverencia sorprendente. Lo abrió con cuidado, sus dedos rozando las páginas amarillentas. —¿Puedo...?

—Puedes leerlos todos —dije—. Si quieres.

Sus ojos se iluminaron. —Grazie.​

Yo detuve. —¿Hablas italiano?

Ella levantó la vista, sorprendida por mi sorpresa. -Si. Mi familia... mi nonna ... también vino de allí hace mucho tiempo. Ella me enseñó. Además de inglés y... ruso.

Ruso. Recordé que Livia había mencionado algo sobre los contactos comerciales de los Bellini en el este. Fascinante. Pero lo más fascinante era esto. Esta conexión. Sangre antigua. Lengua antigua. Lazo antiguo.

—Así que una Bellini exiliada habla la lengua de sus enemigos —dije, mi voz un susurro. Di un paso más cerca. Ahora estábamos frente a frente, el libro olvidado entre nosotros—. El destino tiene un sentido del humor retorcido.

Ella no retrocedió. Sostuvo mi mirada. Podía ver el reflejo de la lámpara dorada en sus pupilas dilatadas. —Quizás solo intenta decirnos algo.

—¿Y qué intenta decirnos, Emily Bellini? —pregunté, mi mano subiendo para apartar un mechón suelto de cabello rosa de su sien.—. ¿Que estoy destinado a proteger a la única mujer que podría destruirme?

—O quizás... —susurró ella, su aliento cálido rozando mis nudillos—... que eres el único que puede salvarme.

Mi corazón muerto dio un vuelco doloroso. Salvarla.

Me incliné, mi frente casi tocando la suya. El olor a flores y especias me envolvía. El lazo era un rugido silencioso en mi sangre.

—Es la primera vez que estamos solos —murmuré, mi voz ronca. El peso de esa verdad me golpeó. Sin Lucien, sin su abuela, sin Livia. Solo nosotros dos, rodeados de fantasmas de papel.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 19.11.2025

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