Coronas de hielo y sangre.

Capítulo 11.

Thomas.

Me sentía agotado, pero la necesidad de control era más fuerte que la fatiga. Había pasado las últimas horas con Livia y Lucien, reforzando la seguridad y analizando las repercusiones de la cena.

El fantasma del roce de los labios de Emily en la biblioteca seguía allí, una quemadura dulce y peligrosa. El lazo no había hecho más que intensificarse, un latido constante que exigía su presencia.

Control.

Esa palabra era mi único salvavidas. Ella era una Bellini. Era mi lazo. Era mi prometida y, a pesar de la atracción física, debía seguir siendo mi herramienta. Si me dejaba guiar por la vulnerabilidad que sentí al verla entre los libros, la guerra estaría perdida antes de empezar.

Un golpe seco en la puerta me sacó de mis pensamientos.

—Adelante —dije, más brusco de lo necesario.

Thiron entró, vestido con ropa de entrenamiento impecable, como si acabara de terminar una sesión de tortura personal. Su cabello castaño estaba ligeramente húmedo y su sonrisa era la de un chacal que había olido sangre.

—Madrugador, hermano —dijo, sin molestarse en saludar. Se dejó caer en el sillón frente a mi escritorio, como si fuera su propia oficina.

—Necesitaba desinfectar el lugar después de la visita —repliqué, bebiendo el resto de mi whisky añejo.

Thiron se rió, un sonido seco.

—La cena fue... interesante. Padre está furioso, por supuesto. Anthony no podía ocultar la humillación. Pero la que más me fascinó fue Rosa. Ver su rostro cuando besaste la mano de la chica... el veneno puro.

—Fue el efecto deseado —dije, encogiéndome de hombros.

—Por supuesto. Pero ¿por qué tanto teatro, Thomas? ¿El lazo te ha ablandado el juicio? No la has presentado como una alianza política; la presentaste como tu propiedad. El mensaje fue más personal que estratégico.

Me apoyé en el escritorio, enfrentándolo. —Ese es el mensaje. Estoy cansado de las alianzas políticas. La guerra no se gana con tratados, sino con sangre. Y yo elegí la sangre correcta.

—¿La sangre correcta? —Thiron levantó una ceja, burlón—. ¿Una hada sin magia? ¿Una... camarera?

—Ella lleva el apellido Bellini, es uno de ellos —dije, mi voz volviéndose fría—. Y su familia la repudia. Es la espina perfecta. Ellos no pueden negarla, y ella no tiene lealtad hacia ellos.

—Olvidas un pequeño detalle —dijo Thiron, inclinándose hacia adelante, su voz bajando a un susurro de conspiración—. El lazo. El Rey está furioso. Un lazo en la guerra no es una alianza, es un riesgo emocional. Y, Thomas, tú no eres conocido por tu autocontrol con las emociones. ¿Qué pasó con Ruth?

Apreté la mandíbula.

—Emily es mi presente. Y la diferencia es esta: Emily es mía. El lazo solo sirve para atarla, no para controlarme.

—Espero que sea así —murmuró Thiron, sonriendo—. Porque si resulta ser un eslabón débil... o si la usas como una esposa, en lugar de como un peón... el Rey querrá una explicación. Y no seré yo quien cubra tu espalda.

—No lo necesito —respondí, caminando alrededor del escritorio hasta quedar justo encima de él—. Ahora sal. Tengo trabajo. Y un consejo, Thiron: mantente alejado de mi prometida. La tocas, la interrogas, o le pones los ojos encima de una forma que no me guste, y sabrás lo que significa el lazo en un Visconti.

Thiron se levantó lentamente, sus ojos reflejando la amenaza en los míos. El aire se cargó de electricidad violenta. Él asintió, una sonrisa tensa en su rostro.

—Entendido, hermano. Disfruta de tu dulce esposa.

Salió, y cerré la puerta con un golpe mental. Mi lobo gruñó. La interacción me había costado una energía preciosa, pero había reforzado mi armadura. Emily era un activo, no una amante.

Me dirigí a mi suite para ducharme y cambiarme, pero me detuve frente a la puerta del ala oeste, donde Emily y su abuela estaban alojadas.

Necesitaba verla. Necesitaba restablecer los límites que casi rompí en la biblioteca.

Entré sin llamar.

Su abuela estaba sentada en un sillón, bebiendo un té y leyendo un libro que Livia le había proporcionado.

—Buenos días, Alteza —dijo, su voz tranquila y firme.

—Buenos días, señora Blanca. ¿Dónde está Emily?

—Por favor, dime Blanca, somos familia. Aún duerme. La pobre muchacha no ha descansado bien en meses.

—Que descanse. Pero no por mucho. Hoy se encuentra con la corte, de verdad.

La anciana dejó el libro y me miró con una seriedad que me recordó a mi propio padre.

—El destino no le ha dado una pareja fácil, Alteza. Ella no es un juguete, ni una de sus herramientas. Es su destino. La sangre la llama, le guste o no.

—Yo no creo en el destino, Blanca. Creo en las decisiones. Y la mía es usarla para salvar a mi gente. Ella está de acuerdo.

—El cuerpo puede asentir, Alteza. Pero el corazón... el corazón tiene su propia guerra.

La ignoré. No necesitaba advertencias. Necesitaba a Emily.



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En el texto hay: magia amor seres sobrenaturales

Editado: 24.11.2025

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