16/09/2006
— ¡NO! —Grité al levantarme de mi cama, quedando sentado en ella.
Pronto desperté bruscamente, después de tener un terrible sueño. Una pesadilla horrible. Jamás había sentido algo así mientras dormía, todo fue tan… real. Mi corazón estaba palpitando muy rápido gracias a la adrenalina que sentí, y mi cuerpo se hallaba empapado en sudor. Fue una experiencia de lo peor, juro que creí que me iba a morir.
Rápidamente ha pasado poco más de dos meses desde que entré a clases, las cosas han ido muy normales hasta el día de hoy; inclusive, comienzo a acostumbrarme a las extrañas emociones que he desarrollado.
Olvidándome de las pesadillas, como en un día normal, me fui caminando hacia mi salón de clases. Llegué, me senté en mi lugar y saqué un «manga» para ponerme a leerlo, mientras que llega la profesora Buencello. Poco después, llegó el trasgo; él dejó su mochila y se salió tan pronto como pudo. Yo ni siquiera lo vi directamente, sólo por el rabillo del ojo, eso me ayuda a no sentir cosas raras.
«¡Tarado!, maldición… maldito Porochimaru», pensé, muy concentrado al leer mi manga.
— ¡«Ejem», Mijo! —me llamó Ryuu desde la entrada del salón.
Cuando la volteé a ver, noté que me estaba haciendo una señal con su mano, abanicándola de arriba abajo, indicándome así que deseaba que saliera allá a con ella.
— ¡Total! Ahí voy… —respondí al momento de guardar mi manga oriental en la mochila.
Osadamente, una vez estando afuera, Ryuu me empujó hacia abajo, tomándome de mi mano. Esto provocó que mi cuerpo descendiera lo suficiente para que ella pudiera hablarme al oído.
— ¡Rápido, no tenemos mucho tiempo! —exclamó mi amiga, viendo para todos lados antes de hablar—. Mijo, ¿me puedes acompañar a Citadel mañana en la salida? Por favor —Ryuu susurró esa pequeña suplica a mi oído, lo cual se me hizo extrañísimo. Citadel es el nombre de una plaza comercial que está un poco retirada de la preparatoria. Para llegar a ella, debemos tomar un autobús.
Después de unos breves momentos, decidí contestarle.
—Sí, está bien. Sólo deja avisarle a mi hermana.
— ¡Claro, gracias! Te veo entonces mañana, después de clases.
—Te veo luego, también —una vez que respondí a mi amiga, a la par que ella se iba, me volteé para regresar al salón. En ese momento, me di cuenta que el duende estaba viéndonos; aunque, justo cuando me percaté de ello, sólo me sonrió y rápido volteó la mirada a otro lado.
Una vez más volvió a suceder… tenía al menos una semana de no haber ocurrido. Aquel sentimiento extraño volvió a pasar. Yo quería seguir viéndolo ahí, recostado en la pared, platicando, sonriendo y haciendo ademanes al hablar; pero no podía hacerlo, él tiene sus amigos y nuestros mundos están separados. No tengo nada qué ir a hacer con él, no entiendo por qué yo quisiera algo así.
Se siente raro, no entiendo qué me sucede. Por ello decidí ocultar estos sentimientos a toda la gente que me rodea, no sé qué signifiquen exactamente, pero no quiero que se hagan ideas que no son.
«¿En qué página me quedé? ¡Ah!, sí… donde la víbora pedofila besa… digo, muerde a Kasuke en el cuello» me dije a mi mismo dentro de mi mente, retomado mi asiento y mi historieta oriental.
— Oye, ¿por qué no sales un rato? ¡Oh, estás leyendo un manga!
— No es sólo por eso, Ben.
— ¿Entonces? —Tan pronto mi amigo me respondió, la alarma de que las clases ya iban a comenzar sonó. Todos le temían a Buencello, por ello se metieron al salón tan rápido como una bola de ratas que corren fuera de una alcantarilla al ser descubiertas.
— Ya veo… tomaré lugar, entonces.
— Sí, ¿ya qué? —Respondí a Ben, quien tomó rápido asiento, a la par que vi cómo el chaparro también se introducía al salón con una sonrisa de oreja a oreja, acompañado de sus nuevos amiguitos y de la zorra de Analí. Poco después, la profesora llegó y por fin comenzó la clase.
—Hola hijitos bonitos preciosos, ¡saquen la tarea! Y si no la hicieron, no saquen el libro, porque si lo hacen… «nombre» … no saben cómo les va a ir. Bueno, ¿dudas? —Dictó y preguntó la profesora Buencello. Cada vez se vuelve más sarcástica y dura. En verdad amo a esa profesora. Ahora entiendo perfectamente porque Sarah la idolatra tanto. Su estilo es único y muy efectivo.
— Sí, profesora. En el problema 20 de la página 35. ¿No sé si podría explicarlo? —Sugirió el pigmeo a la profesora.
«¿Cómo demonios no sabe hacer ese problema? Está muy sencillo. Se nota que… ¡oh, no!», pensé en el momento, dándome cuenta al final que me acababa de meter en problemas.
—Ese problema lo vimos la primera semana, está muy fácil —comenzó a hablar la profesora. Podía oír las campanas del apocalipsis tocar. Las siete trompetas de los ángeles comenzaban a sonar en todo el salón, en toda la preparatoria. Era el fin, iba a morir aquel día gracias al liliputiense ése—. ¡Nate! —Exclamó Buencello molesta.
«Aquí vamos», supuse al momento de oírla.
— ¿Qué acaso no le explicaste? —Antes de que la profesora pudiera seguir regañándome, mi pequeñísimo compañero alzó la voz, explicándole a Buencello lo ocurrido.
—No, profe, yo me cambié hasta acá para que Analí me explicase. Fui yo quien rechazó la ayuda de Nate. Es mi culpa —explicó el tipo, echándose toda la culpa. Yo en realidad no esperaba que Gin se hiciera responsable, me impresionó un poco y provocó que volteara a verlo muy extrañado, confundido.
—Mira, hijito… si te estoy poniendo a Nate de asesor, es porque sé que pone atención en mi materia.
—Analí ha sido muy buena explicando todo lo de las demás materias, no se preocupe.
— Evidentemente no de ésta —no pude evitar emitir un sonido ronco en mi garganta al tratar de no burlarme de Analí; pues tan pronto el gnomo la defendió, la tonta sonrió hacia la profesora Buencello. Mas ésta última prácticamente la llamó tonta y eso borró su cara de felicidad, causándome demasiada gracia. Todos me escucharon y la profesora sólo me dedicó una faz de «¿en serio, Nate?» al verme sonreír. Después, ella continuó— Así que ahora te vas a aguantar, porque yo, ¡jo, jo, jo!, no voy a volver a explicar nada. Si Nate quiere ayudarte, será porque así él lo deseé.