22/01/2007
Sólo puedo escuchar mis fuertes latidos.
El enorme eco dentro de mi pecho hace que el terror se difunda por todo mi cuerpo. Tengo mucho miedo de perderte, pero debo luchar por ti… no importa qué.
— ¡Vete! —Desperté bruscamente, sudando y con lágrimas en mis ojos. Mi cabeza me duele mucho y todo mi cuerpo tiembla.
De la nada, nuevamente he estado teniendo esas horribles pesadillas que me atormentan.
Está vez han pasado ya más de tres meses desde que tuve un sueño así, mismo tiempo que llevo de conocer a Ann, la novia de Gin. Ella es quien me permite estar cerca de él, el chico por el que estoy sintiendo cosas que no debería.
Confieso que, por alguna extraña razón, a Ann le gusta mucho convivir conmigo a la hora de la salida, sentada entre Gin y yo; platicando, riendo, jugueteando, pasándola bien. A mí me fascina estar con ella también, es una chica muy buena y su forma de pensar se me hace fascinante. Ann es muy inteligente y bastante perspicaz; mas, obviamente, yo no estoy ahí sólo por ella. El mejor instante que paso cuando me encuentro al lado de Ann, es en los pocos segundos que volteo a ver a su novio, al hombre cuya sonrisa provoca que mi corazón se acelere, que mi sangre hierva, que mis ojos sufran cada noche cuando vuelvo a casa, estando acurrucado en la soledad de mi habitación.
Indudablemente hay tantas cosas extrañas que siento por Gin. Me gusta mucho estar a su lado, conversar, escuchar su voz, ver cómo sonríe… tan sólo verlo hace de mi día uno mejor; pero estoy muy confundido. No estoy seguro si de verdad soy homosexual. He investigado un poco el tema y encuentro muchos casos donde los hombres experimentan con su sexualidad, y al final, descubren que en verdad nunca les gustó. Sin embargo, también hay casos donde sucede lo contrario. Encuentro a muchos que descubren que en realidad siempre fue lo que necesitaban, por eso eran infelices con sus esposas o parejas en un inicio, porque necesitaban el amor de un hombre.
Sin duda todo esto me tiene muy confundido, sobre todo el hecho de que no puedo dejar de sentirme mal al estar solo en mi hogar. No puedo hacer otra cosa más que ver el techo y llorar, porque simplemente lo tengo tan cerca de mí, pero al mismo tiempo tan lejos. Es como ver nuestro satélite natural: te gusta mucho, pero no importa cuánto estires tus brazos, jamás vas a alcanzarla de ese modo.
Intento no hacerme ideas falsas, pero debería ser posible, ¿no? Hace tiempo alguien logró llegar hasta aquel astro blanco en el cielo. Obviamente, Gin no es inalcanzable, puedo intentar elucubrar un plan para que corte con Ann y así comenzar a acercarme a él. Jamás he hecho algo así, pero veo a las personas, sus comportamientos, sus formas de ser y sus acciones. Podría lograr hacer mi camino a conseguir lo que quiero. Mas veo a Gin con Ann, sonriendo, disfrutando, compartiendo… enamorados.
Omito dichas ideas por ello, pues lo que siento por Gin, lo que en verdad siento por él, me impide hacerle daño.
No tiene que haber dudas. Si él es feliz, yo también debería de serlo, ¿no?
Quiero mucho a Ann, se ha ganado mi amistad. También soy incapaz de hacerle algo malo a alguien que le ha dado sólo cosas buenas a las personas que tiene alrededor, cuando sólo a mí me ha entregado sonrisas y felicidad.
Quiero… no… Deseo, anhelo estar al lado de Gin. Quiero tomar su mano, sentir sus dedos, su piel. Me fascinaría acariciar su rostro y que entrelazara sus dedos en mi cabello, estando juntos, olvidándonos de todo y de todos.
Pero sé que eso no es posible. Sé que lo único que puedo hacer es ver cómo es feliz y ya.
Eso debería de bastarme.
Al menos así fue durante los primeros dos meses, pues al estar yo ahí con ellos, la mayoría de las personas comenzaron a verme mal. Decían que yo hacía mal tercio entre los enamorados, que era un «encimoso» y de más cosas. Inmediatamente hablé con Gin sobre el tema, para que no le llegara a él antes la información por otra lengua.
Él, con una enorme sonrisa, sólo dijo: «Nosotros te invitamos a sentarte a nuestro lado. Nos gusta estar contigo, eres muy divertido y una buena persona. Ignóralos».
Quería hacerle caso, sí que lo deseaba. Esos pocos minutos que pasaba ahí me hacían ser la persona más feliz del mundo; pero recordé las palabras de la perra de Mónica, la sonrisa burlona de la puta de Analí y los ojos de asco de la estúpida de Marisol. Yo no puedo dejar que la gente hable mal de Gin, simplemente no puedo.
La siguiente vez que me invitaron a sentarme con ellos, sólo moví la cabeza de izquierda a derecha, con una suave sonrisa, forzándome a que las lágrimas no cayeran de mis ojos. Nunca más volví a ir a con ellos, jamás regresé a verlos ahí sentados.
Comenzó un nuevo año, ya hemos tenido una semana nueva de clases y ésta es la segunda de este nuevo semestre. En estos momentos, ya he llegado al salón de clases y me he puesto mis audífonos para escuchar una de mis canciones favoritas, mientras hago «lipsync» ignorando a todos. Gin entró al salón y pasó de largo, ya ni siquiera me voltea a ver. A veces creo que está enojado, porque de la nada dejé de hablarles a él y a Ann gracias a los demás. De hecho, me di cuenta de que casi ya no habla con esos idiotas, posiblemente algo pasó.
«Ahí va ese “baka”. Espero que no me vea, no tengo humor para dirigirle la palabra», pensé en ese momento. Aún sigo intentando dejar de sentir aquello por él, hago mentalmente como si lo odiase, cuando en realidad… siento lo contrario.
El estúpido enano pasó a mi lado y me sonrió. Por inercia, sonreí un poco, mas bajé la mirada, evitando que pudiera acercarse a mí para saludarme como se debe y así comenzar una conversación. El sujeto salió del salón ya muy serio, sin volver a regresar sus ojos a mí. Duele, pero es mejor así.
Ese día no me sentía nada bien, mi estómago comenzó a gruñir de una forma muy rara, así que después de la primera clase, pedí permiso a la profesora Buencello para retirarme a mi casa. Ella inmediatamente accedió y marcó a mi hermana, quien luego llegó por mí.