13/06/2008
Un increíble mar de tinieblas inunda el lugar. El cielo se llena de aberrantes figuras oscuras a mi alrededor, mientras las torcidas formas que me rodean desde el suelo se vuelven grandes, ramificando todo en una gigantesca cúpula que encierra mi cuerpo, cubriendo lentamente la poca luz de aquel astro que descansa en el cielo.
De la tierra, emergen pequeñas manos deformes con sólo tres dedos y uñas rotas que se encajan en mi piel, sosteniéndome, arrastrándome más hacia el suelo. Desde las orillas, se van acercando a mí aquellas abominaciones terrestres, remolcándose gracias a sus cuerpos sin extremidades, jadeando con sus asquerosas bocas que escurren grandes cantidades de saliva purpura, empujando sus cabezas hacia arriba para dejarme bien en claro que no poseen ojos, sólo cuencas repletas de asquerosos gusanos nauseabundos.
La oscuridad es reconfortante. Poco a poco, todas esas visiones van desapareciendo conforme la luz que entra por la deforme cúpula va volviéndose más tenue gracias a que ésta se cierra. Aquí, en este manto negro, nada más puede lastimarme el corazón.
Aquí, todo se volverá paz.
Por favor, acábate.
Deseaba que fuera así. Con todas mis fuerzas quería acabar con todo el dolor que sentía, ya no quería seguir peleando con mi sexualidad, con el amor que me llenaba el pensamiento, con la vergüenza que me producía tener que confesar algo como un gusto, con todo el odio sin sentido de las masas, con la presión social. No, yo sólo quería descansar. Deseaba que la muerte llegara a mí; la recibiría como una amiga, con gran esperanza de que todo el dolor desapareciera. Ella me tomaría en sus brazos y me mecería entre ellos, al mismo tiempo sus largos mantos y gigantescas alas negras me cubrirán, volviéndome nada, haciéndome desaparecer para siempre.
Siendo nada, ya no habría dolor. Muriendo, tendría paz.
Más una luz me «salvó». Todos los bellos recuerdos de mis amigos, todo lo bueno qué he pasado gracias a ellos, gracias a las personas que de verdad me aman y me aceptan, todos ellos me detuvieron.
¿Valen la pena?
Sí, por ellos debía seguir. No por mí, ni por las personas que me odian, sino por la gente que me ama. Si muero, les causaré dolor a aquellos que sólo me han dado felicidad desde que los conocí.
¿Por qué haría sufrir a alguien que sólo me ha hecho sentir bien?
Tomé muchas pastillas, demasiadas. Vacié cada uno de los diferentes frascos, y a su vez, abrí la regadera de mi baño para sentarme debajo de ella, tragando el agua que arrojaba junto a los medicamentos. Una vez hecho esto, comencé a sentir mi cuerpo pesado y mi estómago revuelto, todo me dio vueltas; perdí el control de mis brazos, mis piernas, mi boca, todo. Estaba muriendo, no había forma de que en ocho horas alguien supiera de mí. Cuando Sarah me encontrara, sería demasiado tarde.
Mas aquellos pensamientos vinieron a mi mente, una voz muy profunda me hizo arrepentirme a último momento; pero ya era demasiado tarde, no había manera en la cual yo pudiera sobrevivir a eso. Quería vomitar, deseaba hacerlo, sentía mi garganta llena de un extraño sabor a diferentes químicos, combinado con un líquido espeso que intentaba salir, escurrir.
Debía llevarme mi mano a la garganta, tenía que sacar todo lo que me metí lo más rápido posible, apenas tenía minutos de que ingerí aquellas drogas, aún podía haber esperanza. Por ello, sacando fuerzas de un lugar inconcebible, logré empujar mi mano derecha a mi boca y así meterla para vomitar todo el contenido de mi estómago. Exitosamente, saqué todo lo que había dentro, escupiendo, tosiendo, vomitando. Vi cómo todo iba saliendo, siendo arrastrado por el agua hasta la coladera; pero, de repente, comencé a ver que el vómito se volvía rojo, un color totalmente brillante, casi carmesí.
No pude evitar llorar, posiblemente era ya muy tarde, no hay nadie y no tengo las fuerzas ni de gritar. Ya no podía hacer más, sólo seguir escupiendo con la esperanza de que pueda recuperar fuerzas para ir a buscar un teléfono y hablar a una ambulancia.
No obstante, al continuar vomitando, ya no pude parar. Seguí haciéndolo más y más, con una fuerza brutal, como si algo increíblemente enorme quisiera salir de los más profundo de mi garganta. El foco del baño comenzó a parpadear, las paredes empezaron a trozarse y una increíble niebla ignominiosa inundó el pequeño cuarto. Mi vomito se volvió negro, extendiéndose desde donde mi boca lo arrojaba, hasta cubrir todo el suelo y las paredes del lugar, arrastrándose y pintando todo alrededor. Después de unos momentos, aquella sustancia oscura logró alcanzar el foco para acabar con la luz, a la par que lloraba aquel extraño líquido que trataba de sacarme los ojos.
Fue cuando vi toda esa horrible escena, allá donde mis pesadillas son efectuadas, en aquel horrible mundo creado por mi mente. La oscuridad me abrazó sin dudas, pero nuevamente, algo sucedió.
Abrí mis ojos después de aquel terrible sueño. El agua todavía seguía corriendo, sentía mi cuerpo totalmente mojado junto al asqueroso olor del jugo gástrico en mi boca y en todo el suelo.
Rápido comencé a levantarme como pude, sintiendo un dolor de cabeza terrible, totalmente mareado y dándome cuenta de que todo mi vomito era de un color blanco anaranjado. No hay rojo y las paredes están como siempre, no hay grietas en ellas. Creo que todas aquellas medicinas causaron efectos alucinógenos en mí, todo aquello que vi fue una simple ilusión.
Estando ya sentado, me desnudé con algo de esfuerzo, y me lavé el cuerpo, empujando los restos de mi contenido estomacal por el desagüe, dejando limpio el baño. Me acosté en el suelo para sentir el agua en mi piel, no tengo muchas fuerzas y quiero estar limpio, ahora deseo tan sólo ir a mi cama a dormir.
No habiendo ya más restos de desperdicio en mi piel, me arrastré hasta allá, dejando un rastro de agua detrás de mí. Logré llegar a mi cuarto y usando lo poco que tengo de fuerza, subí a ella, quedando totalmente dormido.