¡corre!

Epílogo

El día es frío, ni siquiera hay un sólo pedazo de cielo que pueda ver en este momento. Las nubes cubren el panorama de la manera más uniforme que haya visto en mi vida. Me pregunto si será por ti…

Todos parecen estar tranquilos, se ven muy bien. Se prepararon bastante para estar aquí, saben perfectamente cómo debían venir a verte. Yo he sido cuidadoso, encontré entre todas mis cosas el viejo traje que usé en la graduación, me dijiste en la universidad que me veía muy apuesto con él, supuse que estaría bien que lo vestía hoy, haciendo unos pequeños cambios para la ocasión.

Tanto tiempo que ha pasado. Apenas recuerdo el día que nos conocimos; el momento que nuestras miradas cruzaron caminos; la hora en la que comenzamos a hablarnos porque la profesora Buencello nos lo pidió; los minutos en los que platicábamos con Ann en aquella parada del autobús. Todos esos recuerdos de la preparatoria llegan a mi justo ahora. Qué tontería, ¿no?

— ¿Estás bien, amor? —Me preguntó mi amada esposa, preocupada porque evidentemente mis ojos se pusieron rojos.

—Sí, no te preocupes. Sólo que… aún no sé cómo tratar esto.

—Creo que nadie lo sabe… Ven, llegó alguien especial —la mujer de mi vida tomó mi brazo con delicadeza, dejándome sentir su suave y vieja mano, caminando a la par para recibir a aquellas personas especiales que estábamos esperando.

El lugar es algo concurrido y lo peor es que está lleno de personas, todos llegaron desde lejos para poder venir a despedirse, vistiendo algunos elegantemente, otros casuales, inclusive algunos pocos como yo, de Negro, pues todos aquí vienen de Blanco, como lo pediste, Nate.

—Hola, supongo que tú eres Josue y tu Kaleb —dije a los viejos amigos de Nate, quienes se presentaron a su funeral, estando junto a otras dos personas que no logré reconocer.

—Sí, ella es Karina, mi esposa —respondió el hombre de larga cabellera blanca, presentándome a su hermosa y elegante mujer. Yo saludé a la señora y recordé algunas historias que mi amigo me contó de ella, de cómo su belleza era totalmente inaudita. Aun siendo una mujer de la tercera edad, puedo ver a lo que se refería.

—Él es mi esposo, tenemos veinticinco años de casados. Se llama Kiri —Josue me presentó a su pareja, un hombre que evidentemente es unos diez años más joven que todos nosotros, aunque se nota que está muy apegado a él.

—Mi más sentido pésame, señor Gin. Sé que Nate era tan importante para ti como lo fue para Kaleb y mi Josue —me explicaba Kiri con un acento un tanto gracioso. No supe reconocer su nacionalidad, definitivamente era de un lugar muy lejano y aun así sabía hablar nuestro idioma correctamente.

—Gracias, y sí. Efectivamente él era muy importante para todos nosotros, inclusive para toda mi familia.

—No puedo creerlo, son Kaleb y Josue. Creí que no vendrían —detrás de ellos, llegó a entrar Agis con su bella hija, quien lo llevaba del brazo atentamente.

—El viejo «perro güero». Me alegra volverte a ver —Kaleb y Agis estrecharon manos afectuosamente, después de que el primer le dijera eso último.

— ¿Zirumi ya está aquí?

—Sí Agis, está al lado del féretro con mi hija.

— ¿Dónde está tu hijo menor?

—Creo que, de toda mi familia, al que más le afectó la muerte de Nate fue a él. Tenían una amistad muy buena. Inclusive no quería venir hasta acá a velarlo —respondí a Agis, quien no se extrañó mucho de oír mi explicación.

—Nate para mí fue también parte de mi familia, apenas y ayer pude dejar de llorar su perdida. Papi deseaba que yo viniera a verlos a todos, aunque yo sigo la ideología de Nate: «Es un cadáver. Si te querías despedir, lo hubieras hecho cuando estaba vivo» —expresó Alin, la hija de Agis. En su voz se podía oír una profunda tristeza por la pérdida de nuestro amigo, al igual como lo escuché de mi propia hija.

—Me alegra que hayas venido. Nate era un ridículo, sé que le gustaría vernos aquí a todos. Muchas personas vinieron a verle, su hermana y yo invitamos a todos los que encontramos en sus redes sociales. No creímos que todos vendrían, bueno… la mayoría —dije impresionado y agradecido de tener la presencia de todos.

—Es un placer, tío Gin; pero le pido, en verdad… creo que debería ir a hablar con Drako. Él lo necesita de verdad —vi a los ojos de Alin y noté que estaba a punto de romper en llanto. Agis también lo notó y le apretó su brazo para que ella lo viera. Una vez que su hija lo vio al rostro, él sólo sonrió y volteó a ver el ataúd, dejando claro el mensaje. Alin pidió permiso y se dirigió a dónde se encuentran mi esposa, mi hija mayor y la hermana de Nate.

— ¿En verdad no vendrán? —Preguntó Josue.

—Nate me pidió prohibírselos. ¿Crees que le faltaría el respeto a mi amigo? —Respondí a la tonta pregunta del hombre, quien pasó sus dedos por su cabello plateado, respirando hondo y lanzando su mirada hacia el mismo lugar a donde está yendo Agis, pasando hacia allá también.

Seguí recibiendo visitas. Familias enteras, personas solitarias, un gran número de jóvenes y gente que en la vida había visto, otras que sólo conocía por fotos de mi amigo. No tenía idea de qué tanta gente podría llegar a presentarse hasta acá para despedirse de él.

Me paseé para hablar con algunos, preguntándoles de dónde lo habían conocido y sus historias me impresionaron mucho.

—Conocí a Nate cuando mi novio me había engañado por quinta vez, fue el quien me animó a dejarlo y hacerme entender que yo valía más qué nadie. Nunca me faltó un amigo con él, no importaba qué pasara, siempre estuvo ahí. Siendo honesto, había algo en él que lo hacía muy especial, creí que era el único que pensaba eso; pero me parece que aquí todos sienten lo mismo. Era eso lo que nos hacía verle con mucha estima, supongo —me dijo un hombre de tez clara con anteojos, pequeño de estatura y delgado.

—Cuando lo conocí, me sentía perdido, sin esperanza de poder volver a sentir amor por alguien que no fuera yo. Una vez que estuve a su lado, me prometió que encontraría a alguien especial, a quien poder volver a amar, regalándome después un gran abrazo; pero luego me comento que, si me sentía a gusto solo, me apoyaría en mi decisión, pues no necesitaba a nadie para ser feliz más que a mí mismo. Esa vez él me comentó que siempre estaría conmigo siendo mi amigo, que jamás se enojaría sin importar lo tonto y descuidado que fuera con él. Sus palabras siempre se cumplían como profecías. Tenía la increíble habilidad de ver dentro de los corazones de los demás —me contó un joven con una sonrisa brillante y sincera, de piel aperlada y ojos ámbar que portaba un fedora.




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