¡corre, Conejo, Corre!

1. Que así sea

29 de septiembre de 1974
3 meses antes de la tragedia

El despertador al lado de mí cama soltó su clásico sonido musical de grumos mezclado con sirves y nítidas notas de piano, me removí en la cama antes de apagar suavemente el despertador, lo odiaba, pero no podía darme el lujo de romper un tercer despertador esa semana, mi madre ya me habían amenazado con el dejarme sin mí reproductor de DVD si volvía a romper algún aparato electrónico.

— ¡Señorita Tabitah! — gritó una de las Servidoras desde la cocina —. Hora de levantarse, no olvide que hoy tiene clase de cocina después de sus clases de piano.

Suspiro agotada, levantando mis brazos para poder estirarme y tomar fuerzas para salir de la cama, me encaminó a mí armario tomando como siempre un vestido rosa de manga y falda larga. Aquí, en la ciudad Villanelle, al norte de Gondwana el rosa era para las hijas durante todo el año escolar, era una especie de uniforme, en nuestro hogar o al salir de casa podíamos usar vestidos de cualquier color, siempre y cuando cumpliera con los requisitos adecuados de nuestra comunidad: mangas más abajo de los codos, faldas más abajo de las rodillas en verano y unas pulgadas arriba de los tobillos en invierno, colores delicados y femeninos, cabello y rostro cubierto por un velo semitransparente que siempre debíamos llevar; pues no sé sabía con que intenciones nos mirarán los hombres o si se dejarán llevar por sus impulsos banales.

No importaba si éramos gordas o flacas, lindas o feas, voluptuosas o planas, éramos mujeres después de todo, el haber nacido con dicho aparato reproductor nos hacía portadoras de una gran responsabilidad: debíamos traer al mundo a las nuevas generaciones y criarlos como nuestros dioses, el Hacedor y el Excelso, lo han ordenado; debíamos ser recatadas, sumisas, tranquilas pero sobre todo debíamos mantenernos puras para nuestro futuro marido, no debíamos dejar que abusaran de nuestra pureza e inocencia. << Los ojos de los hombres son melosos, peligrosos y llenos de impulsos terribles>> decía nuestra maestra, María, con su barbilla alzada dejando ver mejor su enorme y velluda verruga << Nunca intenten nada con un hombre, ni aunque fuese su progenitor o hermano, primo o conocido, si los provocas siempre, SIEMPRE será tú culpa por no ser pura, por eso las mujeres que son violadas en nuestro comunidad dejan de ser mujeres, no son más que trozos de carne mal usada cuyo único propósito es servir a las verdaderas mujeres de nuestros Señores. El hombre nunca tiene la culpa >> más allá de nuestro aspecto físico o nuestra personalidad éramos trampas andantes a nuestro pesar, nosotras inducíamos a los inocentes hombres al pecado, nuestra mera existencia ya provocaba problemas para los honorables caballeros de nuestra comunidad.

Nuestra naturaleza era cruel y cínica, únicamente llena de lujuria y esto podía afectar hasta el hombre más puro y correcto de nuestra comunidad, por eso las niñas eran criadas apartadas de los niños, con tal de no dañar su pureza, pues nosotras nacimos pecadoras. Nosotras, aunque pecadoras de nacimiento, guardábamos un tesoro de incalculable valor que residía, invisible, dentro de nosotras; éramos preciosas flores que debían protegerse en un invernadero, o de lo contrario nos tenderían una emboscada y nos arrancarían los pétalos y robarían nuestro tesoro y nos desgarrarían y pisotearían esos hombres hambrientos que podían merodear a la vuelta de cualquier esquina, en ese mundo lleno de filos cortantes y pecados.
Perderíamos nuestro propósito y seríamos echadas de la presencia de nuestros creadores.

Subo el cierre del vestido y colocó con suavidad el velo en mí cabeza, ajusto las mangas del vestido y me colocó unas zapatillas, también coloco en mi cintura el pequeño cuchillo atado a una cinta rosa, en caso de provocar a un hombre, es mi deber sagrado como mujer quitarme la vida para no provocar y llevar al pecado a nadie más, a partir de los siete años debíamos llevar el cuchillo siempre con nosotras, a un costado de nuestra cintura, así podremos actuar rápido y evitar causar más pecado. Contempló mí reflejo en el espejo: toda la piel, el cabello y rostro está cubierto, nadie puede ver nada que no se deba ver; el velo es semitransparente pero aún así dificulta un poco mirar, pero bueno, ya me he acostumbrado, siempre lo he usado, desde los 10 años, por eso no me quejo de ello. Froté mis manos contra mí rostro, me sentía exhausta, una cosa era dormir y otra era descansar, y no había podido descansar gracias a los nervios que me carcomían, pronto cumpliré 18 años, por lo tanto deberé casarme y concebir un hijo, de preferencia varón. No es que no confiara en mis padres y su sabiduría al buscar un marido para mí, solo que dicha idea me asustaba, a pesar de ser criada explícitamente para cumplir dicho labor con mí familia, comunidad y mis dioses no lo hacía menos aterrador. Temía ser ultrajada y perder mi propósito, pero más temía yo no ser del agrado de mi futuro marido.

Bajo las escaleras, con las manos juntas sobre el vientre, completamente elegante y tranquila, con pasos firmes pero elegantes, como si flotara, así se nos indicaba desde la niñez, al bajar me topo con mí hermana pequeña, Whitney, recién cumplió sus 10 años, por ello lleva un velo, pero no de toda la cara, a penas cubre sus ojos y parece tomárselo con mucho humor, si tan solo supiera cuántas veces me tuve que caer hasta que aprendí a ver con esa cosa.

— Cándido día.

— Cándido día — dice Whitney feliz, jugueteando con su velo.

— Buen día — responde mí hermana un año menor que yo, Liana.

Liana llevaba un vestido morado y un velo del mismo color, ese día faltaría a la Casa Roja, nuestra honorable institución donde aprendíamos todo lo necesario para ser una buena esposa y una mujer al servicio de nuestro país. Liana ya estaba en la época de "fertilidad" se harían las pruebas necesarias, si salía como una mujer fértil pasaría al siguiente nivel en donde se prepararía para la ceremonia de purificación, de esta forma quedaría completamente elegible como esposa.
En nuestra comunidad era común que fueran los padres quienes decidieran los matrimonios de sus hijas, si había algún pretendiente de alta arcunía era mejor, sino ellos se encargaban de buscar al esposo perfecto para nosotras, claro que era mamá quien tomaba la decisión final: los hombres iban a trabajar y mantenían el poder en el hogar, ellos tenían el poder sobre sus esposas, pero las esposas siempre tienen el poder absoluto sobre sus hijos; ellas los paren y los crían, después de todo; son las esposas las que escogen los nombres y las actividades que ellos podrán ejercer, sus intereses, sus pasatiempos, etc. Ellas son quienes mandan de puertas para adentro.




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