La noche era tan oscura que a penas sí se podía ver las estrellas.
La nítida luz de la luna resaltaba con penuria en la noche, la miré sintiendo el frío viento recorrer mí piel, llevaba un camisón blanco, de manga corta, mí pijama de princesa era mí favorita, ya que era una de las poquísimas prendas que podíamos usar sin miedo de mostrar los brazos, me abrace a mí misma intentando frenar el frío en mí piel, pero había una sensación desagradable, demasiado para mí y esa era la de mis brazos.
Odiaba ver mis brazos vacíos, quería un hijo, debo tener un hijo.
Al menos uno nuevo.
Recordar las manos de papá en mí piel y luego con esa brusquedad, su boca moviéndose pero sin emitir palabra alguna y ellos tomando ese pequeño cuerpecito. Recordaba estar tan perturbaba que no podía escuchar nada, uno de los síntomas de la hipotermia, había dicho después el doctor.
Miré hacía el jardín, específicamente mí parte, en toda mí sección solo había una flor real y era un rosal que alguna vez fue blanco pero ahora estaba pintado de rojo, aún se podía ver la pequeña diferencia en la nivelación de la tierra. La ventana del segundo piso de la casa de Gyula se iluminó, dejando ver su silueta en la oscuridad, pero él no estaba solo, una silueta más baja que él lo seguía muy de cerca, ¿Acaso ya tendrá una esposa? Me pregunté notando la obviedad de la situación, aunque era poco probable, me hubiera enterado, las bodas eran casi un evento nacional aquí. Las luces se apagaron y vi la puerta trasera abrirse, ambas siluetas de las que supuse una era Gyula y la otra cuya identidad todavía era un misterio se abrazaron y se despidieron.
Luego la silueta de Gyula giro hacía mí, con delicadeza cerró la puerta trasera y se acercó tranquilamente por el callejón que unía a nuestras casas, no podía saber qué es lo que se ocultaba en esas espesas sombras, ni que era lo que querían, si dañarme o ayudarme, pero alguna razón no tenía miedo, no está vez.
A lo largo de mis 17 años, próximamente 18, había vivido un sin fin de situaciones nada agradables, dichas situaciones me habían insensibilizado hasta cierto punto. Casi podía sentir una sonrisa a través de las sombras, sin darme cuenta él surgió de allí y con una facilidad que me dió miedo trepó el muro del primer piso hasta que quedó frente a mí ventana, él recostó sus músculosos brazos en el marco de la ventana, sus ojos inspeccuonandomé con curiosidad.
Su cabello era de un rubio dorado, como una clase de oro que ha pasado muchísimo tiempo bajo las sombras y una espesa oscuridad, sus ojos eran perfectos, quizás en ocasiones anteriores me habían parecido claros, incluso azules, pero ahora que lo observaba con detenimiento podía ver la oscuridad y la claridad en ellos, la luz y las sombras, sus ojos eran de un negro grisáceo, era como ver el cielo en un día lluvioso, era ver ese tormento, casi podía ver los rayos eléctricos traspasar sus ojos de uno a otro. Sus labios aunque delgados sabían cómo deleitar a una mujer y como si leyera mis pensamientos inclinó su cabeza hacía adelante, uniendo sus oscuros labios con los paganos que yo poseía.
Lo que hacíamos era prohibido, en mí religión las mujeres nunca eran las culpables de adulterio, eran los hombres quienes se dejaban guiar por el cuerpo de la mujer que estaba diseñado como una especie de prueba ambulante, pero aunque inconscientemente inducíamos al pecado, éramos pecados, por ello sólo la mujer era castigada. El castigo por adúltera era: la muerte por ahogamiento. Aún recuerdo la última joven a la cual encontraron culpable de adulterio, la persiguieron por el bosque, la golpearon y prácticamente la jalaron del cabello hasta un acantilado, la colocaron en un sarcófago y la dejaron caer al mar. Un triste final, una muerte terrible. Lo peor de todo era que ella estaba embarazada, así que mataron a dos criaturas una sola noche.
Este beso sabía a prohibido.
Nos separamos y juntamos nuestras frentes, como si acabara de terminar una guerra y fuésemos los únicos sobrevivientes, aunque de cierto modo era verdad, en este momento éramos los únicos en el mundo.
¡Controlaté!
Abrí mis ojos fijandomé en la tranquilidad que Gyula demostraba, jamás lo había visto así, tan tranquilo, siempre estaba a la defensiva con su actitud, como si tuviera un secreto que nadie debería saber, incluso él. Intenté apreciar su belleza etérea, pero un nuevo pensamiento se instaló en mí mente.
¿Y si está era mí mejor oportunidad?
Fácilmente podría empujarlo y dejar que la gravedad hiciera el resto. Miré hacía abajo, el golpe no era muy grave, si sería doloroso y le rompería hasta el apellido que no tiene, pero unos cuantos huesos rotos no serían suficientes como para matarlo, no a él.
¿Pero qué estás pensando, Tabitah?
Gyula abrió los ojos,su tranquilidad me preocupaba, pero cierto modo también me alegraba conocer una nueva faceta de él, que hubiera algo más allá de sus frías palabras.
- Ojalá pudieras venir a mí - aún inclinado sobre mí sus sentimientos se me hacían ajenos.
- Puedo - hablé sin pensar, sin duda hablé sin pensar.
Él sonrió, la primera sonrisa auténtica que había visto por parte de Gyula Karahan desde que llegó, sin sarcasmo, sin malicia, sin oscuridad, solo una simple sonrisa genuina.
- ¿Así y cómo? - él acarició la parte superior de mis labios, con delicadeza y cuidado, como si temiera romperme -. No podrías salir de tú casa sin que colocaran un "alerta Amber" en cada lugar de esta ciudad, aunque seas legítimamente una adulta.
Dudé en seguir hablando, quería apreciar estos momentos más que nada, porque sabían que no serían eternos, quería atesorar esto en mí memoria y corazón para siempre.
- Sube al tercer piso - me incliné más hacía él -, nadie, ni siquiera las Servidoras van allí.
Él arqueó las cejas con genuina sorpresa, dejando a la vista su maldita sonrisa sarcástica.