¡corre, Conejo, Corre!

18. ¿Podré vestirme cómo quiera?

¿Qué fue lo que sucedió?

¿Acaso no rezo demasiado?

¡Ahora está en la gloria de nuestros dioses!

¡Todo es culpa de la madre!

Pobre padre, ¿Cómo se sentirá?

Dormíamos en lo que en otros tiempos había sido un gimnasio. Después de la alegré noticia de mí compromiso, todo se había visto opacado por una trágica noticia: un suicidio.

Otro más.

Todas las alarmas se iniciaron después de aquel suicidio, las Maestras nos miraban de cerca, asegurándose de que siguieramos respirando, deslicé mis manos pero la movilidad era poca, las ataduras eran muchas. Cada una de nosotras teníamos unas cadenas que cubrían nuestras manos, eran frías e incómodas, pero nada que no se pudiera soportar, era lo que ellos denominaban un "protector casero". Los suicidios eran algo anormal aquí, por eso se entraba tanto en pánico cuando algo así sucedía, todos se tomaban en serio estás situaciones, en especial ahora, después del suicidio de Lyna, Zilla y Anantashesha todo había cambiado, y ahora un nuevo suicidio golpeaba nuestra perfecta comunidad. Las maestras tenían una serie de registros, en donde estaban las más propensas a cometer algún acto inmoral, aparentemente yo estaba en dicha lista, sin saber porqué, por un pecado que aún no cometí.

Me aterraba estás medidas de seguridad, pero parecía ser que más les aterraba que algo nos pasará, era bueno sentirse querida, que era necesaria. Este gimnasio no se parecía al de las películas o las fotos en los libros que escasamente podíamos leer, no tenía aros, ni red o algo en que encestar, solo había un permanente olor a pintura y a acre dulce, sinceramente esto me recordaba más a un vídeo que las maestras nos habían mostrado: un grupo de mujeres acorralan a otra, la insultaban y golpeaban, la diminuta mujer lloraba desesperada, luego colocaban una serie de alfileres por todo su cuerpo, ella seguía llorando y rogando para que pararán, eran tan crueles, al final cubrieron su magullado cuerpo con pintura blanca.
Me estremecía de solo recordar sus gritos, recuerdo que la Maestra Lía temblaba y no dejaba de mover sus labios con enojó, << ¡Eso le hacen a las jóvenes distintas! ¿Si eso lo hacen por un simple color de piel que le harán a unas jovencitas como ustedes >> giré mí cabeza hacía Elisa, recordaba como se había asustado, ella al igual que la mujer del vídeo eran de raza negra, bueno, Elisa era más morena que la pobre del vídeo, eso la asustó más, supongo.

La chica que se había suicidado no era alguien cercana a mí, iba a otra escuela doméstica de su respectivo distrito, según sé era alguien muy extremista, quería que todo se hiciera tal y como ella quería, si las cosas no salían como ella deseaba: gritaba y lloraba como una niña malcriada. Eso no decía nada bueno de ella. Aún así era sorprendente que alguien de tal "carácter" acabará con su vida.

También era algo aterrador.

Se escuchó un suspiro desanimado y de forma espontánea se escuchó otro, y otro, yo misma no pude evitar suspirar. Suspirábamos por el futuro, por el venir. Los días venideros serían una total masacre, las Madre se volverían tan paranoicas que no nos dejarían respirar sin que estuvieran presentes, a veces me preguntaba ¿cómo y de dónde sacábamos ese talento para la insaciabilidad? Flotaba en el aire, el ambiente era agridulce, casi podía escuchar los pensamientos de las demás. Era incómodo convivir de esta manera, pero era obvio que estábamos mejor que las mujeres de clase obrera. Teníamos mantas de algodón, una cama digna para cada una de nosotras, todas en fila india, pero luego estaban ellas, las vi de camino aquí: con una triste sabana en el suelo junto con una almohada a penas sí inflada y una manta.

No era la primera vez que algo así sucedía, usualmente algún turista intentaba llevarse a una joven o un joven a su vida pecaminosa, por ello se usaban estás medidas para protegernos, tantas veces había pasado esto que aprendimos a susurrar casi sin hacer ruido. En la semipenumbra, cuando las maestras no miraban, estirábamos los brazos y alcanzamos a tocarnos las manos. Aprendimos a leer el movimiento de los labios: con la cabeza pegada a la cama, tendidas de costado, nos observábamos mutuamente la boca. Así, de una cama a otra, comunicamos nuestros nombres: Tabitah, Livia, Reachel, Lyna, Elisa, Zilla, Anantashesha, Mary.

- Ya duérmete, querida.

La maestra Dolores acarició mí hombro con suavidad, con su canoso cabello cayendo a un lado de mí cuerpo. Los hombres habían acordado que un puñado de las maestras durmieran todo el día para poder estar toda la noche pendientes de nosotras, todas estaban sentadas al lado de nuestras camas, las maestras estaban equipadas con libros de texto y con una taza de café, yo no entendía cómo podían tomarlo, a las jóvenes se nos prohibía beberlo, una vez lo hice y vomité toda la bendita noche. Me rendí y observé la cama vacía en donde Reachel iba a estar, aparentemente ella le había pedido a su marido que la dejase venir, el resultado fue ver como un hombre de 40 años cargaba a una joven embarazada y muy enojada hacía un auto.

Después de mucho pensar y pensar decidí intentar dormir, pues se notaba que la maestra Dolores estaba planeando asfixiarme con la almohada.

Después de mucho pensar y pensar decidí intentar dormir, pues se notaba que la maestra Dolores estaba planeando asfixiarme con la almohada

- Hoy es un día de dolor - recitó nuestro líder.

Sinceramente no sentía nada, ni una emoción negativa al respecto, todo lo contrario me parecía bellísimo el sarcófago negro en el centro de la Kanisa. Era negro no porque a la difunta le gustará ese color o porque simbolizará la muerte, era negro por una razón: ella nunca fue mujer. En nuestra comunidad no se era considerada mujer si no tenías un hijo, por eso no sería enterrada con las demás mujeres, sino en la soledad y la deshora de las No-mujeres, un cementerio espantoso, permítanme agregar.




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