Bellamy
<< — Tres millones por la flacucha está.>>
Esas palabras habían firmado mí sentencia, lo sabía, maldición, claro que lo sabía, no podría ser feliz. En este momento estaba encerrada en el sótano de la mansión de este hombre, digamos que...no le gustó mucho cuando intenté saltar del auto en movimientos en el que me llevaba para confirmarme aquí.
Lo único bueno que se podía destacar era que no me había visto obligada a convivir con él, cada tanto me traían comida, pero hoy no, no sabía porqué, a lo mejor se cansó de tenerme como carga y me dejará morirme de hambre, sería una muerte digna.
Escuchó agua, siempre es así, es como si en el techo siempre hubiera agua corriendo, un río, sí, específicamente un río, había noches en las que dormía y simplemente soñaba que manejaba un pequeño barco que navegaba por el río, sacándome de este lugar, estaba claro, que este hombre no iba hacer bueno conmigo, no lo sería, ni ahora o nunca, no me iba a amar, solo a destruir.
Cesar, ese era su nombre, me lo había revelado aquella primera vez en el auto.
Como si fuera una sospechosa de un crimen atroz me pusieron esposas y me dejaron en la parte trasera del auto, temblaba, el miedo en mí era impresionante, siempre me habían enseñado que debía pagar por mí crímen: ser mujer, pero no me iba a someter sin luchar, ya no.
No parecía del tipo de hombre que buscaba una mujer bella para mimarla. No parecía alguien que quisiera presumir de mí en una cena, comprándome vestidos caros y joyas. Me dio la sensación de que emanaba maldad.
Con suerte estaba equivocada.
Finalmente se unió a mí en el asiento trasero, sin ponerse el cinturón de seguridad. Se dejó el antifaz puesto, que le tapaba casi toda la cara.
Yo miraba fijamente hacia delante, con las manos detrás de la espalda. Si pudiera lanzar los brazos hacia delante, podría asfixiar al conductor que tenía justo en frente. Es posible que se estrellase y muriéramos todos. O mejor aún, que murieran ellos, y yo consiguiera salir ilesa.
Era una bonita fantasía.
Chloë me lo había enseñado, junto con la libertad, ella me había dado esperanza, la esperanza que necesitaba, por eso ahora soy así, decidida y sin temor a la muerte, con el único deseo de vivir, de realmente vivir, porque esto...no era una vida, no lo era. A veces me preguntaba, ¿Por qué tengo que tener vagina? ¿Por qué eso me hace menos especial? ¡Están horrible vivir así! ¡Con el único propósito de satisfacer los deseos ajenos! Nunca... nunca podré satisfacer mis propios deseos, a no ser que haga algo.
El coche se apartó del edificio y se unió al tráfico. Me puse derecha, observando las calles, jamás había salido de Afrodita, nunca y era increíble ver algo nuevo, me fascinaba y aterraba a la vez. No estaba segura de dónde estábamos, pero definitivamente nos encontrábamos todavía en Europa. Cuando estábamos ya dejando la belleza pecaminosa de la ciudad, mí captor se quitó la máscara. Tenia los ojos brillantes y azules, del tipo que relucía bajo la luz de las estrellas. Por un instante, lo hicieron parecer inocente. Pero tras un solo parpadeo, la maldad de su alma brilló con intensidad a través de ellos. Me miró con fijeza, como si yo fuese una presa y él un cazador. La tensión saturaba el aire, y mi corazón se llenó de alarma.
Tenía el cabello gris y peinado hacia atrás, dejando despejado su rostro redondo. Sus labios eran finos, del tipo que apenas se ven. Tenia el rostro sin ni un solo rastro de vello facial, parecía de unos 45 años, quizás menos, pero sus brazos me hicieron pensar que me partiría por la mitad, era fuerte.
— Ustedes no salen mucho, ¿Verdad? — preguntó él sin mirarme.
Yo no conteste, permanecí en silencio, haría que este tipo me odiara tanto que en sus mejores sueños simplemente se deshará de mí, porque en la realidad me volvería su tormento, su peor pesadilla.
Me miró fríamente, preparado para abalanzarse.
Yo sostuve su mirada, jurando en aquel instante si intentaba tocarme, lo mataría.
— ¿Tú nombre? — su voz sonaba tan cruel como durante la subasta. Era una voz áspera, como papel de lija frotado contra hormigón. Me arañó los tímpanos mientras se me metía dentro del cuerpo. Incluso aquellas simples palabras resultaban grotescas. Mí odio se multiplicó tanto que mis venas ardían en cólera, quería matarlo, merecía morir por arruinar mí única oportunidad de ser feliz, de obtener algo que no pensé que fuera posible.
Me negaba a contestarle. Me negaba a obedecer. Si quería que hiciese algo, tendría que esforzarse por ello, y no obtendría recompensa alguna.
Soltó una risita y se reclinó en el asiento de cuero —. Cuánto me voy a divertir contigo. Me encanta.
¿Divertirse? En el instante en el que me metiese el pene en la boca, se lo iba a arrancar de un mordisco.
—Te vas a llamar «Leila», ¿Sabes qué significa? Es un nombre de origen hebreo y significa "oscura en vanidad", porque eso son las mujeres, ¡Un montón de perras vanidosas! — Cesar me tomó del cabello y gritó esa última frase en mí oído.
Yo no dije nada o hice algo, simplemente me limité a intentar no llorar por el dolor que me había provocado, él después soltó mí cabello y lo acomodó suavemente en mis hombros, para después rodearme suavemente con sus brazos.
— No podía creer en mí suerte cuando la presentadora te anunció. Parecía demasiado bueno para ser verdad. Es algo que no pasa casi nunca — yo seguía sin saber lo que era tan atractivo en mí. Yo no era intrínseca mente peligrosa. Pero si tenía que correr por mi vida, haría cualquier cosa para sobrevivir —. Y entonces ensuciaste esa boquita preciosa en la sala declarando que éramos todos unos putos enfermos - su saliva salpicó en mí mejilla —. No me había excitado tanto en semanas — sin avisar él enterró sus asquerosos dedos en mí mentón haciéndome mirarlo —. Me lo voy a pasar de muerte amansando ese carácter tuyo, ¡Será una maravilla! ¡Ya lo verás! Eres como un semental salvaje al que nadie consigue ponerle una silla. Eres como el toro que no se puede montar. Sinceramente esperó que dure, no quiero que acabes como Shoula, Shunammite o Kala, sería un desperdicio.