Correo equivocado, corazón correcto.

Capítulo 3

Primer día de proyecto.
Nueva carpeta en el escritorio: “Proyecto RedNova”.
Nuevo objetivo en la vida: no volver a hacer el ridículo frente a Adrián.

El problema es que mis intenciones y mi coordinación motora nunca fueron buenos aliados.

—Camila, ¿traés las proyecciones de campaña? —pregunta Adrián desde su oficina de vidrio, con esa voz tranquila pero capaz de derretir neuronas.
—Sí, claro —respondo, segura.
Hasta que miro mi pantalla y me doy cuenta de que abrí la carpeta equivocada.
Proyecciones, sí… pero de ventas del 2020.

Intento ganar tiempo.
—Estoy… ajustando los números para reflejar… el contexto postpandemia.
Adrián levanta la vista, una ceja arqueada, y una sonrisa apenas insinuada.
—¿Del 2020? Qué previsora. —Perfecto. Me descubrió. Y todavía no son las nueve.

A media mañana tenemos una reunión con el equipo de marketing. Él habla con tono firme, elegante, midiendo cada palabra. Yo tomo notas como si me fuera la vida en ello, aunque la mitad de lo que escribo son cosas como:

“No mirar sus manos.”
“Respirar normal.”
“No parecer hamster con ansiedad.”

Y claro, en un intento de parecer útil, levanto la mano.
—Podríamos usar una estrategia con influencers para humanizar la marca.
Él asiente. —Me gusta. ¿Tenés algún perfil en mente?
—Sí, el mío —respondo sin pensar.

Silencio.
Todos me miran.
Adrián también.

—Interesante —dice, apenas ocultando la risa—. Aunque preferiría alguien con menos… antecedentes virales.
Toda la sala estalla en risas. Yo sonrío fingiendo que no quiero desaparecer en el aire acondicionado.

Más tarde, cuando quedamos solos, él se acerca a mi escritorio.
—No estuviste mal —dice, revisando mi presentación.
—¿En serio? —pregunto, incrédula.
—Sí. Sos... creativa. Un poco caótica, pero eso a veces es lo que hace falta.

No sé si me está halagando o describiendo una tormenta tropical.

Intento responder con madurez profesional, pero lo arruino completamente:
—Gracias, trato de ser… eh… funcional dentro de mi propio caos.
Él sonríe, se da media vuelta y dice antes de irse:
—Bueno, funcionás mejor que muchos.

Y así, sin más, me deja con el corazón latiendo más rápido que el WiFi de la oficina.

A la tarde, le mando un mensaje por el chat interno:

“Adjunto el archivo corregido. Esta vez sin memes. Lo juro.”
Él responde con un emoji de gato.
De ese gato.

Fin de mi concentración.




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