Correo equivocado, corazón correcto.

Capítulo 13

No sé cómo logré atravesar el pasillo sin que me trague la tierra.
Desde que llegué esta mañana, siento las miradas. No las directas, sino esas que se deslizan cuando pasás, que se disimulan con un “buen día” y una sonrisa contenida.
En cualquier otra circunstancia me daría igual, pero hoy… no.

Hoy sé exactamente qué están murmurando.
Y sé que, aunque trate de mantener la cabeza en alto, tengo la palabra foto tatuada en la frente.

Fernanda fue la primera en acercarse. Obvio.
—¿Querés que te diga o preferís fingir que no viste el grupo de WhatsApp? —me suelta, apenas dejo la cartera sobre el escritorio.
Suspiro. —Decime. Total, ya me imagino.
—Bueno… la foto de “ayer” está dando vueltas. Vos y Adrián. En una pose bastante... interesante.

Cierro los ojos un segundo.
—Genial. Justo lo que necesitaba para arrancar el día.
—Tranquila, no se ve nada comprometedor, solo… vos sentada en su regazo y él con cara de que no sabe si salvarte o proponerte matrimonio. —Su tono tiene ese brillo entre burla y ternura que me da ganas de tirarle un café encima.
—No es gracioso.
—Un poquito sí —responde, conteniendo una sonrisa.

Intento enfocarme en el monitor, pero mi mente no coopera.
Puedo sentir su presencia incluso sin verlo.
Sé que está en su oficina, a pocos metros, probablemente revisando informes con esa calma suya que a veces roza lo exasperante.
Mientras yo me derrito de vergüenza.

Al mediodía, los murmullos se multiplican.
“Dicen que entre ellos pasa algo”, escucho detrás mío.
“Y bueno, con esa química…”
“Seguro viene de antes.”

Aprieto el lápiz entre los dedos.
No pienso seguir alimentando ese circo.
Si Adrián no va a aclararlo, lo haré yo.

Respiro hondo y camino hacia su oficina.
Toco la puerta apenas.
—¿Tenés un minuto?
—Siempre —responde, sin levantar mucho la vista de unos papeles, pero con esa media sonrisa que me desconcentra.

Cierro la puerta detrás de mí.
—Mirá, no quiero parecer exagerada, pero deberías aclarar lo que pasó ayer.
Levanta la vista, curioso. —¿Aclarar?
—Sí. Lo que todos creen haber visto.
—¿Y qué creen haber visto? —pregunta, apoyando los codos en el escritorio, con un leve brillo divertido en los ojos.
—No te hagas el que no sabe, Adrián. Están diciendo que hay algo entre nosotros.
—¿Y no lo hay? —pregunta tan tranquilo que me deja sin aire.

Abro la boca para responder, pero me quedo en blanco.
—No. Obvio que no. —me apresuro a decir—. Solo quiero que el ambiente no se vuelva incómodo. Por vos, más que nada.
—¿Por mí? —repite, como si la idea le resultara curiosa.
—Sí. No quiero que te estén molestando con comentarios fuera de lugar,sos el jefe.
—No me molestan —responde, directo, sin titubear.
—¿Cómo que no? —pregunto, desconcertada.
—No me molesta lo que piensen los demás. Me importa lo que pensás vos.

Y ahí está.
Esa forma de desarmarme sin levantar la voz, sin moverse, solo mirándome.

—Yo… —empiezo, pero no sé a dónde quiero llegar.
—Camila —dice, más suave ahora—, no voy a negar nada porque no tengo nada que negar.
—¿Perdón?
—Lo que pasó ayer fue un accidente, sí. Pero si alguien me pregunta si me molestó tenerte cerca, no pienso mentir. No me molestó. En absoluto.

Trago saliva. Siento que el aire pesa más de lo normal.
—No digas esas cosas, Adrián.
—¿Por qué no?
—Porque la gente va a pensar…
—¿Qué? ¿Que entre nosotros pasa algo? —interrumpe, inclinándose apenas hacia adelante—. Ya lo piensan, Camila. Lo que digamos no va a cambiar eso.

Su tono no es desafiante, es tranquilo. Demasiado.
Y eso es lo que más me desarma.

—Lo mejor es mantener las cosas profesionales —digo al fin, en un intento desesperado por recuperar terreno.
—Claro —responde, aunque su sonrisa dice lo contrario—. Profesionales.

Silencio.
El tipo de silencio que no incomoda, pero que dice demasiado.
Sus ojos se quedan en los míos un segundo más de lo prudente, y juro que si no aparto la mirada ahora, voy a hacer una estupidez.

—Bueno —digo, enderezándome—, solo vine a aclarar eso.
—Y yo ya te aclaré que no tengo nada que aclarar —responde, con esa serenidad que me hace querer gritar.

Me doy la vuelta para irme.
Antes de salir, escucho su voz otra vez, más baja:
—Camila.
—¿Sí?
—Te recomiendo que ignores los comentarios. A veces, lo que más molesta a la gente es no tener una historia clara que contar.
—¿Y qué historia tienen que contar de nosotros?
—La que quieran —responde, sin apartar la mirada—. Mientras vos y yo sepamos cuál es la verdad.

Salgo de su oficina con el corazón golpeándome el pecho.
Porque no sé si yo misma tengo tan clara esa verdad.
Y por primera vez desde que lo conozco, empiezo a sospechar que, tal vez, él sí sabe exactamente lo que quiere.




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