Correo equivocado, corazón correcto.

Capítulo 25

El silencio del auto nos acompañó todo el camino de regreso al hotel.
No era incómodo, pero sí denso, como si cada palabra no dicha flotara entre nosotros esperando el momento justo para escapar. Afuera, Londres seguía siendo esa mezcla de gris y encanto, pero dentro del coche todo se sentía distinto.

Desde que Adrián tomó mi mano frente a todos y dijo que era su pareja, mi mente no había dejado de repetir la escena una y otra vez.
Su tono, su mirada, esa seguridad tan suya.
No sonó a impulso, ni a mentira.
Sonó a verdad.

Cuando el auto se detuvo frente al hotel, el viento fresco me despejó un poco. Bajé primero, agradeciendo la ayuda del valet parking, y apenas crucé la puerta principal, supe que necesitaba un momento para mí.
Quería cambiarme de ropa, sacarme los tacones, despejar la cabeza y procesar todo lo que había pasado.

Pero apenas di un paso hacia el ascensor, la voz de Adrián me alcanzó:
—Cami, esperá. —Su tono fue suave, pero con esa firmeza que siempre me detiene.

Me giré, y ahí estaba. Impecable, como siempre, pero con una expresión diferente: la de alguien que está a punto de sincerarse.
—¿Qué pasa? —pregunté, intentando que mi voz sonara más tranquila de lo que me sentía.
—Necesito hablar con vos. —Su mirada me sostuvo, seria, sincera—. No quiero que se me malinterprete lo que pasó.

Inspiré hondo.
—Claro. Te voy a escuchar, pero dejame cambiarme primero, ¿sí? —le pedí—. Prometo que no voy a tardar.
Él asintió, casi aliviado.
—De acuerdo. Yo también voy a cambiarme. Hablaremos en la sala.

Asentí y tomamos el ascensor.
En el camino hasta mi habitación, el corazón me golpeaba tan fuerte que sentía que cualquiera podría oírlo.
No entendía si estaba nerviosa, feliz, o ambas cosas.
Porque una parte de mí quería que me dijera exactamente lo que imaginaba, pero la otra tenía miedo de escuchar algo diferente.

Entré a mi habitación y me apoyé en la puerta apenas la cerré.
Todo me olía a él.
El perfume que todavía llevaba en la piel, el recuerdo de su mano sobre la mía, la forma en que había dicho “su pareja” con esa convicción…
Suspiré, intentando calmarme.

Me quité los zapatos y me puse un short de algodón claro y una camiseta liviana. Nada especial, pero cómodo. Me até el cabello en una coleta baja y me miré al espejo.
Tenía las mejillas encendidas, los ojos brillantes. No era solo cansancio. Era todo lo que me pasaba por dentro.

Cuando salí de la habitacion, él ya estaba esperándome.
Había cambiado el traje por una remera oscura y jeans. Tenía el cabello un poco despeinado, y por alguna razón, me pareció más atractivo que nunca.
Estaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas, dándole vueltas a algo en las manos. Cuando me vio, se enderezó enseguida.

—Gracias por venir —dijo, en tono bajo.
—No es que haya tenido que venir muy lejos —intenté bromear, pero mi voz sonó más temblorosa de lo que quería.

Me senté a su lado. Dejamos un pequeño espacio entre los dos, aunque ambos sabíamos que era simbólico. Bastaba con movernos un centímetro para que ese límite se rompiera.

Él fue el primero en hablar.
—Sé que hoy me pasé. —Bajó la mirada—. Lo que hice en el almuerzo no fue correcto. No tenía que decir eso, ni mucho menos delante de todos.
—Adrián… —empecé, pero me detuvo con un gesto.
—Dejame terminar, por favor. —Su voz tembló apenas—. No podía ver cómo te miraba ese tipo. Ni cómo te hablaba. Sentí… no sé. Celos, supongo. De esos que uno intenta negar, pero que se le escapan igual.

Me quedé callada.

Él suspiró, frotándose la nuca.
—No estoy orgulloso. —Me miró a los ojos, y lo vi tan sincero que no pude evitar sentir un vuelco en el pecho—. Pero no pude evitarlo, Cami. No cuando se trata de vos.

Sonreí apenas, bajando la mirada.
—Disimulás muy mal cuando algo te molesta —le dije con ternura.
Eso lo hizo sonreír también, aunque fue una sonrisa corta, casi triste.
—¿De verdad se notó tanto?
—Mucho. —Lo miré con suavidad—. Pero no te preocupes. No pensé nada raro del hombre. Solo estaba siendo educada.

Él asintió, aunque se notaba que la incomodidad seguía ahí.
—Lo sé. Y justamente por eso me siento peor. No tenía derecho a meterme así.
—No —lo interrumpí despacio—. Pero lo hiciste igual. Y te entiendo.

Se quedó mirándome, sorprendido por mi tono.
—¿Me entendés?
Asentí.
—Sí. Porque si te soy sincera, a mí también me habría molestado un poco ver que alguien más te mire así.

El silencio que siguió fue distinto.
No pesado. No incómodo.
Era ese silencio que precede a algo que ambos ya saben pero no se atreven a decir.

Me atreví a sostenerle la mirada.
Él tenía los ojos fijos en mí, con esa mezcla de deseo y contención que tantas veces me había desconcertado.

—Adrián —dije por fin—, no te sientas mal por lo que hiciste. No voy a justificar los celos, pero… entiendo de dónde vienen.
Tragó saliva.
—Entonces… ¿no estás enojada conmigo?
—No. —Negué con la cabeza, sonriendo con suavidad—. En realidad, lo único que me generó todo esto fue tener que admitir algo que llevo un tiempo sintiendo.

Él frunció ligeramente el ceño, curioso, con una esperanza que intentaba esconder.
—¿Algo como qué?

Respiré hondo.
—Que por más que alguien intente conquistarme… va a ser imposible. —Su mirada se tensó, sus labios entreabiertos—. Porque a mí ya me gusta alguien.

Sus ojos se abrieron un poco más.
—¿Ah, sí? —preguntó con voz baja—. ¿Y ese alguien tiene alguna posibilidad todavía?

Sonreí.
No podía seguir fingiendo. No después de todo lo que habíamos compartido, de la forma en que me miraba, de cómo se me aceleraba el corazón cada vez que se acercaba.
—Sí tiene una posibilidad —dije con una sonrisa leve—. De hecho, más de una.
—¿Puedo saber quién es? —Su tono fue un susurro, pero sus ojos brillaban, expectantes.




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