Corrompido

9

El aire frio estaba golpeando mi rostro mientras le quitaba el candado a mi bicicleta. Jesús se encontraba enfrente de mí haciendo lo mismo.

—Andrei —pronunció Jesús llamando mi atención, levante la cabeza para verlo mejor— ¿Tienes algo que hacer?

Voleó a ver hacia Gabriela discretamente, la cual se subió al auto de su padre, lo que significaba que esa noche no podía ir a su casa.

—No —dije metiendo el candado a la mochila—. ¿Por qué?, ¿tienes algo planeado?

—Vamos a comprar algo para beber —contestó Jesús con una gran sonrisa.

—Está bien.

Nos subimos a nuestras bicicletas y fuimos al único lugar abierto a esa hora, era el depósito del señor Jiménez, que seguía vendiendo cuando el reloj marcaba más de las nueve de la noche, ya que, todas las tiendas cerraban a más tardar a las ocho, sin mencionar, que era el único lugar del pueblo que les vendía alcohol a menores de edad clandestinamente.

Compramos algunas cervezas, un vodka sabor tamarindo y unos cigarros. Saque el sobre amarillo que Rosalio nos había dado por nuestro pago.

—Voy a tomar su lapicera un momento —le dije al anciano que nos estaba haciendo la cuenta.

Agarré el bolígrafo color negro, borrando el acento en la letra "E" de mi nombre.

—¿Por qué te molesta que pongan el acento en tu nombre? —Preguntó Jesús frunciendo el ceño, solo me encogí de hombros.

—Hay una teoría en donde dicen que tu destino esta por como escriben tu nombre, es posible que, en un mundo paralelo, mi nombre esta con acento y tal vez ahí nunca mi padre se fue, y nunca conocí a Nazario.

Saqué una parte del dinero del sobre y Jesús hizo lo mismo. Tomamos las cosas y nos dirigimos a un parque, todo estaba solitario. Solo nos acompañaba el sonido de las ramas de los pinos rechinar cuando el viento soplaba. Nos tomamos algunas cervezas, al acabarse las acomodamos sobre una mesa, que estaban aproximadamente a 2 metros de distancia de nosotros, con algunas piedras intentábamos golpearlas, cuando alguno fallaba nos reíamos, tal vez era el efecto del alcohol en nuestro organismo.

—Hace tiempo que no me divertía —dijo Jesús tomando un trago del Vodka, se lo quité para hacer lo mismo.

Sentí como el líquido raspó mi garganta, me limpié lo sobrante con la manga de mi chamarra. Jesús saco su celular del bolsillo de su pantalón.

—Creo que ya es hora de irnos —dijo señalando la hora que marcaba en el teléfono: quince para la media noche.

Habíamos pasado el tiempo hablando y lanzando piedras. Saque de mi bolsillo la roca color negro y la lancé contra de la solitaria lata, sabiendo que regresaría a mi como un imán. Jesús no se dio cuenta de ello, era un buen momento para preguntarle sobre ello, pero estaba borracho al igual que yo, así que sería difícil que me diera una respuesta.

Le entregue a Jesús la botella que todavía estaba a la mitad y él me entrego la cajetilla de cigarros, la cual, Jesús le dibujo una capa al camello que tenía impreso. Lo tomé y los metí en el bolsillo del pantalón.

—¿Podrás ir solo ha casa? —Preguntó Jesús.

—Para decir verdad —dije mirándolo—, entre los dos, tú eres él que está más ebrio.

—Creo que es verdad —dijo el chico moreno mientras me apuntaba—. Pero tú vives más lejos.

—Estaré bien, no te preocupes.

—Me llamas cuando llegues a casa —advirtió antes de irse.

El camino estaba desolado, no había ni una sola alma, estaba preparado por cualquier cosa que podía suceder, algún demente que saliera de la oscuridad o un animal, pero lo que más esperaba, era no tener otro encuentro con Yoali, aunque todavía estaba pensando que solo había sido un sueño.

Estaba a una cuadra para llegar a mi casa cuando un auto color blanco se detuvo enfrente de mí, haciendo que frenara para no chocar contra este, de ella bajaron dos hombres, los cuales pude identificar. Era Naim y Jair, el novio de Gabriela, eso no era buena señal.

—Está muy bonita la noche, ¿no lo crees Andrei? —dijo Naim acercándose a mí.

Pase saliva, ellos no estaban ahí para hablar sobre la noche y mucho menos sobre la luna, estaban por otro motivo, ignore su comentario, y decidí continuar con mi camino. Pero ellos no pensaban lo mismo, cuando pasé a un lado Jair, este me agarró de la chamarra haciendo que me cayera de la bicicleta.

—¿Por qué te vas sin despedirte? —Preguntó sarcásticamente Jair.

—¿Qué quieren? —dije tratando de sonar lo más natural, pero en el fondo estaba aterrado.

Ellos eran más altos y fornidos que yo, en especial Jair, que parecía que todo el día se la pasaba en el gimnasio. Era mucho más fuerte, sin olvidad que tenía 22 años, y el cabello corto, ya que se estaba preparando para entrar a la policía.

Jair me toma del cuello de la chamarra haciendo que me levantara, mi espalda chocó contra la parte trasera del auto, haciendo que soltara un quejido de dolor. Él me miraba a los ojos, eran tan intenso que sentía que podía atravesar mi alma.

—Solo venimos advertirte una cosa —dijo Naim poniéndose a un lado de Jair, aunque él era más bajo y menos musculoso que su amigo, aun así era intimidante—, se perfectamente lo que hay entre mi hermana y tu —tragué saliva—. Y te lo voy a decir de buena manera, aléjate de ella.




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