Cortemos (pero no del todo)

1. Spoiler: él sigue bueno, yo sigo rota

ZOE

Estoy en la cocina, con mi bata de terciopelo (la que parece una alfombra vieja) y una mascarilla verde pantano que me hace lucir como si Shrek y el Grinch hubieran tenido un accidente con una licuadora. Me estoy preparando mi quinto café del día, porque la vida es demasiado corta para no tener un temblor en el ojo…cuando la puerta de mi departamento se abre de golpe.

—¡Zoe, cariño, mi bombón de almíbar! ¡Tengo una noticia que te va a volar la peluca hasta la estratosfera! —Carolina, mi mejor amiga y autoproclamada "gurú de mi carrera" (léase: la que maneja mi vida y mis dramas), irrumpe gritando como si acabara de descubrir una cura para la resaca.

—Recuérdame por qué fue que te di llave de mi casa.

—Porque duermes hasta las tantas. Ahora dime: ¡adivina las buenas nuevas!

—¿Por fin te casas con tu novio el oficinista y me dejas disfrutar de mi soledad y mi comida para llevar en paz? —respondo, sin mover un músculo facial, porque mi mascarilla tiene la consistencia del concreto recién fraguado. Siento que si sonrío, se me va a desprender la piel.

Ella me ignora con la gracia de un asteroide cayendo a la Tierra y se desploma en mi sofá, con la energía de quien se acaba de tomar una botella de red bull mezclada con glitter.

—¡No, mucho mejor! ¡Mejor que eso! ¡Llamaron desde la agencia! ¡Quieren que renueves el contrato de imagen con… Thiago Rivas!

Silencio.

Un silencio tan espeso que podrías cortarlo con un cuchillo de mantequilla. Un silencio que grita "pánico" en 50 idiomas diferentes. Siento que mi cerebro acaba de activar el modo "error 404: realidad no encontrada".

—¿Perdón? —logro balbucear, creyendo que la mascarilla me ha afectado el oído o que la cafeína ha decidido jugar a las escondidas con mi cordura.

—Sí, Zoe, con Thiago. Tu ex. El magnate que respira dinero, perfume francés y aires de superioridad. El hombre que tiene un séquito de abogadas y una sonrisa que me da escalofríos. Ese mismo.

La miro como si acabara de anunciarme que tengo que casarme con mi tostadora y tener hijos con ella. Y la tostadora me odia.

—¿Estás diciendo que tengo que fingir que estoy enamorada del hombre que me dejó por un contrato de patrocinio de…gel para el cabello?

—Técnicamente, tú lo dejaste a él.

—¡Porque me olvidó en un avión! ¡En primera clase! ¡Pero me olvidó! ¡Y no era un vuelo corto, Carolina, era un vuelo transatlántico! ¡Estuve cinco horas llorando mientras comía cacahuates y él llegaba a tiempo para su publicidad de productos capilares para hombres en la madurez de que se les cae el pelo!

—Bueno, detalles, detalles sin importancia —dice ella, mientras se desliza por su celular, como si mi trauma fuera un episodio más de una serie que ya vio—. El punto es que quieren una campaña GIGANTE. Fotos, entrevistas, una gira de prensa por TRES países. Es mucho dinero, Zoe. ¡Muchísimo! ¡Podríamos nadar en él como el Tío Rico!

Sus palabras me atraviesan el alma con la delicadeza de un rinoceronte con patines de hielo. Intento mantener mi dignidad, pero en mi cabeza, un coro de mis pequeños yo interiores está gritando: "¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡Y otra vez NO, con mayúsculas y en negritas!".

—¿Por qué yo? —pregunto, con voz de víctima de documental de Animal Planet. —Hay miles de modelos, actrices, influencers… mujeres más rubias, más altas, con menos traumas visibles y que no usan batas de terciopelo que parecen sacadas de un armario de los 70. Además, tuvimos un escandaloso corte cuando me humillaron brutalmente esos videos de mi estupidez andante llorando en un país en mitad de la nada mientras él era arrastrado por su equipo y sus fans a fin de llegar a grabar ese publicitario.

—Porque ustedes eran un FENÓMENO, Zoe. La gente los AMABA. Y, cariño… tú lo necesitas. El regreso de la pareja es una bomba publicitaria que solo podría tener impacto una vez.

Esa frase final me cae como un balde de agua helada en la espalda. Y, para mi desgracia, tiene razón. Desde que corté con el señor "perfume y ego", mis seguidores se desplomaron como un castillo de naipes. Los contratos se evaporaron más rápido que mis ganas de ir al gimnasio. Y mi cuenta bancaria… bueno, mi cuenta bancaria tiene más telarañas que mi vida amorosa.

Pero volver a sonreír al lado de ese hombre… sería como intentar abrazar un cactus lleno de brillantina. Duele y te deja picazón.

—No voy a hacerlo —digo, con una firmeza que ni yo misma me creo.

—Sí vas a hacerlo —responde ella, con tanta seguridad que me dan ganas de lanzarle la mascarilla verde como un frisbee.

—¡No pienso soportar su ego del tamaño de un planeta, sus trajes perfectos que parecen recién salidos de una revista, y su irritante "yo no doy entrevistas, mi presencia es suficiente"!

—Ya firmé el preacuerdo.

Silencio.

Esta vez, el silencio que precede a una catástrofe nuclear. O a mi propio ataque de nervios.

—¿Qué… hiciste?

—Era eso o perder el departamento, el auto… y tu crédito ilimitado con la marca de agua premium que te da botellitas gratis con tu cara. ¡Piensa en la hidratación, Zoe! ¡Piensa en el skincare!

Respiro. Inhalo. Exhalo. Intento no morir ahí mismo, ahogada en mi propia indignación. Y entonces me doy cuenta de que, tal vez, la verdadera tragedia de mi vida no fue haberme enamorado de Thiago Rivas… sino haberle dado a mi mejor amiga el poder legal sobre mi firma digital.

—Perfecto —digo, arrancándome la mascarilla con la furia de mil guerreras. Me siento como si le estuviera quitando la piel a un enemigo—. Entonces voy a necesitar un outfit nuevo, tres litros de vino y un psiquiatra que haga visitas a domicilio. ¡Y que acepte pagos en especie si es necesario!

—¡Esa es mi chica! —responde Carolina, sonriendo con orgullo, como si yo hubiera ganado el Premio Nobel de la Paz.

—No me felicites, Carolina. Estoy a punto de cometer un acto de estupidez mediática en cadena nacional. Y tú eres la única culpable.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 10.11.2025

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