THIAGO
El sol se cuela por las rendijas de las cortinas, atacándome los párpados con la delicadeza de un rayo láser. Un gemido escapa de mi garganta, mezclándose con el zumbido persistente en mi cabeza. El mundo gira, no en el sentido romántico de las películas, sino en el de una centrifugadora que decidió usar mi cerebro como carga. Anoche fue… una imagen borrosa. De esas que se ven fantásticas en Instagram, pero se sienten como un puñetazo en la conciencia a la mañana siguiente.
Extiendo un brazo, buscando a tientas la mesita de noche, donde mi celular yace como un monumento a la irresponsabilidad. Antes de encontrarlo, mi mano choca con algo suave. Ah, sí. La chica. ¿Cómo se llamaba? ¿Camila? ¿Carla? Algo con "C". Tiene el pelo oscuro, despeinado, y un brazo que se extiende posesivamente sobre mi pecho. Su respiración es tranquila, a diferencia de la mía, que suena a locomotora a punto de descarrilarse.
Abro un ojo, luego el otro, y la luz me obliga a cerrarlos de nuevo. ¿Qué hora es? Mi cabeza late con la furia de mil tambores de guerra. Siento que mi boca está forrada con algodón y que mi lengua decidió declararse en huelga. Necesito agua. Mucha agua. Y quizás una aspirina del tamaño de un ladrillo.
Enfoco la vista en el reloj digital. 8:30 AM. Demasiado temprano. Para mí, el sol no debería aparecer antes de las 10:00 AM, y solo después de que mi café haya hecho su magia.
Justo cuando estoy a punto de caer de nuevo en el dulce abismo del sueño, mi celular vibra. Y no es una vibración discreta. Es la vibración "alerta de tsunami" que solo mi manager, David, usa cuando el mundo está a punto de acabarse. O cuando tiene una noticia que cree que me va a hacer levitar de la emoción. Generalmente, ambas cosas están relacionadas con mi vida.
Ignoro la llamada. Un minuto de silencio. Luego, el celular vuelve a vibrar, con más insistencia aún. Es como si David tuviera un GPS incorporado en mi cerebro que le avisa cuando estoy a punto de ignorarlo.
—Por todos los cielos —murmuro, con la voz más rasposa que un rallador de queso.
La chica a mi lado se remueve, gimiendo suavemente. Oh, no. Por favor, no. Que no despierte. Que siga dormida. Que sea uno de esos encuentros que terminan con una nota discreta y un mensaje de texto. No tengo la energía para socializar. Mucho menos para explicar por qué mi manager me está llamando a las ocho y media de la mañana.
Con un esfuerzo hercúleo, tomo el celular. La pantalla brilla con el nombre de David.
—¿Sí? —gruño, tratando de sonar menos como un moribundo y más como un magnate de los negocios. Fallo estrepitosamente.
—¡Thiago! ¡Por fin! ¡Pensé que te había tragado la cama! —La voz de David es una ráfaga de entusiasmo que perfora mi tímpano como un taladro.
—David, ¿sabes qué hora es? Y, por el amor de Dios, baja la voz. Siento que mi cabeza va a explotar.
—¡Es hora de hacer dinero, Thiago! ¡Mucho dinero! ¡Y de revivir la leyenda! —Su voz sube dos octavas. Puedo escucharlo gesticular a través del teléfono. David es de esos managers que hablan con todo el cuerpo, incluso cuando está solo en su oficina.
Me siento lentamente, con cuidado de no despertar a la "C". El movimiento provoca una punzada en la sien que me hace ver estrellas. Me froto los ojos, tratando de despejar la niebla mental.
—¿De qué estás hablando, David? ¿Qué leyenda? ¿Acaso Beyoncé quiere que invierta en su línea de ropa interior? Porque eso sí me interesaría.
—¡No! ¡Mucho mejor! ¡Los de la agencia de publicidad…! —David hace una pausa dramática, como si estuviera a punto de revelar el secreto del universo. Respiro hondo, preparándome para lo peor. O lo más excéntrico. Con David, siempre es una de dos. —¡Quieren renovar el contrato de imagen con… Zoe!
El mundo se detiene. Mi corazón deja de latir por un segundo. La punzada en mi cabeza se transforma en un golpe de martillo. Zoe. El nombre resuena en mi cerebro, una melodía prohibida que creí haber silenciado hace años.
—¿Zoe? —Mi voz es apenas un susurro. Me parece que el aire se ha vuelto denso, difícil de respirar.
—¡Sí, Thiago! ¡Zoe! ¡Tu ex! ¡La influencer! ¡La chica que enloqueció a los fans! ¡El fenómeno de las redes sociales! ¡La que te hizo ver… bueno, menos egocéntrico! —David suelta una risita. Una risita que me da ganas de tirarle el celular por la ventana.
Me levanto de la cama con una agilidad que no sabía que poseía, ignorando la protesta de mi cuerpo. La "C" se mueve de nuevo, y por un momento, me pregunto si está escuchando. No puedo permitirlo. No puedo discutir esto con ella aquí.
Me dirijo a la puerta del dormitorio, tratando de ser silencioso. El piso frío bajo mis pies es un shock, pero lo ignoro. Lo único que importa es salir de aquí.
—David, estás bromeando, ¿verdad? Esto es una broma de muy mal gusto.
—¡Para nada! ¡Están dispuestos a pagar una fortuna, Thiago! Una fortuna con muchos ceros. ¡Piensa en lo que podríamos hacer! ¡Una gira, entrevistas, eventos! ¡Sería un boom mediático sin precedentes! ¡La pareja de oro está de vuelta!
La pareja de oro. La frase me golpea con la fuerza de un tren de carga. Recuerdo las fotos, los titulares, las entrevistas donde fingíamos ser la pareja más feliz y enamorada del mundo. Recuerdo el brillo en los ojos de Zoe, su risa contagiosa, su forma de ser tan… genuina. Y recuerdo cómo lo arruiné. Cómo lo arruiné todo.
Salgo del dormitorio y cierro la puerta con suavidad. Me dirijo a la sala de estar, que está en un estado similar al de mi cabeza: un caos organizado. Botellas de champán vacías, copas por todas partes, almohadas tiradas por el suelo. Un desastre. Justo como mi vida.
Me siento en el sofá, hundiéndome en los cojines. Mi mente está en un torbellino. Volver a ver a Zoe. Volver a trabajar con ella. Volver a fingir que… que algo. Es una tortura.
—David, ¿estás loco? ¿Cómo se te ocurre que voy a trabajar con Zoe? ¡Terminamos hace años! Y no fue precisamente en buenos términos.