Cortemos (pero no del todo)

3. El diabólico contrato

ZOE

Mis tacones resuenan en el impecable mármol del lobby de la agencia, cada paso un golpe seco que martillea mi ya frágil sistema nervioso. Voy vestida para la ocasión: un traje de pantalón y saco blanco inmaculado que me hace sentir como una novia fugada o la villana de una película de ciencia ficción, además de que se me ajusta tanto a la cintura que espero no volar un botón. Carolina, a mi lado, irradia la energía de una presentadora de televisión en horario estelar, con una sonrisa que amenaza con dislocarle la mandíbula.

—¡Zoe, cariño, relájate! ¡Piensa en los ceros! ¡En las vacaciones en las Maldivas! ¡En que por fin vas a poder comprar ese bolso de diseño que tanto quieres y no uno de imitación que huele a plástico quemado! —Su entusiasmo es tan contagioso como una gripe estacional. Y tan molesto.

—No estoy pensando en bolsos, Carolina. Estoy pensando en el hecho de que estoy a punto de entrar en una sala con Thiago Rivas y fingir que no quiero lanzarle el contrato por la cabeza.

Carolina me da un codazo juguetón.

—¡Exagerada! Solo son un par de horas. Sonríes, firmas, cobras… ¡y a vivir la vida de ensueño!

La vida de ensueño. La ironía de sus palabras me quema por dentro. Mi vida de ensueño se desmoronó hace años, cortesía del hombre al que estoy a punto de enfrentar.

Llegamos a los ascensores. Las puertas se abren con un suave siseo, revelando una cabina espejada y demasiado pequeña. Siento una punzada de claustrofobia. No es el tamaño lo que me agobia, es la posibilidad de…

—¡Thiago! ¡Justo a tiempo! —La voz de David, el manager de Thiago, resuena en el lobby.

Mi corazón da un vuelco y se desploma hasta mis zapatos. Mis ojos se encuentran con los suyos en el reflejo del espejo del ascensor. Allí está. Como si los últimos años no hubieran pasado. El mismo pelo oscuro impecablemente peinado, la misma mandíbula marcada, los mismos ojos oscuros que solían derretirme el alma y ahora solo me provocan urticaria. Lleva un traje hecho a medida que despide opulencia en cada costura. Maldita sea, sigue bueno. Demasiado bueno para mi salud mental.

A su lado, David, con una sonrisa que podría iluminar un estadio entero, le da una palmada en la espalda.

—¡Zoe! ¡Qué gusto verte! ¡Estás radiante! —David, siempre caballeroso, siempre intentando suavizar las cosas. Le devuelvo una sonrisa forzada que siento que se va a romper en mil pedazos.

Thiago, por su parte, me mira con una expresión indescifrable. No hay arrepentimiento. No hay remordimiento. Solo una especie de… ¿resignación? Es como si estuviera a punto de ir a una extracción de muelas. Mis uñas se clavan en la palma de mi mano.

—Thiago —digo, con mi voz es más plana de lo que me gustaría.

—Zoe —responde él, su voz, profunda y resonante, me revuelve el estómago.

Carolina, siempre la salvadora de las situaciones incómodas, interviene con una alegría desbordante.

—¡Perfecto! ¡Vamos todos juntos! ¡Así nos ponemos al día de camino!

—Qué bueno…nos pongamos al día—farfulla entre dientes Thiago.

¡¿Al día?! ¡¿Al día de qué?! ¿De cómo me destrozaste la vida y te convertiste en un magnate aún más rico mientras yo intentaba reconstruir la mía con cupones de descuento?

Entramos en el ascensor. Es aún más pequeño de lo que parecía. Ahora somos cinco personas en un espacio diseñado para tres. Siento que el aire se espesa, que las paredes se cierran a mi alrededor. La energía entre nosotros es palpable, una mezcla tóxica de resentimiento, incomodidad y la necesidad de fingir que todo está bien.

Carolina y David empiezan a hablar a la vez, llenando el silencio con una cháchara incesante sobre la industria, los nuevos talentos y lo emocionante que es este nuevo proyecto. Yo solo asiento, forzando una sonrisa, mientras por dentro estoy gritando. Thiago está de pie frente a mí, demasiado cerca. Su perfume… un aroma familiar y traicionero, me asalta. Me recuerda a las noches de verano, a risas compartidas, a promesas rotas.

Miro mi reflejo en el espejo, y veo a la Zoe de hace años. La que estaba enamorada. La que creía en los cuentos de hadas. La que pensó que este hombre era su destino. Y la veo ahora, una mujer que ha aprendido a poner barreras, a no confiar, a protegerse.

—Entonces, Zoe, ¿cómo te ha ido? —pregunta David, intentando ser amable.

—Bien —respondo, con un tono más cortante de lo que pretendía. Carolina me da un discreto pisotón. —Ocupada. Mucho trabajo. Ya sabes.

—¡Claro! ¡Y eso que no has parado! —Carolina, siempre intentando mejorar mi imagen, incluso cuando yo solo quiero desaparecer. —De hecho, acaba de terminar un proyecto…

—Un proyecto personal —interrumpo, mirándola fijamente. No quiero dar detalles. No quiero que Thiago piense que estoy bien. Que todo ha sido fácil.

Thiago no dice nada. Solo me mira a través del espejo, y por un microsegundo, nuestros ojos se encuentran. Es un choque eléctrico. Una chispa de algo que creí muerto. Un recuerdo fugaz de la química que alguna vez tuvimos. Aparto la mirada rápidamente, sintiendo un calor subir por mi cuello.

El ascensor se detiene. El piso 10. La sala de reuniones. El momento de la verdad.

Las puertas se abren y salimos, cada uno intentando mantener una distancia prudente. La sala de reuniones es enorme, con una mesa de cristal tan larga que podrías jugar al fútbol en ella. Varios ejecutivos de la agencia ya están sentados, con sonrisas corporativas y montones de documentos.

Nos sentamos. Carolina a mi derecha, David a la izquierda de Thiago. Él y yo quedamos uno frente al otro, con la inmensa mesa entre nosotros. Es como un campo de batalla.

La reunión comienza. Los ejecutivos hablan de proyecciones, de campañas, de un “relanzamiento de marca” para la “pareja más querida de la industria”. Las palabras zumban a mi alrededor, pero apenas las escucho. Mi atención está fija en Thiago.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 10.11.2025

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