THIAGO
La primera sesión de fotos.
La "reconciliación" en alta definición.
Mi estómago se convierte en un nudo que ni siquiera mi entrenador personal de yoga podría desatar. Hoy es el día en que tengo que fingir que estoy locamente enamorado de la mujer que, en su momento, me hizo sentir como si mi corazón hubiera sido aplastado por un camión de diez toneladas. Y luego me odió con la intensidad de mil soles.
Llego al estudio, un loft industrial gigantesco que huele a laca para el cabello, sudor y ambición. El lugar está pululando de gente: maquilladores con sus paletas de colores dignas de un artista renacentista, asistentes corriendo con percheros repletos de ropa ridícula, y el fotógrafo, un tipo bajito con barba hipster y gafas de pasta que parece estar a punto de implosionar.
David, mi manager, me recibe con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera a punto de llevarme a Disneyland.
—¡Thiago, mi hombre! ¡Estás listo para el renacimiento! ¡Siente la energía! ¡Siente la vibra!
La única vibra que siento es la de mi hígado protestando por la abstinencia de café.
—La única energía que siento, David, es la de la resaca tardía. ¿Dónde está el café? Y que sea del bueno. No esa porquería de máquina que parece agua de calcetines.
David me ignora y me empuja hacia el área de vestuario, donde me espera un horror indescriptible.
—¡Thiago, esta es la visión! ¡Pasión! ¡Brillo! ¡Amor!
Frente a mí, en una percha, cuelga un traje. No un traje elegante. No un traje discreto. Un traje entero de… ¡lentejuelas! plateadas. Brillante. Escandaloso. Como si una bola de discoteca hubiera vomitado encima de un sastre.
—¿Es en serio? —pregunto, sintiendo cómo se me sube la bilis—. ¿Me quieren convertir en un show de Las Vegas?
—¡Es arte, Thiago! Los ojos del mundo están puestos en ti y en la bomba de noticia que se avecina—dice David, con los ojos vidriosos por la emoción.
En ese momento, Zoe aparece del otro lado del vestuario, acompañada por Carolina. Ella lleva… oh, por el amor de Dios. Ella lleva un vestido que no es de lentejuelas, pero sí está confeccionado con un material tan brillante que parece que han atrapado a un centenar de luciérnagas en su tela; con la diferencia de que a ella le sienta de maravilla. Sus ojos se encuentran con los míos, y en ellos, veo el mismo horror reflejado. Y una chispa de malicia.
—Thiago —dice, con esa voz suave pero mordaz que tanto me saca de quicio—. Veo que también te han bendecido con la vestimenta de "incómodo brillo traumatizante” por esa cara que llevas.
—Zoe—respondo, con un tono igualmente afilado—. Pensé que habías superado tu fase de querer ser un arbolito de Navidad andante.
Carolina interviene antes de que podamos declararnos la guerra abierta.
—¡Chicos, chicos! ¡La química es increíble! ¡Se nota que hay fuego!
Fuego. Sí, el fuego de una hoguera de vanidades a punto de quemar el estudio.
El fotógrafo, un tal Pierre, se acerca, aplaudiendo con fervor.
—¡Magnífico! ¡Magnífico! ¡La tensión, la chispa! ¡Es oro puro! ¡Necesito esa energía en el set! ¡Vamos, a maquillaje y vestuario!
Mientras me arrastran hacia una silla para que me pongan base y me peinen, veo a Zoe recibiendo instrucciones sobre sus poses. Me mira por encima del hombro del maquillador y me regala una sonrisa que no llega a sus ojos. Es una sonrisa de "vas a sufrir".
Cuando por fin estoy vestido con el traje brillante que pica como mil agujas, me siento un idiota. Mi reflejo en el espejo es el de un espantapájaros futurista. Zoe, en su vestido brillante, se ve… espectacular. Maldita sea. Siempre se ve espectacular. Incluso cuando intenta ocultarlo.
Llegamos al set. Es un espacio blanco inmaculado, diseñado para ser "minimalista" y "elegante". Es decir, un fondo blanco donde nuestros ridículos atuendos brillan con aún más fuerza.
—¡Bien, bien! ¡La pareja de oro! —Pierre nos recibe con los brazos abiertos—. ¡Quiero amor! ¡Quiero pasión! ¡Quiero que se miren como si fueran lo único en el universo!
Zoe y yo nos miramos. La única cosa que vemos es el infierno en los ojos del otro.
La primera pose: Debo abrazar a Zoe por la cintura y ella debe recostar la cabeza en mi hombro. Me acerco a ella, y siento su cuerpo tensarse como una tabla. Su perfume… ese aroma a jazmín y algo cítrico, me golpea. Es el mismo aroma que usaba cuando… No. Olvídalo, Thiago. Es una pose.
—Más cerca, Thiago, ¡más cerca!—grita Pierre.
Rodeo la cintura de Zoe. Ella me lanza una mirada fulminante.
—Si me tocas demasiado, te prometo que te cortaré un dedo—susurra entre dientes.
—El placer sería mío—respondo, con una sonrisa forzada para la cámara.
Click. Click. Click.
—¡Perfecto! ¡Ahora Zoe, recuesta tu cabeza en su hombro! ¡Como si fuera tu lugar seguro!
Zoe apoya la cabeza en mi hombro con la delicadeza de una piedra. Siento su cabello rozar mi mejilla. Y luego, el desastre.
—¡Ay!—exclama Zoe, levantando la cabeza de golpe—. ¡Pero qué demonios! ¡Me has jalado el cabello!
Miro mi hombro y encuentro que hay un cabello atascado entre las lentejuelas de mi traje.
—¡Pero de qué hablas! —protesto—. ¡Es un accidente! Se te atoró a ti el pelo con mi traje, si tan solo tuvieras más cuidado…
Pierre, el fotógrafo, ya está a punto de llorar.
—¡Calma, por favor! ¡La pasión es buena, pero el drama personal… eso no debe captarlo la cámara!
Pasamos a la siguiente pose.
—Thiago levanta a Zoe en brazos—advierte Perre. Mi parte favorita para tomar venganza. Me acerco a ella, con una sonrisa que oculta mi plan.
—No me dejes caer, Rivas—dice ella, con la barbilla en alto.
—Solo si prometes no gritar—le respondo.
La levanto. Es más ligera de lo que recuerdo. Y el contacto de su cuerpo… No. Concéntrate, Thiago. Este es tu momento.
—¡Más arriba, Thiago! ¡Que se note que eres fuerte!—anima David.