ZOE
El sonido de mis tacones al golpear el mármol del lobby es la única banda sonora que necesito para sortear el fin del mundo. Me arrastro por el pasillo, llevando a cuestas mi bolso de diseñador (el que conseguí en un canje de redes, obvio, porque el que me podría comprar de verdad, todavía está en la lista de deseos) como si contuviera el peso de todos mis arrepentimientos y el traje de lentejuelas más maldito del planeta. Mis pies duelen, mi cabeza late, y mi alma se siente como un trapo estrujado después de la lavadora más agresiva de la historia.
Abro la puerta de mi apartamento, y la imagen que me recibe es la de Carolina, sentada en el sofá con una copa de vino en la mano y una sonrisa que me dice: "Sabía que volverías a casa con ganas de quemarlo todo".
—¡Zoe, cariño! ¡Mi heroína plateada! ¿Cómo te fue en el campo de batalla de la moda? —Su voz suena alegre, demasiado alegre.
Ya renuncié a la idea de reprocharme la opción de cambiar la cerradura.
Me desplomo en la silla más cercana, sintiendo que mis huesos se derriten. Me quito los tacones con un suspiro de alivio que suena más a gruñido.
—No me preguntes, Carolina. Simplemente… no me preguntes. Si alguien me pide que brille otra vez, le juro que le clavo una lentejuela en el ojo.
Carolina se ríe, ese tipo de risa que te irrita y te reconforta al mismo tiempo.
—¡Exagerada! ¡Vamos, no pudo ser tan malo! David me dijo que las fotos quedaron "brutales". ¡Que la "química" entre ustedes era "eléctrica"!
—¡¿Eléctrica?! ¡Claro que fue eléctrica! ¡Porque ese idiota casi me electrocuta con un cable y me dejó caer como un saco de patatas! ¡Y me arrancó un mechón de cabello! —Mi voz sube de volumen con cada palabra. Siento que la furia acumulada en la sesión de fotos está a punto de explotar.
—¡Calma, fiera! —Carolina levanta las manos en señal de rendición—. ¡Vamos, cuéntame! ¡Con detalles jugosos!
Le cuento todo. Desde el ridículo traje de lentejuelas que pica hasta el "accidente" en el que Thiago casi me tira al suelo, pasando por su intento fallido de besar mi mano y mi tos "espontánea". Cada palabra sale de mi boca como un chorro de lava.
—¡Y lo peor, Carolina! ¡Lo peor es que Pierre, el fotógrafo, estaba encantado! ¡Decía que la "tensión" era "pasión" y que la "espontaneidad" de la caída era "arte"! ¡Arte! ¡Arte es no romperse la columna vertebral por un idiota con ego de titanio!
Carolina me escucha con una mezcla de diversión y preocupación. Cuando termino, me mira seriamente.
—Zoe, sé que es difícil. Sé que Thiago es… Thiago. Pero esto es un trabajo. Y es un trabajo que necesitábamos como el aire.
—¡No puedo hacerlo, Carolina! —Las palabras salen de mi boca con la fuerza de un lamento—. No puedo fingir que lo amo. No puedo fingir que no quiero arrancarle la cabeza cada vez que lo miro. Su cara, su voz, su… su existencia me revuelve el estómago. Es como si el universo se riera de mí, obligándome a sonreír al lado del hombre que arruinó mi vida. Lo perdí todo por su culpa.
—¡Tú terminaste con él!
—Jamás quiso reconocer su error.
—Su error fue que lo llevaron arrastrado a una campaña de marketing con la que estaba ya comprometido.
—Esa fue la gota que rebalsó el vaso.
—Lo que había antes en ese vaso era responsabilidad de ambos.
—¿Y tú de qué lado estás?
Me pongo de pie, sintiendo la necesidad de caminar, de liberar la frustración que me quema por dentro.
—¡Me humilló, Carolina! ¡Me dejó en la ruina! ¡Y ahora tengo que hacer el papel de la ex enamorada que lo ha perdonado todo! ¡Es una burla! ¡Es un castigo!
Carolina se levanta y se acerca a mí, con una expresión de tristeza en el rostro.
—Lo sé, Zoe. Lo sé. Te lo juro que lo sé. Sé todo lo que pasaste. Y no hay día en que no me arrepienta de no haber podido hacer más por ti en ese momento.
Sus palabras me golpean. Sé que Carolina siempre ha sido mi roca. Mi escudo. Mi cómplice en cada desastre.
—Pero no puedo—insisto, sintiendo un nudo en la garganta—. No puedo mirarlo a los ojos y fingir que todo está bien. Ver sus escándalos con otras mujeres…no aguardó en absoluto para volver a meterse con otra tonta de redes sociales. No puedo volver a ese infierno. Estoy rota, Carolina. Y él… él sigue siendo el mismo. Igual de perfecto, igual de arrogante, igual de… dañino.
En ese instante, me vibra el móvil y echo un vistazo al mail que acabo de recibir. Miro el remitente. El nombre del hospital. No, no del hospital. De la Clínica de Salud Mental "Esperanza Dorada". El aire se me escapa de los pulmones. Es la clínica donde está internado mi padre.
Abro el mail con manos temblorosas. Los números saltan a mi vista. Las facturas. Los gastos de los últimos meses desde que todo se vino a pique. Un total que me hace sentir un mareo repentino. Es una suma exorbitante. Una suma que con mi cuenta bancaria actual, no podría pagar ni en diez años mientras mi vida siga el ritmo que trae.
Mis ojos se llenan de lágrimas, pero no son de rabia. Son de pánico. De desesperación.
Recuerdo a mi padre. Su enfermedad. La forma en que su mente se desvaneció, dejándome sola cuando yo era solo una niña. Él no me abandonó por voluntad propia, pero la sensación de soledad fue la misma. Recuerdo sus ojos, a veces perdidos, a veces con un brillo de lucidez que me desgarraba el alma. La prometí que nunca la dejaría, que la cuidaría. La prometí que no lo defraudaría, aunque las cosas con mi madre a día de hoy no vayan de lo mejor.
Aprieto el móvil en mi mano, arrugándola. Las palabras de Thiago, sus burlas, las lentejuelas que pican… todo se desvanece ante esta dura realidad. No es solo mi orgullo lo que está en juego. Es el futuro de mi madre. Es su cuidado, su bienestar.
Carolina, al ver mi expresión, se acerca y me abraza. Siente cómo mi cuerpo tiembla.
—¿Qué pasa, Zoe?—pregunta, su voz suave y llena de preocupación.