Cortemos (pero no del todo)

6. El show del café

THIAGO

El plan de marketing de la agencia es "genial" a criterio de los social media managers.

"Orgánico", lo llaman. "Auténtico".

Yo lo llamo "un circo armado para que Zoe y yo nos lancemos tazas de café mutuamente". La idea es que nos grabemos con los celulares, en plan influencers aesthetics, haciendo "cosas de pareja normal y enamorada". Hoy toca la cita casual en la cafetería. Mi entusiasmo está por los suelos, justo donde dejé mi dignidad después de la sesión de fotos con las lentejuelas. Esas fotos ya tienen fecha para salir, pero esta en particular será la bomba que detone todas las habladurías.

Llego a la cafetería "Miel de primera mano", un antro hipster con baristas tatuados y música indie deprimente. Zoe ya está sentada en una mesa, mirando su celular con la intensidad de quien está buscando un error fatal en el sistema operativo. Lleva una gorra de béisbol y unas gafas de sol gigantes, intentando pasar desapercibida. Fracaso total, porque la cámara de su celular ya está grabando en modo "selfie".

David, mi manager, me ha dado las instrucciones precisas: "Entra, sonríele como si hubieras ganado la lotería y la vieras por primera vez en años, pídele un café, y luego interactúen con ternura. ¡Que se vea real, Thiago!". Al mismo tiempo una cotilla pagada será quien tome a cargo la primera imagen del móvil que luego salga disparada a canales digitales de chimentos en línea.

Abro la puerta de la cafetería y pongo mi mejor sonrisa de "galán feliz". Zoe levanta la vista, y su sonrisa sale demasiado forzada, apenas un tic nervioso, es la respuesta más falsa que he visto desde la última campaña política donde se ganó un ballotage.

—¡Thiago!—dice, en voz alta para la cámara, forzando una dulzura que le hace doler la cara—. ¡Qué sorpresa!

—¡Zoe! ¡Mi amor!—respondo, con una voz que suena tan acaramelada que me da ganas de vomitar. Me acerco a la mesa, ignorando las arcadas de mi estómago.

Me siento frente a ella. El celular de Zoe nos graba a ambos, capturando cada milímetro de nuestra actuación estelar.

—¿Qué tal te fue con esa marca nueva, hermosa?—pregunto, con la voz más empalagosa que puedo. Siento que mi cara va a explotar por el esfuerzo.

—Fue hermosa, ahora me viene bien el plan de tomar un café… y editar una foto de un atardecer—dice ella, con la misma voz. Su mano, fuera del encuadre, aprieta la mía con la fuerza de un triturador de carne—. ¡Oh, mira, este atardecer es bastante tormentoso, nada mejor para un café de tarde justo cuando tú tienes también un ratito libre!

—¡Qué coincidencia! ¡Me encanta cuando el destino nos une así! —Miro a la cámara (o la chica cotilla que se supone debe ser la camarógrafa encubierta) y pongo mi mirada de "enamorado perdido". Por dentro, estoy pensando en todos los insultos que le diría a mi manger si la cámara no estuviera grabando.

Pedimos nuestros cafés. Zoe pide un latte con leche de avena y extra de canela. Yo pido un espresso doble, porque necesito cafeína, no una bebida que parezca un postre. La barista tatuada nos mira con una expresión de "estos dos son falsos hasta la médula". Y tiene toda la razón.

Mientras esperamos los cafés, intentamos simular una conversación romántica, cuando siento un puntapié darme en la espinilla.

—¡Ay! —protesto, fingiendo que la patada fue accidental y no un acto de agresión premeditada—. ¡Qué juguetona eres, mi ratoncita!

Zoe me lanza una mirada que podría derretir el acero. Por suerte, la cámara solo ve una sonrisa de complicidad.

Justo cuando los cafés llegan y estamos a punto de hacer el brindis más falso del universo, la puerta de la cafetería se abre de nuevo. Y ahí está.

Camila. La chica de la resaca. La "C". Con su pelo oscuro que ya no parece tan despeinado, y un atuendo que grita advertencias de PROBLEMAS. Me ve. Sus ojos se abren de par en par. Y luego, una sonrisa de depredador se dibuja en su rostro.

Mi corazón da un vuelco y cae por un precipicio. No. Esto no puede estar pasando.

Zoe también la ve. El celular, que nos está grabando, capta su confusión inicial.

Camila se acerca a nuestra mesa, con la decisión de un tren de carga. Mis ojos se cruzan con los suyos. No hay vuelta atrás.

—¡Thiago! ¡Mi amor!—exclama Camila, con una voz que es todo menos casual. Es una voz de reclamo. De posesión.

Mi sonrisa forzada se congela. Zoe, en su desesperación por mantener el "personaje" para la cámara, se tensa aún más.

—Camila… —murmuro, intentando sonar lo más indiferente posible.

Camila se planta junto a nuestra mesa. Sus ojos se clavan en Zoe, luego en mí, luego en el celular que sigue grabando. Su sonrisa se vuelve aún más grande.

—¡No sabía que vendrías a mi cafetería favorita con… tu… amiga! —dice, haciendo énfasis en la palabra "amiga" con un tono que seguramente querría gritarle Busconarobanovios.

Zoe levanta una ceja. Su sonrisa falsa se está resquebrajando.

—¿Disculpa?—dice Zoe, con un tono que ya no es dulce, sino gélido.

—Oh, ¿no te lo dijo Thiago? —Camila se vuelve hacia Zoe, con una inocencia fingida que me da escalofríos—. Esta es nuestra cafetería. Venimos aquí todo el tiempo. Es nuestro lugar. ¿Verdad, mi vida?

"Mi vida". La frase suena como una bofetada. Para Zoe. Y para mí.

El celular de Zoe sigue grabando. Su expresión es una obra maestra de la contención. Pero puedo ver el fuego en sus ojos.

—Camila, por favor—intento hablarle, pero mi voz suena como un susurro desesperado.

Pero Camila ya está en su salsa. Se inclina sobre la mesa, justo en el encuadre del celular de Zoe, y me da un beso en la mejilla. Un beso largo y sonoro.

—Te extrañé, mi Thiago—dice, con una voz que es pura miel envenenada.

La mano de Zoe, bajo la mesa, me pellizca con una furia silenciosa. Siento un dolor agudo, pero no puedo reaccionar. La cámara. La maldita cámara.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

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