Cortemos (pero no del todo)

8. Luces, cámara, ¡guerra!

ZOE

Dos horas después, estoy frente al espejo, vestida para la guerra. Para mi propia guerra personal y mediática. Lentes oscuros gigantes que cubren la mitad de mi cara, labios rojos explosivos que gritan que no estoy aquí para hacer amigos y un traje pantalón blanco impecable que dice "profesionalismo, pero con una navaja escondida". Carolina me observa como si yo fuera a casarme con mi propio enemigo y ella fuera mi madrina de honor, a punto de soltar una lagrimita.

—Perfecta —dice, asintiendo con la cabeza. —Solo recuerda: sonríe, respira y no insultes a nadie con micrófono en mano.

—Eso reduce mis opciones de diálogo al dos por ciento, Carolina. Eso es casi el silencio.

—Confía en mí. Si él habla, tú sonríes. Si Camila sonríe, tú ríes. Una risa corta y discreta, como si ella fuera un chiste viejo. Y si todo falla… finge que estás por lanzar una nueva línea de labiales que se llama Venganza Rojo Brillante.

—Perfecto. —Mi sonrisa se estira. —Mi nuevo hashtag será #ExPeroConEstilo o #LaQueRieUltimoSeMaquillaMejor.

Subimos al auto. El tráfico es infernal, pero el silencio en el coche es aún peor. En el trayecto, mi mente es un desfile de insultos creativos para Thiago y Camila, mezclados con flashbacks románticos que no pedí y que se sienten como cuchillos en mi estómago.

Recuerdo a Thiago riendo, con el pelo alborotado después de una noche de cine y pizzas baratas, antes de ser el magnate intocable que ahora es. Recuerdo cuando me miraba como si yo fuera su milagro favorito, el descubrimiento más grande de su vida. Recuerdo cuando sus manos rozaban mi piel y sentía que el universo se detenía. Y recuerdo también cuando dejó de hacerlo. Cuando sus ojos se volvieron distantes, sus palabras frías, y sus promesas, cenizas tras noches eternas de discusiones. Fin del flashback. Inicio de la furia volcánica.

El evento es en un hotel de lujo, de esos que huelen a dinero recién planchado, ambición y el miedo de los que no pueden pagarlo. Las cámaras se alinean en el pasillo como francotiradores mediáticos, listas para disparar.

Thiago ya está ahí. De traje gris impecable, con esa sonrisa ensayada que siempre me ha parecido una burla, y ese aire de Nada Me Afecta que siempre me ha dado ganas de afectarlo, pero físicamente.

Camila está a su lado. Rubia, resplandeciente, con un vestido que parece hecho de luces LED y mala intención.

Cuando entro, todos giran. Los flashes me dejan enceguecida, por un segundo siento que estoy en el cielo y mi alma se ha ido. Pero no, sigo aquí. Mi visión periférica capta a Thiago tensándose un segundo, apenas perceptible, y luego me dedica esa mirada que siempre parece una disculpa disfrazada de deseo. Una mirada que antes me desarmaba, ahora me pone en alerta máxima.

Me siento frente a él, en la silla que han dispuesto para mí. La mesa brilla. Él brilla. Camila brilla. Demasiado brillo para mi gusto.

Sonrío. Una sonrisa de profesional.
Él también. Una sonrisa de póker.
Camila sonríe más. Una sonrisa de ganadora de Miss Universo.
Yo sonrío todavía más. Una sonrisa de psicópata.
Y así, tres idiotas compitiendo en un concurso de ortodoncia emocional, mientras un montón de periodistas graban cada microexpresión.

El presentador, en su prime time, un tipo con voz de circo y un bronceado artificial, comienza con su discurso pomposo, tras hacer las presentaciones y los guiños publicitarios:

—Bueno, después de los rumores que han sacudido a la industria del entretenimiento y han mantenido a todos en vilo, todos queremos saber… ¿qué hay realmente entre ustedes?

Thiago toma el micrófono. Su voz es grave, serena, perfectamente controlada. Parece que ha ensayado esto mil veces frente al espejo.

—Camila y yo somos solo amigos —dice con la misma tranquilidad con la que anunciarías que el cielo es azul. Camila, a su lado, baja la mirada, fingiendo humildad y un toque de tristeza. El público la ama por eso. —Zoe y yo, como saben, compartimos un pasado hermoso y un presente profesional. Seguimos trabajando juntos y nos tenemos mucho cariño y respeto mutuo.

"Cariño". Qué palabra tan miserable. Tan vacía. Tan políticamente correcta. Cariño. Me dan ganas de vomitar. ¿Cariño? Como si lo nuestro hubiera sido un amor de colegio.

Mi turno. Tomo el micrófono en mano con la gracia de quien está por cometer homicidio en horario familiar. Siento el peso del metal en mi mano. Es mi arma.

—Thiago y yo compartimos un pasado hermoso, un presente profesional… y una cuenta bancaria que necesita reanimación, ya todos conocemos lo que sucedió en el pasado—digo, con una sonrisa que podría cortar vidrio. Los flashes se disparan. —Y respecto a Camila… me alegra que él siga inspirando a chicas con sueños… y con un extraordinario sentido de la oportunidad.

Risas ahogadas entre los periodistas. Algunos intentan contenerlas, otros simplemente no pueden. La cara de Camila es un poema. Un poema de tres estrofas: sorpresa, indignación y una sutil punzada de celos. Thiago me lanza una mirada que mezcla asombro, reproche y algo que parece… ¿orgullo? ¡Maldita sea! A veces siento que me admira cuando lo destruyo con elegancia. Lo odio.

La conferencia termina con aplausos tibios y titulares ardiendo en las pantallas de los celulares de los periodistas. Yo salgo primero, con la cabeza en alto, sintiendo el triunfo agridulce de haber dicho lo que quería, a mi manera.

Camila intenta acercarse, pero un asistente la intercepta con una diplomacia forzada. Thiago me sigue. En el pasillo, casi vacío, me alcanza.

—¿Podemos hablar? —dice en voz baja, su voz, ahora sin micrófono, suena más grave, más real.

Me detengo, pero no me volteo. Sigo mirando hacia adelante, como si mi vida dependiera de la dirección en la que camino.

—Claro. ¿Quieres que invite a la prensa también o prefieres hacerlo exclusivo para tu reality show personal?



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

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