THIAGO
La ciudad amanece como siempre: ruidosa, inquieta y con más cámaras que árboles. Y por cámaras no me refiero a seguridad pública. Me refiero a paparazzi. Reporteros. Influencers con micrófono propio. Gente con la autoestima tan alta que cree que su opinión es un comunicado oficial.
Salgo del edificio, traje oscuro, lentes de sol, café en mano, intentando parecer un hombre exitoso y no un desastre emocional con un buen perfume.
Apenas toco la vereda, los flashes empiezan.
—¡Thiago, ¿qué hay entre tú, Zoe y Camila?!
—¡¿Es cierto que regresaron con Zoe?!
—¡¿Es verdad que Camila te visitó anoche?!
—¡¿El triángulo es marketing, inversión o tragedia?!
No sé por qué la gente ama la palabra “triángulo”. Siempre suena a poliamor y matemáticas, dos cosas que nunca mezclo.
Me ajusto la chaqueta y continúo hacia el coche mientras mi seguridad abre paso.
—Sin comentarios—digo, como quien dice “buenos días”.
Pero claro, ellos escuchan: confirmación de todo.
Enciendo el teléfono en el asiento trasero del coche.
Ciento cincuenta mensajes.
Veinte de la prensa.
Doce de socios del club.
Tres de Camila.
Y uno de Zoe.
Bueno, en realidad no es un mensaje de Zoe.
Es una reacción: un pulgarcito arriba al mensaje donde anoche le dije “Fue un día difícil. Descansa.”
Me río. O algo parecido.
Porque un pulgar arriba de Zoe no es romántico.
Es un arma.
Es un “sí, recuerdo que existes, pero no creas que te quiero”.
La conozco.
Demasiado.
El coche arranca.
Tengo una reunión en el Club Atlético Tauron, una institución tan vieja como el tráfico de esta ciudad y tan rica como sus escándalos. Soy inversor mayoritario y consultor. Su imagen pública está pegada a la mía. Literalmente.
Y ahora mi imagen pública es…un desastre multicolor.
Mientras avanzamos entre bocinazos y aceras atestadas, saco el celular y escribo lo que llevo pensando toda la mañana:
“Necesitamos hablar. Hoy.”
Lo envío antes de racionalizarlo.
Antes de acobardarme.
Antes de recordar que Zoe probablemente me arranque la cabeza, la cocine y la use de centro en su mesa.
Guardo el teléfono en el bolsillo y respiro hondo.
Hoy va a ser un día largo y probablemente no sobreviva.
Llegamos al club.
El edificio es imponente, moderno, lleno de vidrio y acero. Como si alguien hubiera querido construir un templo para adorar al dinero… y al fútbol, en ese orden.
Los periodistas están apostados en la entrada.
No unos pocos.
Una pequeña multitud.
Los guardias hacen una barrera humana.
Atravieso los flashes con la elegancia de quien finge no estar al borde de un ataque de pánico.
Al entrar en la sala de juntas, me reciben seis directivos, todos con cara de funeral corporativo.
El presidente del club, un hombre calvo, ancho, con la sutileza de un camión de carga, me hace señas para que tome asiento.
—Thiago, tenemos que hablar.
Esa frase ya me tiene harto.
Si una persona más me dice “tenemos que hablar”, voy a construir un refugio antibombas en la montaña y desaparecer.
—¿Qué pasó ahora?—pregunto, ya sabiendo la respuesta.
El vicepresidente enciende la pantalla y aparece, en glorioso HD, un collage de titulares:
“TRIÁNGULO RIVAS-ZOE-CAMILA EXPLOTA EN LA CIUDAD”
“EL CLUB TAURON INVOLUCRADO INDIRECTAMENTE EN EL ESCÁNDALO”
“CAMILA TORRES: ‘Thiago sabe lo que quiere’”
“ZOE VALDÉS ROMPE EL SILENCIO CON UNA FRASE POLÉMICA”
“PATROCINADORES PREOCUPADOS”
Me llevo una mano a la cara.
Esto es peor de lo que imaginé.
—Thiago—dice el presidente—, lo que hagas en tu vida personal es asunto tuyo…
Traducción: pero ya lo hiciste público y ahora nos jodiste a todos.
— …pero tu imagen está directamente vinculada a la nuestra. Y ahora mismo estás generando volatilidad en patrocinios, en apuestas deportivas y en el mercado internacional.
—¿Qué quieren que haga?—pregunto, cruzando los brazos.
—Arreglarlo—dice otro.
—Con estrategia—dice un tercero.
—Con elegancia—dice uno más.
—Con inteligencia emocional—dice un cuarto, al que miro mal porque claramente no me conoce.
El presidente suspira.
—Mira, Thiago… después de analizarlo, creemos que lo mejor es que mantengas equilibrado tu vínculo con Zoe… y con Camila.
Lo miro tan fijo que podría tallar una grieta en la mesa.
—¿Qué estás diciendo?
—Que no te conviene perder a ninguna.
—¿Desde cuándo soy un harem?
—No se trata de eso—dice el director deportivo—. Se trata del impacto mediático. Camila te da exposición glamorosa, su imagen es el deseo actual de muchas marcas. Zoe, en cambio, te da exposición inteligente y narrativa, su imagen pública es de chica bella e inteligente, aunque no despampanante como Camila. Ambas te aportan a tu imagen pública…
—¡No estoy armando una campaña electoral!—respondo, perdiendo la paciencia.
—Lo estás haciendo—dice el presidente—, solo que no te diste cuenta.
Respiro hondo y me masajeo el puente de la nariz.
Me estoy transformando en un meme, lo sé.
—Thiago—insiste el presidente—, escucha. No estamos diciendo que salgas con las dos.
—¿Ah no? Porque suena exactamente a eso.
—Solo estamos diciendo que no puedes quedar mal con ninguna. A ojos del público, al menos.
—Esto es ridículo.
—Esto es negocio.
—No voy a fingir sentimientos.
—Ya lo estás haciendo.
Me quedo helado.
La frase me atraviesa como un cuchillo suave.
Él continúa:
—Tienes que manejar esto con diplomacia. O hundes la reputación del club.
—¿Quieres que quede bien con una mujer que está usando mi nombre para crecer?
—Sí.
—¿Y con la mujer a la que…?
Me detengo.
A la que…
¿qué?
No voy a decirlo delante de estos buitres.