Cortemos (pero no del todo)

11. El despertar

ZOE

Estoy acostada en la enorme cama de Thiago, y lo primero que veo es su brazo sobre mi cintura, muy confiado, muy firme, muy “hola, soy el trauma del que no puedes deshacerte”.

Genial. Comenzamos bien.

Intento moverme sin despertar nada. Ni a él, ni a su brazo, ni a mis sentimientos, ni a mis ganas de autodestruir mi propio corazón.

Lo peor es que no me acuerdo exactamente del final de la noche.

Bueno, sí me acuerdo. Pero mi cerebro decide darme la versión resumen para no gatillar una crisis existencial:
Besos.
Muchos besos.
Demasiados besos.

Él cargándome. Yo perdiendo dignidad. Él apoyándome contra la mesada. Yo olvidando mi nombre, mi patria, mi contraseña de WiFi.

Y después… ay diosito santo.

Respiro hondo. Muy hondo. Tanto que casi me hiperoxigeno.

El problema es que Thiago está demasiado cerca. Demasiado. Y durmiendo. Y hermoso. Y despreocupado. Y sin idea de que yo estoy teniendo un monólogo interno tan intenso que podría ganar un premio teatral.

Miro el techo. El techo mira de vuelta, en plan “¿Y ahora? ¿Qué idiotez vas a hacer?”

Buena pregunta.

Lo primero sería alejarme. Lo segundo sería no llorar. Lo tercero sería no besarlo otra vez, porque tengo claro que estamos en esas relaciones que te hacen perder cabello, estabilidad, hidratación y esperanza en la humanidad.

Me muevo lentamente para sacar su brazo de encima.
Error.
Thiago aprieta.

Ah, perfecto. Encima ahora aún cuando está dormido es posesivo. Qué lindo. Qué conveniente para mí, que claramente no sé manejar ni mis plantas, y ahora tengo que manejar a un hombre que en 24 horas es noticia mundial.

Intento liberar mi cintura con delicadeza quirúrgica. Él suspira y dice, entre sueños:

—No te vayas.

Dios. No, no, no. Estas cosas no se dicen. No así. No con esa voz ronca de recién despierto que debería ser ilegal en un país civilizado.

Me congelo. No respondo. No tengo cómo. Mi lengua está haciendo huelga. Mi cerebro está firmando un petitorio para renunciar a volver a usar el sentido común por una vez más.

Thiago mueve la cabeza, mete medio rostro en mi cuello y respira. Respira en mi piel. Mi espalda se arquea sola porque soy débil.

—Zoe—murmura dormido.

—¿Qué?—susurro, sabiendo perfectamente que no me oye.
—Te extraño.

Ok. Listo. Adiós. Me retiro emocionalmente del planeta. Estoy fuera. No existo. He dejado mi cuerpo y estoy flotando en dirección a Saturno.

Intento, por última vez, deslizarme fuera de su abrazo sabiendo que aún está dormido así que no debo creer en nada de lo que dice. Y cuando finalmente lo logro, me siento en la orilla de la cama, con el cabello hecho tormenta tropical y el corazón en huelga general.

Me levanto y camino hacia el baño. Me miro al espejo. Pareciera que una Zoe alternativa me observa desde el otro lado del cristal con vergüenza ajena.

—Muy bien, Zoe—me digo—. ¿Qué es lo que estás haciendo exactamente? ¿Dónde estás llevando tu vida? ¿A impactar de lleno contra un paredón de roca maciza?

Cierro los ojos. Me mojo la cara. Me digo que tengo que respirar, me digo que tengo que ordenar mi vida.

Y justo cuando estoy recuperando una mínima dignidad…

El celular suena.

Lo dejo sonar unos segundos porque claramente estoy ocupada colapsando.

Finalmente miro la pantalla donde hay notificaciones. Cuarenta y tres notificaciones. En menos de tres horas, o al menos en las últimas tres horas, ni sé cuántas más habrá para atrás.

Abro Instagram y puede que sea la peor idea de mi vida.

Titulares. Reels. Compilados. Memes. Análisis semióticos, astrología aplicada a mi crisis y un live en el que alguien dice que mi aura está “tensionada por un triángulo energético”.

Oh, Dios. Los fans.

Veo un hashtag nuevo: #TeamZoe
Bien. Lógico.

Otro hashtag: #TeamCamila
Claro. Los morbosos.

Y el peor de todos: #TeamLasDosParaThiago

¿QUÉ CARAJO ES ESTO?
¿Qué somos? ¿Una secta? ¿Una trieja formalmente constituida? ¿Una porción de pizza mitad muzzarella, mitad jamón y morrones?

Mi dedo tiembla. Abro las noticias del día y ahí está: Una foto en el momento exacto en que Thiago me mira en la conferencia con cara de “ven para acá que te mato, te beso o te cargo en brazos, no sé cuál, pero va a ser intenso”.

Los titulares son peores: “Zoe y Thiago se reencuentran: tensión y miradas con historia.” “Camila confirma reunión privada con Thiago y Zoe.” “Triángulo que beneficia a la imagen de todos en sus marcas representadas.”

Quiero morir.

Literalmente, quiero tirarme por la ventana y caer sobre una cama de gatos callejeros para que me adopten y yo pueda fingir que mi vida anterior no existió.

El sonido de pasos me saca del trance.

Thiago aparece en la puerta del baño, con el torso desnudo, con cara de dormido, con ese cuerpo construido por los dioses del fútbol y el crossfit más exigido.

Voy a denunciarlo. Debería ser ilegal lucir así a las ocho de la mañana.

— ¿Estás bien?—pregunta con la voz ronca esa que debería venir con alerta sanitaria.
—No.
—¿Qué pasó?
—EXISTO. Eso pasó.
— Ah.

Se acerca. Me observa como si pudiera oler mi ansiedad. Probablemente puede. Ese hombre detecta mis crisis antes de que yo las tenga.

—Ven aquí—dice y hace que mi mundo entero tambalee otra vez. ¿Me dejaré caer en los encantos de Thiago Rivas una vez más o esta vez podré resistirme a él y a sus jugarretas poliamorosas?—. Zoe—me espabila—. Ven.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

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