ZOE
Cuando el taxi me deja frente a mi edificio, siento que mi alma intenta salir de mi cuerpo como un fantasma japonés. Estoy cansada, escandalizada, semi enamorada, semi descompuesta, mal dormida, mal peinada, y encima, soy viral.
Todo esto antes de las once de la mañana.
Subo las escaleras como quien sube rumbo a la guillotina. Y mientras más cerca estoy del departamento, más recuerdo que dejé algo adentro.
Algo peligroso. Algo impredecible. Algo que vibra en otra dimensión.
A mi madre.
La mujer que solo aparece cuando necesita algo, o cuando siente “un llamado del universo”, o cuando se pelea con el vecino por el uso incorrecto de los chakras comunitarios.
Meto la llave en la cerradura con miedo real, del tipo que te hace pensar si no convendría vivir en un hotel por unos meses, y abro la puerta.
Huelo inmediatamente dos cosas: Sahumerio y CAOS.
El departamento está… ¿Cómo explicarlo? Como si hubiera pasado un monje tibetano con sobredosis de cafeína mezclado con un huracán categoría 5 de entusiasmo espiritual.
Mi madre está sentada en el suelo, rodeada de cuarzos gigantes, un péndulo colgando, un mantra de fondo en el celular, y un bol enorme de frutas cortadas que claramente no son para comer, sino “para ofrendar”.
—¡Hijaaaa de mi útero!—grita al verme, levantándose como un resorte.
—Dios.
—No, yo no soy Dios. Pero me ha hablado esta mañana. ¿Tú cómo estás?
Me froto la cara. Me niego a darle detalles. Mi madre no entiende la privacidad; ella cree que la vida es un podcast en vivo donde todo se comenta en voz alta y con metáforas cósmicas.
—Estoy bien —miento.
—Mentira. Tu aura está hecha un trapo mojado.
—Gracias, mamá.
—Y tienes un desequilibrio emocional en el chakra raíz.
—Claro. El clásico.
Mientras dejo mi bolso en la mesa, noto que ha movido TODO. Absolutamente todo.
El sofá está en diagonal. Las plantas están reunidas como en asamblea. Mis libros están ordenados por “vibración emocional del autor”. Mis almohadones han sido purificados. Mi salero… envuelto en una cinta roja contra la envidia.
Y mi gato, si tuviera uno, estaría corriendo gritando ayuda.
—¿Qué hiciste?—pregunto despacio.
—Reacomodé la energía del hogar, hija. Te hacía falta. Estaba todo denso, bloqueado, oscuro.
—Mamá… es mi casa.
—Pero tu energía circula MAL. Una madre lo siente.
—¿Y qué hiciste con la lámpara?
— La bañé en la luz del amanecer.
— ¡¿Qué significa eso?!
— La puse en el balcón.
— ¡Esa lámpara no es para exterior! ¡El sol la va a arruinar!
— Bueno, ahora lo es.
Quiero morirme. Literalmente, quiero caerme y fingir catalepsia.
Me acerco a la cocina. La nevera está llena de frascos etiquetados con rotulador:
No pregunto. No tengo fuerzas.
Mi madre se acerca con ojos brillantes, mezcla de emoción y conspiración cósmica.
— Zoe… he sentido algo muy fuerte hoy.
— Yo también. Náuseas.
— No. Algo más grande. Algo universal. Tu energía está girando. Estás cambiando. Hay un hombre.
— No vamos a hablar de eso.
— ¡Lo sabía!
— NO. No sabías nada.
— ¡Sí! ¡Lo sentí!
— ¡Mamá, no vamos a hablar de mi vida amorosa, por favor! Además, no es nada que no sepas por las redes sociales ya.
— Eso significa que está pasando algo.
— Significa que no quiero hablar.
— Significa que está caliente la vibra entre ambos.
Casi me ahogo con mi propia saliva.
— ¡No!
— ¡Sí!
— ¡Te lo prohíbo!
— No puedes prohibir la verdad energética, hija.
Tomo aire (o eso intento). No hay suficiente aire. Creo que necesitaré oxígeno extra.
Me acerco a la ventana para respirar, y ahí lo veo:
Un fotógrafo. Justo abajo. Apuntando a MI ventana.
Y entonces suena mi teléfono.
Mensaje de mi mejor amiga/manager:
“ZOE. HAY FOTOS DE TI. MUCHAS. TODAS. SALIENDO DEL APARTAMENTO DE THIAGO.”
Y antes de que pueda colapsar, suena otro mensaje.
“NECESITAS VENIR YA. ESTÁS EN TRENDING. TODO ESTÁ ARDIENDO.”
Mi madre nota mi cara y hace un ruido como cuando algo “le resuena energéticamente”.
— Te lo dije —dice con voz profética de telenovela—. Hay un hombre.
— ¡NO!
— Sí.
— ¡NO!
— ¿Es extranjero?
— ¡NO, MAMÁ!
— ¿Es él, verdad?
— ¡Por Dios!
— ¿Te abrió el chakra raíz? ¿Otra vez?
— ¡MAMÁAAAAAAAAA!
Ella hace un gesto dramático y se lleva la mano al pecho.
— Hijita… tu aura está DESPERTANDO.
— Mi aura está agotada.
— No, cariño. Tu aura está lubricándose.
Casi me desmayo.
— ¡NO SE DICE ESO!
— Yo lo digo. Yo lo siento por ti. Yo soy tu madre.
— ¡Pues deja de sentirme, por favor!
Me tiro en el sillón, derrotada. Ella se sienta a mi lado y me observa con esa mirada que mezcla amor verdadero con curiosidad por el chisme.
—¿Es el mismo que te arruinó la vida hace un tiempo atrás y ahora vuelve por revancha mediática?—susurra.
— No me arruinó nada.
— Entonces sí es.
— ¡NO!
Ella sonríe como si hubiera ganado una guerra espiritual.
Y justo entonces… suena el teléfono.
Lo agarro temblando porque sé quién es antes de ver el nombre. THIAGO.
Mi corazón literalmente intenta escapar por mi tráquea. Mi madre lo nota. Mi madre lo huele. Mi madre lo vibra.
— ES ÉL —dice, señalándome como si fuera un profeta en trance.
— MAMÁ, NO HABLES.
— ¿Puedo escuchar?
— NO PUEDES.
— Quiero sentir su energía vocal.
— ¡NO PUEDES SENTIR NADA!
— Hija, soy sensitiva con mi intuición.
— Eres invasiva con tu invasión.