Cortemos (pero no del todo)

14. Solo para las cámaras

THIAGO

Conduzco hacia el departamento de Zoe con la sensación exacta de un hombre que se dirige, voluntariamente, al desastre. Y no un desastre cualquiera. Uno brutal, mediático y posiblemente espiritual, si es que su madre sigue ahí (poco sé de ella, salvo lo que Zoe me comentó cuando estábamos antes en pareja, aunque no sé exactamente qué tan severa es la mala relación entre ellas). Y sé respecto porque se le escapó a Zoe anoche en un momento de debilidad.

Mis manos están aferradas al volante. Mi cabeza está llena de imágenes de ella. Mi teléfono vibra sin parar desde que aparecieron las fotos. Y lo peor es que yo no tengo tiempo para el caos que mis emociones han desatado.

No, hoy no.

Hoy tengo trabajo.

Bueno, trabajo disfrazado de romance. Romance disfrazado de marketing. Marketing disfrazado de “control de daños”. Y daño disfrazado de “lo que siento por Zoe”.

La marca principal del club —esa que paga medio estadio y tres plantillas de jugadores— está furiosa. Los patrocinadores quieren que “la pareja Zoe-Thiago” siga para sostener la narrativa emocional. La agencia de relaciones públicas quiere que aparezcamos juntos. Y el dueño del club quiere que deje de generar caos mediático que afecte las apuestas deportivas.

Traducción: Yo tengo que estar con Zoe… en público. Con sonrisas. Con armonía. Con química. Al menos hasta que lleguen a la conclusión de que Zoe o Camila, una de las dos, me conviene más que estar jugando a dos puntas, algo que Zoe no tolera, pero que Camila desea por su trascendencia pública. Realmente son dos personalidades muy diferentes una de la otra.

Acelero un poco más. Doblo en su calle y descubro que hay fotógrafos. Muchos. Suspiro.

Mi vida se volvió una obra de dominio público que yo no firmé.

Me bajo del coche. Los flashes empiezan. Mi seguridad se me acerca, pero yo los detengo.

—Estoy bien —digo.
Mentira.
No estoy bien.
Estoy a punto de ver a la mujer que me destruye emocionalmente y a su madre, que según Zoe puede leer el alma de las personas pero no paga sus cuentas a tiempo.

Subo las escaleras. Toco la puerta.

La escucho del otro lado. Zoe. Respirando agitada. Moviéndose. Diciendo algo en voz baja, probablemente “por favor que no sea él”, “por favor no me veas así”, o “universo, dame fuerzas para no besarlo”.

Y entonces… la puerta se abre.

No a la mitad. No un poco.

Se abre de par en par como si hubiera sido empujada por una fuerza sobrenatural.

La fuerza… es la madre de Zoe.

—¡BIENVENIDO, GUERRERO DE LUZ!—dice, con los brazos abiertos, el aura expandida y un sahumerio prendido en la mano.
—Ah… hola —logro responder antes de que me acerque demasiado.
— ¡TU ENERGÍA ESTÁ CARGADA, HIJO! —declara, tocándome el pecho como si fuera un televisor viejo al que quiere ajustar el sonido.
— Estoy… estresado —murmuro, porque mentirle a esta señora sería inútil.
— ¡LO SABÍA! ¡Lo supe desde que el universo me sacó de mi pueblo y me trajo aquí!
— Mamá, por favor —dice Zoe, arrastrándose desde la cocina como si hubiera corrido una maratón emocional.
— ¡No lo llames mamá cuando estoy canalizando! —responde ella, en tono dramático.
— Mamá —repite Zoe—, detente.

Yo no sé si reír o pedir un exorcismo.

Zoe está hermosa, desordenada, nerviosa, con el cabello recogido de cualquier manera y los labios un poco hinchados. Me mira sin mirarme. Me evita sin evitarme. Me mata sin querer matarme.

— Zoe —digo suave.
— Hola —responde ella, seca, como si estuviera conteniendo un volcán.
— Teníamos que hablar.
— Lo sé.
— Es importante.
— Lo sé.
— No sé por dónde empezar.
— Yo tampoco.

Y ahí, justo ahí, la madre aparece entre nosotros como una entidad mística interrumpiendo la tensión magnética más fuerte que he sentido en años.

—¿QUIEREN UN TE DE APERTURA AKÁSHIKA? —pregunta con una sonrisa tan amplia que me da miedo.
— ¡No! —gritamos los dos al mismo tiempo.
— Oh, están sincronizados —dice ella, suspirando, como si eso fuera señal de boda.

Zoe me toma del brazo discretamente.

— Ven. Hablemos en el balcón —murmura.
— Sí, por favor —respondo.

Nos vamos al balcón y cerramos la puerta. Pero no bloqueamos el sonido, así que la madre sigue siendo audible, lamentablemente. Vaya, Zoe iba en serio cuando me habló sobre ella, definitivamente no exageraba.

Zoe se apoya en la baranda. Yo me quedo de pie delante de ella.

Y por primera vez desde ayer, hablamos en serio.

— Thiago… —comienza ella—. ¿Qué está pasando?
— Mucho.
— Ya lo sé.
— Los patrocinadores quieren que sigamos… esto.
— ¿Esto qué? —pregunta, cruzándose de brazos.
— Esto: tú y yo.
— No hay un tú y yo.
— Para ellos, sí.
— Pues ellos no mandan en mi vida.
— No. Pero mandan en la campaña. Y también con la participación de Camila.

Ella suspira y saco el móvil, listo para develar el secreto:

Titulares ya preparados. Narrativa ya montada. Los hashtags dominando el mundo. Está todo listo para lanzar la bomba comercial más importante de esta “relación”.

Zoe se queda helada.

— Quieren que seamos… pareja…hasta bien se defina lo de Camila —digo.
— ¿Por cuánto tiempo? —susurra ella.
— Todo el lanzamiento de la campaña.
— ¿Un mes?
— Dos.
— ¿DOS MESES?
— Zoe…
— ¡THIAGO! ¡¡Dos meses!!
— Lo sé.
— ¡Mi madre está aquí! ¡Camila me odia! ¡La prensa me sigue! ¡Me estoy quedando sin shampoo porque mi madre lo usó para depurar el aura maligna que absorbieron sus cuencos tibetanos en mi apartamento! ¡NO PUEDO HACER ESTO!
— Puedes.
— ¡NO QUIERO!
— Yo tampoco.
— …

La palabra queda en el aire.

— Zoe —digo bajando la voz—, yo no quiero fingir contigo.
— Entonces no lo hagamos.
— Es trabajo.
— Lo sé.
— Pero no quiero que sea una farsa.



#391 en Novela romántica
#101 en Otros
#63 en Humor

En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.