THIAGO
El día que comienza nuestra “relación oficial para la campaña” debería venir con un instructivo, un manual de supervivencia o al menos un casco. Yo salgo de mi edificio sin casco, sin manual, sin plan. Solo con un café y un teléfono explotado a notificaciones como si la humanidad entera hubiera decidido despertarse pensando en mi vida.
Me recuesto en el asiento del coche, cierro los ojos e inhalo profundamente.
Hoy tengo reunión con mis agentes, la agencia global, el departamento de imagen del club, el director de comunicación, y dos personas más cuyo único propósito en la vida parece ser decirme que haga cosas que no quiero hacer.
Y, por supuesto, tengo que llegar tomado de la mano de Zoe. Porque eso, al parecer, vende. Puede ser una canallada en apariencia, pero me gusta que Zoe deba permanecer cerca de mí en estos momentos, muy a su pesar, muy a pesar de que ella lo necesita tanto como yo en el intento de volver a ella, pese a que en el pasado todo nos salió terriblemente mal. Es una segunda oportunidad dada por las fuerzas del cielo…o por las fuerzas del marketing.
Miro mi celular, recordando que debo retomar mi vida y me encuentro con un mensaje de mi agente de prensa. “Recuerda: llegada conjunta. Contacto visual. Sonrisa suave. No demasiado sexual. No demasiado amistosa. Equilibrio emocional. No seas tu mismo, mantén bajo control cada expresión.”
Me río solo. Si quieren que no sea yo, podrían contratar a un maniquí.
Zoe y yo habíamos acordado vernos en la entrada del hotel donde será la reunión. Un hotel lujoso, moderno, lleno de mármol y gente que vive convencida de que la calefacción central es un derecho humano.
Pero Zoe se retrasa. Cinco minutos. Diez. Quince.
Y cada minuto que pasa, empiezo a sentir esa inquietud que solo ella me provoca: mezcla de irritación, preocupación, ternura y ganas de golpearme la cabeza contra la pared para dejar de pensarla tanto.
Finalmente aparece.
La veo caminar desde el final de la cuadra. Lleva un abrigo largo, gafas de sol enormes y una cara de dormida que me mata de amor. Y sí, no debería pensar “me mata de amor”. Pero lo pienso. Y no puedo cambiarlo.
Viene con la caminata de alguien que ha sobrevivido a un apocalipsis doméstico (que en su caso se llama Mamá Mística).
Cuando llega hasta mí, apenas me mira.
—Hola —dice.
— Hola —respondo, intentando no sonreír demasiado.
— No dormí.
— Me imaginé.
— Mi madre hizo yoga a las cuatro de la mañana.
— ¿En tu habitación?
—No, pero sus mantras resonaban en todo el apartamento.
La tomo de la mano. Ella no protesta. Pero tampoco se derrite. Zoe nunca se derrite sin pelearlo antes.
Entramos al hotel, ahí nos esperan diez personas sentadas en un salón enorme. Trajes, laptops, gráficos, termos de café y caras tensas como si estuvieran ante el juicio final.
El director de comunicación se levanta.
— ¡Thiago! ¡Zoe! ¡Gracias por venir!
Traducción: Si no venían, los buscábamos con un helicóptero.
Los dos nos sentamos uno al lado del otro, como dos adolescentes castigados.
Mi agente toma la palabra. Y mi día comienza a arruinarse lentamente.
— Bien, chicos —dice, abriendo una carpeta gruesa—. Hicimos un análisis de impacto. Y necesitamos discutir la estrategia de imagen.
— Claro —respondo con voz profesional.
— Los números son… interesantes.
Me pasa una tablet.
En la pantalla aparece un gráfico brillante y enorme:
POPULARIDAD PÚBLICA - THIAGO + ZOE = 62%
POPULARIDAD PÚBLICA - THIAGO + CAMILA = 89%
Siento una chispa de rabia. O de miedo. O de celos que no quiero admitir.
Zoe baja la vista.
— Esto no refleja nada real —digo.
— No, claro que no —dice mi otro agente—. Pero refleja lo que vende.
— No estamos vendiendo una relación —respondo.
— Técnicamente sí —dice alguien más del fondo—. El club necesita estabilidad emocional de marca. Y el público interpreta tu regreso con Camila como “romance glam”.
Zoe aprieta los labios.
Yo aprieto la mandíbula.
Odio escuchar ese nombre.
Camila.
No por ella, sino por lo que representa: conveniencia, imagen, beneficio para otros.
Todo superficial.
Todo plástico.
Mi agente continúa:
—Thiago, mira esto—dice, pasando otra diapositiva—. Cuando apareces con Zoe, el público joven reacciona bien, o mejor dicho, reacciona menos. Pero cuando apareces con Camila… el engagement es casi el doble.
— No somos un algoritmo.
— No, pero el algoritmo paga.
— ¿Qué están sugiriendo?
— Que tal vez deberíamos considerar una estrategia dual.
— ¿Dual?
— Sí.
— ¿Qué significa eso?
— Que te muestres con Zoe en momentos orgánicos, cálidos, afectivos…
— ¿Y con Camila?
— En momentos glam, sociales, eventos de gala.
Zoe se ríe.
Un sonido breve, filoso, seco.
— ¿Perdón? —dice ella, incrédula—. ¿Thiago tendría dos personajes públicos? ¿Con dos mujeres distintas?
— No dos personajes —dice uno de los agentes—. Dos facetas.
— Es lo mismo —respondo.
— No si lo manejamos bien —insisten ellos—. Ustedes dos crean empatía. Pero Camila crea proyección aspiracional.
— Zoe no es un producto —digo.
— Zoe es influencer, ella decide serlo—responden
Miro a Zoe. Está rígida, contenida, herida de forma silenciosa, esa que casi nadie ve. Pero yo la veo. Siempre la veo.
— No pienso dividir mi vida en dos campañas distintas —digo firme.
— Thiago —dice mi agente, suavizando la voz—, esto es lo mejor para tu imagen.
— Mi imagen no me importa.
— Pues le importa a todos los que pagan tus contratos.
— No a mí.
— Pero sí a nosotros.
— Perfecto —digo, perdiendo la calma—. Entonces búsquense otro deportista.
— No seas dramático.
— No me digas dramático.
— Thiago…
— ¡No voy a usar dos mujeres para levantar números!