Cortemos (pero no del todo)

16. Acuerdo de vida o muerte o de parejas poliamorosas

ZOE

A veces pienso que toda mi vida es un ejercicio permanente de actuación. No la actuación linda, la de Hollywood, donde lloras con pestañas postizas e igualmente sigues siendo bellísima. No. La actuación de supervivencia, donde tenés que sonreír aunque el universo entero esté decidido a recordarte que no perteneces a ningún lugar.

Estoy saliendo del hotel con Thiago de la mano ahora mismo. La mano correcta, la sonrisa correcta, la postura correcta. Todo muy correcto. Hasta yo me siento insultada por mi propia correcstupidez.

Él me mira de reojo, como si quisiera meterse dentro de mis pensamientos y acomodarme desde adentro. Pero no puede. Nadie puede. Ni siquiera yo.

La calle está llena de cámaras. Gente expectante. Micrófonos y celulares en alto que parecen armas. Y ahí voy yo: Zoe, la chica que supuestamente “no rinde tanto como Camila”.

Una segunda opción envuelta en lindo maquillaje.

Thiago aprieta un poco más mi mano. Yo le devuelvo la presión. Pero no por cariño, es por intentar mantener algo de equilibrio mental; si lo suelto, creo que me desplomo.

— Respira —me dice muy suave, casi sin abrir la boca.

— Estoy respirando —miento.

El flashazo de la primera cámara me pega como un manotazo en la cara. Sonrío. Esa sonrisa que entrené para las redes: no tan amplia, no tan falsa, no tan viva.

Thiago baja la mirada hacia mí y me dedica una sonrisa… real. La detesto. Porque me recuerda exactamente por qué no puedo permitir que esto me vuelva a pasar.

Nos paramos frente a los periodistas.

— Thiago, ¿confirmado entonces? ¿Volvieron?
— ¿Es oficial?
— ¿Qué pasa con Camila?
— Zoe, ¿cómo te sientes siendo elegida para esta campaña en lugar de ella?

Ay, qué linda pregunta. Qué suave. Qué bien intencionada. La clase de pregunta que te arranca un pedazo de dignidad sin anestesia.

Thiago se adelanta, protector, como siempre.

— No hay “en lugar de” nadie —dice.

Y ahí es cuando me doy cuenta de que esto va a doler más de lo que pensé.

Cuando terminan los flashes y las sonrisas impostadas, nos suben a una camioneta negra. Privacidad, al fin.

Cierro la puerta de golpe. No lo hago a propósito, pero sale así, como un estallido involuntario.

Thiago se sienta frente a mí. Me mira. Yo miro por la ventana. “Mirar por la ventana” es mi idioma universal para no quiero hablar.

— Zoe… —dice él.

Dios.
No quiero escuchar mi nombre en esa voz.
No es justo.

— No empieces —respondo.

— No quiero que te sientas así.

— Pues aquí estamos —digo—. Sintiéndome así.

Silencio.

Puedo sentir su frustración.
Su culpa.
Su angustia.
Todo mezclado como un cóctel emocional mal servido.

— No estás compitiendo con Camila —insiste.

— ¿Y qué estoy haciendo entonces? —pregunto sin mirarlo—. ¿Actuando? ¿Haciendo de tu novia? ¿Siendo un accesorio de campaña?

Lo digo sin veneno, más bien me sale naturalmente con cansancio. Que es peor.

— No eres un accesorio —responde él, rápido, como si quisiera salvarme de mí misma.

— Bueno, entonces dime qué soy.

Thiago no contesta.

Y ahí está. La respuesta real. El silencio. Un silencio que conozco desde hace años. El silencio que aparece cada vez que él no sabe cómo amarme de verdad.

O cómo sostenerme. O cómo elegirnos.

Lo miro, finalmente.

Tiene esa cara de hombre que lo da todo en la cancha, pero se quiebra en lo emocional. Esa cara que conocí cuando los dos éramos demasiado jóvenes para saber cómo no destruirnos.

— Zoe… no quería que pasara así.

— Nunca quieres que pase así —respondo—. Pero siempre pasa.

Thiago se hunde contra el asiento.
Me mira como si buscara un punto débil.
Como si quisiera reescribir el pasado a fuerza de voluntad.

—Esta vez de verdad quiero hacerlo bien —dice.

Me río.
No porque sea gracioso, sino porque me fatiga.

—Thiago… no puedes hacer bien algo que está montado sobre una mentira.

Él abre la boca, pero se queda sin palabras. Y de pronto siento lástima. No debería, pero la siento, siento lástima de que esto .

Porque él es una mentira hermosa. Una de esas mentiras que casi parecen verdad. Y yo soy la idiota que siempre cae.

—Quiero ayudarte —dice.

—Perfecto —respondo—. Entonces haz tu parte. Haz lo que te piden. Haz fotos conmigo. Sonríe. Dime cosas lindas frente a cámara. Y cuando toque… muéstrate con Camila. Haz espectáculo. Tú eres bueno en eso.

Me duele decirlo. Él lo sabe. Yo lo sé. Mi cuerpo lo sabe mejor que nadie.

Thiago se inclina hacia adelante, apoya los codos sobre las rodillas, me mira fijo.

—No quiero a Camila.

—Pero la necesitan —digo con un encogimiento de hombros—. Y tú necesitas a la marca. Y yo necesito el contrato. Todos necesitamos algo. Qué hermoso mundo este, ¿no?

Thiago se pasa una mano por el pelo, frustrado.

—Zoe…

—No. No lo digas —lo interrumpo.

— ¿El qué?

— “Te extraño”.

Él traga saliva.

— ¿Cómo sabes…?

— Porque siempre haces la misma cara —respondo—. Y no estoy lista para escucharlo.

No estoy lista para escucharlo porque lo creo. Y el problema real no es si él me quiere. El problema es que no sé si puede sostenerme cuando el mundo se le venga encima.

Y el mundo ya empezó.

Llegamos al estudio donde harán las primeras fotos.

Todo es blanco, caro, brillante y perfectamente frío. Un quirófano emocional.

Me llevan a maquillaje. Me sientan en una silla con luces alrededor. La maquilladora me mira con cara de "uh, lloraste". Yo sonrío con cara de "sí, pero igual cobro por esto".

Mientras me ponen base y me levantan el párpado con más amor que mi exnovio, escucho voces en el pasillo.

Es ella. Camila.

La voz la conozco demasiado bien. Perfecta, modulada, dulce cuando quiere, filosa cuando conviene.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

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