THIAGO
Hay algo muy curioso en mi vida: Cada vez que intento arreglar un problema, el universo dice “¿Problema? ¡Toma tres más y un postre!”
Estoy en el auto rumbo al evento del club, mirando mi celular como si estuviera viendo una película de terror producida por mis propios agentes.
Titulares:
“Thiago nunca dejó a Camila”
“Zoe, la tercera en discordia”
“El triángulo amoroso más caro del país”
Perfecto. Hermoso. Mi imagen pública convertida en fanfic tóxico. Y lo peor no es lo que dicen de mí. Lo peor es lo que dicen de ella, de Zoe.
La ponen como la culpable. Como la roba-novios. Como la oportunista.
Zoe, que trabaja más que todos ellos juntos. Que se mata por su familia. Que necesita este contrato como si fuera oxígeno. Y aun así, la ensucian.
Siento un nudo en el estómago, pero no un nudo suave, no. Un nudo marinero, de esos que te atan a un barco que se está hundiendo.
—Señor Rivas—dice mi chofer desde el frente—, estamos llegando. ¿Quiere que entre por la puerta trasera?
—No —respondo—. Voy por la principal.
—Está lleno de periodistas —advierte.
—Mejor —digo.
No sé qué parte de mi cuerpo tomó esa decisión. Posiblemente el hígado, porque la razón no fue.
Me bajo del auto y el infierno audiovisual comienza.
—¡¡THIAGOOO!! ¿SIGUES CON CAMILAAA?
—¿ZOE TE USÓ?
—¿AMOR VERDADERO O ESTRATEGIA?
—¿QUÉ PASA ENTRE LAS DOS?
Me pongo las gafas de sol como si eso fuera a protegerme de la estupidez humana, pero claro que no funciona.
Camino hacia la entrada y veo un movimiento extraño a la izquierda.
Es ella. Y está caminando hacia mí rodeada de micrófonos, luces, y un aura de dignidad tan grande que me marea.
Dios mío.
Cómo puede verse tan hermosa incluso mientras el mundo entero la está apuñalando con hashtags.
Me acerco, impulsivamente. Demasiado impulsivamente. Mi equipo de seguridad entra en pánico inmediato.
—¡Señor Thiago, espere!
—¡No, no, no vaya!
—¡Esto no está en el guion!
Ya sé que no está en el guion.
Pero yo no funciono con guiones.
Por eso me odian tanto.
Cuando Zoe me ve, algo en su expresión cambia. No es alivio. No es alegría. Es una especie de: Ay, no, este idiota vino.
—Zoe… —susurro.
Ella respira hondo, tensa la mandíbula y me mira como si pudiera leerme la mente. Y no le gustaría el capítulo que está ahí adentro.
—No deberías estar aquí —dice.
—¿No debería? —respondo—. ¿Viste lo que están diciendo?
—Sí.
—¿Y vas a dejar que sigan mintiendo?
—¿Qué quieres que diga? —pregunta—. ¿Que tú y Camila no están juntos?
—¡No estamos juntos!
Zoe sonríe. No una sonrisa feliz. Una sonrisa de: claro, Thiago, y yo soy la Reina de Inglaterra.
—Las “fuentes internas del club” dicen otra cosa —responde con un encogimiento de hombros.
Quiero gritar. No a ella. Al universo.
Pero no es el momento.
Toda la prensa nos rodea. Micrófonos como lanzas. Cámaras como francotiradores de luz.
—Thiago —dice un periodista—, ¿confirmas que sigues con Camila? ¿Tu corazón siempre fue para ella?
Antes de pensar, antes de filtrar, antes de existir bien, digo:
—Mi corazón está…
Se me corta la voz. Porque estoy por decir una estupidez del nivel más alto. Estoy por decir la verdad.
Y la verdad es peligrosa.
Zoe me mira. Ella sabe lo que estoy por decir. Me mira como si me suplicara en silencio que no haga nada que nos destruya más.
Entonces cambio de dirección.
—…está enfocado en mi carrera.
Un desastre. Confieso que suena tan falso que hasta yo quiero abofetearme.
Los periodistas se abalanzan.
La gente grita.
Los flashes me queman la córnea.
Y ahí, en ese momento crítico, en el instante exacto en el que mi vida ya es un volcán en erupción…
Sucede.
La puerta del evento se abre.
Y aparece ella.
LA MADRE DE ZOE.
Con una túnica violeta, un collar de piedras enormes, un cuenco tibetano en la mano y un palo santo humeando como si viniera caminando desde Mordor.
—¡¡¡RETÍRENSE DE MI HIJITA!!! —grita.
Oh, perfecto. Maravilloso. Lo que necesitaba: un exorcismo público.
La gente se gira hacia ella como si fuera un Pokémon legendario apareciendo en medio de un partido.
—¡La prensa tiene un aura oscura! —proclama, mientras agita el palo santo en círculos tan grandes que casi le mete fuego al pelo a un periodista—. ¡Fuera! ¡Fuera energías negativas!
Yo me llevo la mano a la frente.
—Dios mío… —susurro.
Zoe cierra los ojos, derrotada.
—No. No puede ser. No puede. Mamá, ¿qué estás haciendo aquí?
—¡Sintiéndote! —dice su madre, acercándose con la intensidad espiritual de cinco gurús juntos—. ¡Sentí que tu aura estaba siendo atacada por seres de vibración baja! ¡Y vine a defenderte!
Los periodistas están fascinados.
Encantados.
Huelen el rating.
—Perdón, señora —dice un reportero—, ¿usted afirma que Zoe está siendo atacada espiritualmente?
—¡SÍ! —grita ella—. ¡LO CONFIRMO!
Perfecto.
Listo.
Se terminó mi vida.
Me retiro a un monasterio.
—Mamá —dice Zoe—, por favor, entra al edificio. Por favor.
—No sin decir mi verdad —dice la madre, elevando el cuenco tibetano—. ¡Thiago, hijo, ¿puedo sonar el cuenco para ti también?!
—No, gracias —digo.
Demasiado tarde. ¡PONNNNNNNNNNGGGGGGGGGGG!
El cuenco vibra como si estuviera convocando espíritus ancestrales o arruinándome el tímpano.
Zoe me mira, desesperada.
—No puedo creer esto —dice.
—Yo tampoco —respondo.
Pero no puedo reírme.
No puedo bromear.
No puedo ser el tipo gracioso.
Porque veo lo que Zoe no dice. La veo temblar, dolida, agotada, perdiendo terreno mientras el club con esta altanería la hace pedazos.