Cortemos (pero no del todo)

19. Un dato a favor

ZOE

Si alguien me hubiera dicho que mi vida iba a terminar en un baño público de un club de fútbol, llorando con los pensamientos en el slow y con mi madre intentando purificarme al otro lado de la puerta con un palo santo vencido… hubiera asumido que era una metáfora.

Pero no. Es literal. Muy literal.

Me encierro en el baño del evento como quien se refugia en un búnker antinuclear, cierro la puerta, apoyo mi frente contra el espejo y respiro como si estuviera intentando inflar un colchón inflable defectuoso.

Mis manos tiemblan. Mi voz tiembla. Mis pestañas tiemblan. Mi dignidad tiembla tan fuerte que casi se cae al piso y se quiebra en mil pedazos.

Todavía escucho afuera el eco del caos: Periodistas gritando, la voz impostada de Camila vendiendo poesía barata. Y Thiago… Thiago haciendo lo que no sé si hizo bien o mal: Defenderme. Contradecir al club. Interrumpir una narrativa que ya lo había proclamado novio nacional de alguien que no soy yo.

Mi celular vibra en mi cartera como si tuviera Parkinson espiritual.

No quiero mirarlo, pero miro igual.

“Te están destrozando en Twitter”
“Zoe, responde YA”
“Camila dio a entender que Thiago la ama”
“Hiciste bien en no hablar, pero ahora tienes que decir algo”
“¿Por qué estabas con él entonces?”
“Hola, Zoe, fuimos compañeras en primaria. Tu mamá salió en la tele, waooo, siempre supe que tenía aires de actriz.”

Cierro los ojos.

Mi madre…como si hubiera sido invocada por el mismísimo demonio del caos doméstico, escucho golpes en la puerta.

—¡¡HIJA!! ¡ABRE QUE TE ESTÁN ATACANDO LOS CHAKRAS!

No.
NO.
NO NO NO.

—Mamá, no puedes estar aquí —digo, sin abrir.

—¡Claro que sí! ¡Soy tu madre! ¡Mi misión es rescatarte!

—No estoy perdida —respondo.

—¡Tu aura estaba opaca, hija! ¡OPACA!

Respiro hondo y cuento hasta diez. Llego solamente hasta siete porque soy humana.

—Mamá, por favor, vete al lobby. Toma un jugo verde. Haz respiraciones. Lo que quieras. Pero déjame tranquila un minuto.

—No puedo dejar que sufras sola—dice.
Y juro que la escucho intentando abrir la puerta con una horquilla.

A esa mujer le darían un premio si el secuestro emocional fuera deporte olímpico.

—Mamá, me estoy arreglando el maquillaje —miento.

—¡Ah! Bueno. Pero no tardes. El universo está moviéndose intensamente a tu alrededor —dice, con tono de telenovela espiritual.

Se aleja. Al menos eso creo.

Yo me miro en el espejo: Estoy pálida, tengo los ojos rojos, el rimmel en modo “panda emo”. Me siento una mezcla entre actriz secundaria y víctima de documental triste.

Y encima, como si la vida quisiera compensar la miseria con un toque de humor negro…

La puerta del baño se abre. Porque alguien no sabe leer el cartel de “BAÑO MUJERES”.

Y ese alguien es: Thiago. Sí. Thiago. El hombre cuya existencia emocional desata tsunamis en mi estabilidad.

—Zoe—dice apenas entra.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, horrorizada.

Detrás de él, tres mujeres en fila para el baño lo miran como si hubiera entrado un dragón sexy en su santuario.

Thiago se pasa la mano por el pelo, nervioso. No suele estar nervioso. Lo cual me inquieta más.

—Necesito hablar contigo —dice.

—En el baño de mujeres. Perfecto. Gran elección.

—Me importa un bledo dónde sea.

Las señoras jadean. Una se abanica con la entrada del evento.

Thiago se acerca. Yo retrocedo. No quiero que me vea así. No quiero que me vea rota. No quiero que me vea con el corazón en modo gelatina derretida.

Pero él insiste.

—Zoe, escuchame…

—No quiero escucharte. Estoy ocupada—digo, señalando mi reflejo destruido—. Como puedes ver, estoy interpretando mi papel de víctima nacional.

Thiago suspira. Ese suspiro que siempre me desarma un poco.

—No sabía que el club armaría ese escándalo —dice.

—¿Y qué sabías? ¿Qué parte de la misa te contaron?

Él aprieta la mandíbula. Puedo ver que está furioso. No conmigo. Con ellos. Con Camila. Con el mundo. Con su vida entera.

—Te juro que no estoy con Camila —dice.

—Thiago…

—No estoy —repite, dando un paso más.

Yo retrocedo otro paso, pero ya estoy contra el lavabo. No tengo salida. No tengo escapatoria, estoy entre un mármol frío y un hombre que me partió el corazón dos veces.

Genial. Hermosa metáfora.

—La prensa dice otra cosa —respondo.

—La prensa dice lo que el club quiere que diga —contesta.

—¿Y tú qué quieres? —pregunto, en voz baja.

Él se queda en silencio. Y ese silencio me rasga algo por dentro.

—Quiero… que no te lastimen —dice finalmente.

Mi risa es amarga.

—Van tarde, Thiago. Ya lo hicieron.

Él aprieta los puños.

—Pensé que defendiendo la verdad iba a ayudarte.

—¿Qué verdad? ¿La tuya? ¿La de ellos? ¿La mía?

Thiago se desespera.

—¡La verdad de que yo no estoy con Camila!

—¡Pero tampoco estás conmigo!

El baño queda en silencio. Las señoras del pasillo dejan de respirar. Thiago me mira como si lo hubiera golpeado.

—Zoe…

—Y no pasa nada —digo, sintiendo cómo mis ojos empiezan a picar—. En serio. No tienes que estar conmigo. No estoy pidiendo eso. Solo… no quiero seguir siendo usada. Ni por ellos. Ni por ti. Ni por nadie.

Thiago traga saliva, respira hondo y me mira como si quisiera decirme algo enorme, monumental, definitivo.

Pero no lo dice. Porque él nunca lo dice cuando debe.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

—Tengo un papá internado y una larga lista de cuentas por cancelar—le digo—. No puedo perder este contrato. No puedo perder nada más.

Él me mira con un dolor que casi me destruye.

—Zoe, yo puedo ayudarte…

—No. No quiero salvadores —digo—. Quiero oportunidades. Y quiero respeto. Y quiero que dejen de destruir mi nombre para limpiar el tuyo.



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En el texto hay: comedia romantica, amor-odio, romcom

Editado: 24.11.2025

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