NARRADOR OMNISCIENTE
La ciudad amanece con un brillo extraño, una luz suave que parece anunciar que el caos, por primera vez en mucho tiempo, se está reorganizando. No es que la vida de Zoe Valdés haya vuelto a la normalidad —porque “normalidad” nunca fue una palabra asociada a ella—, pero al menos ya no camina con la sensación de que el mundo se le está derrumbando encima.
Al contrario. Hoy, las cosas comienzan a acomodarse.
Vamos por partes: primero la madre mística de Zoe y su purificación global.
El apartamento de Zoe huele a lavanda, palo santo, romero, cedrón, y algo que, según la madre de Zoe, es “aire cristalizado de luna nueva”.
Zoe entra y se tapa la nariz.
—Mamá… ¿encendiste todo lo que encontraste?
La mujer está de rodillas en el piso, rodeada de velas blancas y un péndulo que parece haber cumplido más horas laborales que un funcionario estatal.
—Hija, las energías tienen memoria. Y después del ataque mediático, aquí había un ecosistema tóxico.
Thiago, detrás de Zoe, hace fuerza para no reír. La madre lo mira. Él se endereza como si estuviera frente a una maestra de primaria.
—Tú —dice la mujer—. Tú ya estás mejor. Tus chakras estaban como perros en moto.
—¿Eso es bueno? —pregunta Thiago.
—No, pero ahora están más quietos.
Zoe sonríe resignada. La escena, por absurda que sea, tiene un encanto propio.
La madre se acerca, le acomoda los mechones rebeldes y le dice:
—Hija… ayer soñé con un río que se abría. Eso significa que vienen tiempos de abundancia.
—¿Para mí? —pregunta Zoe.
—Para todos —dice la mujer, mirando a Thiago como si hubiera aprobado un examen espiritual extremadamente difícil.
Thiago respira hondo.
La madre lo abraza.
Él se queda quieto como un árbol sorprendido.
Y, por primera vez, la presencia espiritual de la mujer no parece un caos, sino una bendición extraña, torpe, pero sincera.
Ese mismo día, Zoe vuelve a la clínica junto a Thiago.
El director los recibe con una sonrisa cordial. Sí, él en persona, porque parece ser que recibió la novedad de que una mega estrella de las redes sociales y un empresario deportivo tienen a un familiar internado en el lugar.
Aunque claro.
Él fue quien contactó alguna vez a Zoe para pedirle o exigirle que ponga al día los pagos pertinentes.
—Señorita Valdés, señor Thiago… tenemos buenas noticias. La cuenta fue abonada hace media hora.
Zoe lo mira a Thiago.
—¿Fuiste tú?
Thiago niega, sorprendiéndola.
—No. Yo te dije que quería ayudarte, pero quería que tú eligieras cómo.
El director se aclara la garganta.
—La fundación “Vidas que renacen” decidió cubrir los meses atrasados y garantizar los próximos dos años de tratamiento.
Zoe abre los ojos, atónita.
—¿Fundación? ¿Qué… quién…?
Thiago sonríe apenas.
—Alguien vio la entrevista que hiciste ayer. Dijo que tu historia lo conmovió.
—¿Quién?
—No quiso decir su nombre. Pero dejó una carta para ti.
Zoe toma el sobre. Lo abre.
“Para Zoe Valdés: Algunas batallas no se luchan solas. Gracias por recordar al mundo que la salud mental necesita voces valientes. Sigue adelante. Tu contrato con la agencia de Londres fue un éxito y salvaste mi vida desde mi tarea como tu manager, es hora de que sigas creciendo en las ligas mayores. Y no, no te estoy abandonando, solo laboralente. Siempre querré lo mejor para ti.”
—No puede ser que ella…
Zoe tiembla. Thiago la rodea con un brazo, muy suave.
Detrás, su padre aparece en el pasillo con un terapeuta.
Hoy está mejor. Mucho mejor.
Al verla, sonríe.
—Mi niña —dice él, y Zoe siente un nudo dulce en el pecho.
Zoe toma su mano, él la suya. La conexión está ahí, viva, suspendida, reconstruyéndose poco a poco, como una flor naciendo del concreto.
Thiago observa en silencio, con respeto. Y por primera vez, el padre lo mira con total lucidez.
—Cuídala —le dice el hombre.
Thiago asiente sin dudar.
—Siempre.
Zoe se acerca a su novio y le dice al oído:
—Recuérdame que al salir de este sitio debo hacerle un llamado a mi mejor amiga y ex manager.
—Bien, lo haré… Un momento, “ex” manager ¿eso dices?
—Luego te cuento.
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Camila intenta grabar un video de disculpas número treinta y cuatro. Su manager respira en una bolsa de papel. Bueno, al menos ahora tiene un manager.
—Camila, por favor, no llores más.
—¡No estoy llorando! Estoy hidratando mis ojos por dentro.
La cámara vuelve a grabar. Ella quiere explicar. Quiere justificarse. Quiere quedar como víctima.
Pero ya nadie le cree. Las marcas comenzaron a cancelar contratos. Los fans dejaron de compartir sus publicaciones. Los programas dejaron de invitarla.
En internet circula un nuevo meme:
“La caída de la estrella que nunca fue. Camila: edición documental.” Narrado por una voz que imita a Morgan Freeman.
Y ella, incapaz de soportar el silencio mediático, cierra el video diciendo:
—Pronto volveré con nuevos proyectos. Síganme en mis redes, no se van a arrepentir.
Los comentarios se llenan de:
“¿Cómo hago para desver este video?”
“Te mandamos luz (la vas a necesitar).”
“Dejá a Zoe en paz, reina caída. Haz tu propia carrera.”
Camila lee y siente el peso del karma digital.
Era cuestión de tiempo hasta que esto sucediera. Comienza a considerar el plan de abrirse una cuenta en una plataforma para adultos, quizá le quede como última opción.
***
La conferencia del club es caótica. Periodistas, flashes, tensión.
El presidente intenta justificarse:
—Hubo una confusión en la comunicación interna…
Un periodista levanta la mano:
—¿Confusión? ¿O manipulación para favorecer a Camila?