Cosas Pendientes

CAPÍTULO 7

Habían pasado cinco días desde la noche en que Basil se fue con los niños.

Lo peor, era que Eve aun podía recordarlo como si estuviera sucediendo de nuevo.

En ese momento, Basil no tardó ni diez minutos en recoger todo y acomodar a sus hijos en las sillitas. Después de tres días enteros con los niños, ella sabía que los dos rubios eran de sueño pesado... Así que se imaginó que ni siquiera se enteraron de la llegada de su padre o de la discusión de los adultos... Mucho menos de cuando Basil los subió al auto. Ella lo vio preparar todo a través de la ventana de la sala.

Notó a Basil llevarse una mano a un costado y quejarse cuando recogía unas cosas del suelo.

—Necesita ayuda. Quizá puedo...—susurró y su hermano negó.

—Vive a diez kilómetros de distancia, puede arreglárselas solo.—dijo el pelirrojo.—Y, antes de que te ofrezcas, no vas a ayudarle. Basil debe aprender a tratarte mejor. No sé qué mierdas pasaron entre ustedes antes... Pero no pienso permitir que siga tratándote como si tuvieras lepra. Está magullado por la pelea, necesita ayuda... Pero, por grosero, le va a tocar lamerse las heridas solo.—alegó y subió las escaleras hacia su habitación, dejándola totalmente sola en la sala.

Ray estaba furioso en ese momento, ella lo escuchó subir las escaleras con rapidez y luego cerrar la puerta de su habitación con fuerza.

Ella sabía que ellos odiaban pelearse. Eran muy cercanos.

Suspiró angustiada por la actitud de los dos hombres y regresó su mirada a la ventana.

Vio cómo Basil cerró el maletero y subió al auto.

Un minuto después, el auto se alejó y ella no pudo evitar soltar las lágrimas que había estado conteniendo... Había disfrutado mucho de la ilusión de tener su propia familia, pero ya todo se había acabado.

Todo se acabó, pensó saliendo de sus recuerdos.

Suspiró, observando el movimiento en la calle desde la ventana de la habitación que su hermano y cuñada le habían asignado.

Se sentía tan avergonzada de estar ahí; como si fuera una niñita asustada que corría a los brazos de sus padres... Sólo que no tenía padres ahora, y definitivamente no era una chiquilla.

Estaba en edad de ser madre, de tener una familia... La imagen de Elian y Eliana jugando con ella en la sala vino a su mente y sonrió con tristeza.

Sólo le quedaba atesorar esos días como un recuerdo valioso; como algo que no se iba a repetir, porque estaba segura de que Basil no le permitiría acercarse a los niños nunca más.

—Oh, ¿finalmente estás listo para disculparte por ser un imbécil con Eve?—preguntó Ray en voz alta y Evelynn sintió cómo su corazón se aceleraba.

Aunque, en realidad, la palabra “acelerado” no le hacía justicia a los latidos furiosos de amenazaban con romperle el tórax desde adentro.

Eve corrió hacia el pasillo, dispuesta a espiar la llamada de su hermano... Pero, para su sorpresa, lo encontró justo frente a la puerta de su habitación sosteniendo el teléfono contra su oreja.

—Ja, por supuesto que ibas a llamar sólo por ayuda... ¿Es tan difícil pedir una disculpa?—respondió de mal humor ante la respuesta de Basil.—Yo tampoco estoy para juegos.—agregó ante algo que el rubio le dijo.

—¿Lily? Ella no puede.—respondió y Eve escuchó a Basil hablar más alto, aunque no entendió sus palabras.—¡No puede porque yo lo digo, haberlo pensado antes de ser tan grosero!—rugió manteniéndose firme.

Eve se puso de puntitas, intentando pegar su oreja al otro lado del teléfono.

—Es urgente, Ray. Por favor.—Eve escuchó decir a Basil y su hermano la pilló en lo que hacía, así que se separó de ella.

—Dame treinta minutos. Veré qué puedo hacer.—respondió Ray y colgó.

—¿Qué pasó?— preguntó ella sonrojada, en ese momento ni siquiera le importó que su hermano descubriera lo curiosa que se ponía con cualquier cosa que tuviera que ver con Basil.

—Basil necesita ayuda con algo, y yo voy ayudarle a conseguir ayuda, pero las cosas van a hacer a mi manera.—dijo su hermano y ella lo miró con el ceño fruncido.

—¿De qué estás...?—comenzó a preguntar, pero Ray no le permitió seguir hablando.

Entró a la habitación de Eve y sacó la maleta que ella tenía debajo de la cama.

—¿Ray? ¿Qué estás haciendo?—preguntó nerviosa.

¿Acaso su hermano la iba a correr de la casa?

¡Ray jamás haría algo como eso!, se dijo ella misma para tranquilizarse.

—Necesito que empaques tus cosas… Quizá no todo, pero si lo más necesario.—dijo el pelirrojo y salió de la habitación de su hermana rápidamente.

—¿Qué estás haciendo, Ray?—repitió ella sintiéndose muy nerviosa.

—¡Sólo empaca!—respondió él desde la otra habitación.

Eve siguió las órdenes de su hermano con manos temblorosas, sintiendo en sus venas que se acercaba otro encuentro cara cara con Basil.




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