Cuida que tus palabras sean dulces y suaves, por si te las tienes que tragar.
Es casi inexistente en mis memorias la primera vez que mi madre me dijo esto...Tal vez fue a raíz de algo que dije para lastimarla defendiendo mi punto de vista y al final la vida me comprobó que ella tenía toda la razón. Eso es lo más probable.
Lo que sí tengo muy seguro es que fue a una corta edad, de esas veces que apenas conoces al mundo y la manera en la que los humanos nos empeñamos en manipularlo.
Podré no recordar cuales fueron las palabras exactas o el motivo de la discusión, pero recuerdo la sensación. Esa sensación de querer acabar con todo y escupirlo con las palabras más agrias al punto de querer desintegrar todo lo que toquen. Sí exacto, muy parecido a ya sabes quién.
Dicen que las circunstancias no se aprenden en cabeza ajena, pues bueno, es verdad. Aún recuerdo lo difícil que fue tragar aquellas palabras que en su momento escupí y cómo formaron un nudo en mi garganta por lo duras que fueron, provocando un molde de arrepentimiento eterno en mi corazón.
Desde entonces mi alma reconoció lo que era el remordimiento acompañado por una añoranza de arreglo inexistente, ya que la herida había sido marcada. Aquella sensación, me dije, no estaré dispuesta a volver a experimentar.
Por esa razón, agudicé mi sentido del análisis previo a cualquier sentimiento que el primer pensamiento en mi cabeza pudiera llegar a soltar.
No te voy a decir que no he caído en el mismo error a lo largo de los años, pero puedo asegurarte de que, si mi madre no me hubiera dicho esto en esa oportunidad tan marcada en mi vida, las palabras ásperas y agrias, hubieran sido mi único alimento hasta mi actual existencia.
Hoy soy yo quien te lo dice a ti:
Cuida que tus palabras sean dulces y suaves… por si te las tienes que tragar.
Así recordarás que el mundo adquiere el sabor que le quieras dar y la sutileza o suavidad, con la que desees tragar…tus sentimientos.
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Editado: 25.07.2018