No sé por qué no me gustaba mi madre de primer año...
La mayoría de las veces, los seres humanos recordamos a las personas por un lindo recuerdo, porque nos hacía bien estar a su lado; en cambio, hay otras veces que los recuerdos no son tan buenos.
Voy a confesar algo que nunca mencioné a nadie, ni siquiera a mis padres. Susana, la maestra de primer año; no la recuerdo de forma alegre. No sé si era por su forma de ser, rígida, intransigente o por su fisonomía física, alta, morocha y labios pintados de color rojo.
En mi mente, hay una escena muy particular: era un día de incesante lluvia, mi hermana y yo éramos las únicas alumnas que habíamos asistido ese día a clases. En el camino, nos encontramos un pichón de pato silvestre y papá nos permitió llevarlo a la escuela. Hicimos una observación en clase, sentándonos todos alrededor del inofensivo patito, con la maestra sentada en una silla. Luego, lo cubrimos con un trozo de tela para que estuviera más calentito.
A la salida de la escuela, nos lo llevamos para casa porque seguía lloviendo. Papá nos permitió que esa noche quedara cerca de la cocina a leña, pero cuando saliera el sol debíamos llevarlo al lugar donde lo encontramos para devolvérselo a su madre.
Así fue como al día siguiente, la lluvia había cesado dando paso al sol. Lo llevamos y allí estaba, efectivamente su familia .
Es evidente, que con ese recuerdo que tengo de la maestra Susana, no significa que deba guardar un mal recuerdo de ella: Pero es mi mente, la que así lo atesora.