Si bien mi familia, por parte de padre era grande, uno siempre tiene más afinidad por unas personas más que por otras. Fue así mi caso, Desde niños, todos los primeros de años nos reuníamos con la familia del tío Coco, era un año en su casa y al año siguiente, en su casa.
Lo pasábamos genial, pues era el momento de reunión más esperado. Era el inicio de un nuevo año con las esperanzas que ello conllevaba. Era la reunión con los primos bandidos que teníamos, que siempre estaban inventando qué diablura hacer.
Los cuentos de mi tío Coco eran infinitos. Recuerdo dos de ellos: el primero fue cuando mataron una gallina entre mis dos primos, porque querían ver el color de los ojos y el segundo, cuando le hicieron una damajuana de 10 litros de vino, un agujero en el corcho. De esa manera, iban tomando el vino de a poco sin que mi tío se diera cuenta.
Cuando escuchábamos esas anécdotas, nos sorprendíamos de las bandidiadas que hacía, cómo podían ser tan ocurrentes. Por eso fuimos las familiares más cercanas, Mi madre cocinaba pasteles fritos con dulce de membrillo y llevaba para comer, porque eran los preferidos de mi tío.
Esos primeros de años lo hicimos durante muchos años, más de diez seguro. Yo también compartía mi viaje en bus al liceo con mi primo Mauricio, por lo que éramos más allegados también.