Cuando ingresamos a la escuela, llegó un auto con un señor de traje color azul. Ni la directora ni yo sabíamos quién era. Caminó hacia la puerta de la escuela y golpeó las manos. Todos quedamos en silencio, al ver la cara de ese señor tan serio.
La directora salió a recibirlo; venía con varios libros abajo del brazo. Era un vendedor de libros, esos vendedores que un maestro recién recibido aprovecha para comprarle libros de textos que prometen la magia de enseñarle actividades novedades a los niños.
Cuando entró a mi clase, uno de los niños le dijo que era muy serio, que un vendedor de libros debía ser simpático para que le compraran libros. Lo miré de tal manera al niño, para que entendiera que no debía seguir hablando.
El vendedor lo miró de forma simpática, pero estoy segura que por dentro deseaba que ese niño no hubiese dicho nada. Me mostró algunos libros, y luego de comprarle uno, se retiró del salón, despidiéndose de los niños con una adivinanza: "¿Cuál es la fruta que se ríe por todo"?
Eso dio pie para que todos comenzaran a dar su opinión, lo que llevó a que por el resto de la media jornada los niños formaran grupos para inventar adivinanzas. Al fin de cuentas, aquel vendedor de libros terminó siendo un personaje importante que pasó por visita en la escuela.
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