Para llegar a la escuela dónde elegí efectividad, el ómnibus me dejaba en el peaje Santa Lucía y debía caminar dos kilómetros hacia adentro, para poder llegar a mi escuela. A veces, esperaba y entraba caminando con mi compañera Margarita; pero la mayoría de las veces lo hacía sola.
Ese caminar hasta la escuela, era toda una aventura. En el verano, era fácil porque ya había amanecido. Pero, en el invierno, se hacía más difícil porque había poca luz y en días de lluvia o neblina se dificultaba.
Debía pasar por un arroyito, entorno al cual se reunían algunos muchachos que consumían drogas. Yo estaba tan acostumbrada a ellos, que todos los días nos dábamos los "Buenos días" y me decían que estaba fresquita la mañana.
Al llegar a la escuela, 7 hs de la mañana, me preparaba el mate y me sentaba a tomar, hasta las 8 hs que era la hora de ingreso de los estudiantes. Allí, trabajábamos doce maestros en cada turno y varios lo hacíamos en doble turno, por lo que ya éramos "figuritas repetidas" en la escuela.
Al mediodía, nos reuníamos a almorzar en la sala de maestros, y era la hora de descanso que teníamos los que hacíamos el doble turno. Además, iban llegando los que trabajaban en el turno vespertino, por lo que era el momento de encuentro de todos.
Había una secretaria, Susana, un personaje de la escuela, que hacía muchos años trabajaba allí. Ella era la ocurrente del grupo, pues todos los días se le ocurría algo distinto, para entrar a las clases y hacer reírnos a todos: nariz de payaso, pelucas, matracas, pitos, todos eran implementos que tenía en su lugar de trabajo para dar una vuelta por los salones para salir de la rutina y hacernos reír a todos.
Recuerdo, que una vez fue a un remate y compré un paquete con treinta polleras acampanadas para todos: maestras, maestros, profesores, etc, Según ella, era el nuevo uniforme a utilizar por orden suya. ¡Qué manera de divertirnos!
Un sábado por mes, debíamos ir en el turno matutino, a realizar sala de coordinación, por lo que ese fin de semana de descanso se veía reducido. Pero, nos fuimos acostumbrando a medida que comprendimos que no éramos los únicos que pasábamos por eso, sino que éramos todos.
Fueron tres años felices en aquella escuela, Escuela N° 96, que llevaré por siempre en mi corazón. Quizás la vida, o el destino, me permita alguna vez volver a trabajar en ella. Sería la forma de recordar el hermoso tiempo vivido allí.