En cada escuela siempre hay personas que son inolvidables por determinadas características: su caracter, sus chistes, su humildad, su ejemplo, etc. Pero también están esas personas que te sorprenden por sus acciones.
Una tarde de lluvia, una de las maestras mandó por las clases a uno de sus alumnos con un papel: "¿Quieren comer tortas fritas al recreo? Si quieren, se ponen $ 20 por persona para comprar los ingredientes." Por supuesto, que mi respuesta y la de todos mis compañeros fue afirmativa, pues hacía mucho frío y la tarde se prestaba para comer unas ricas tortas fritas.
Así fue que cuando tocó el timbre del recreo, los niños quedaron en el salón mirando una película y los maestros nos dirigimos a la sala de maestros dónde había una bandeja llena de tortas fritas.
Para nuestra sorpresa, la secretaria había preparado una taza de chocolate calentito para cada uno de nosotros para acompañar las tortas fritas. Es que realmente, estaba muy frío y los que viajábamos aún teníamos varias horas antes de llegar a nuestra casa.
Esa media hora de recreo pasó rapidísimo y observamos a nuestros alumnos cada ratito para ver si estaba todo tranquilo, pero ellos estaban tranquilos mirando la película y comiendo su merienda.
Al regresar a la clase, uno de ellos me preguntó "¿estaban ricas las tortas fritas"? Lo miré y le pregunté cómo sabía que había comido tortas fritas. Me respondió que tenía olor a tortas fritas, por lo que ahí entendí que llevaría ese olor durante todo el viaje de regreso en el bus.
Pero ¡qué importaba! Lo importante era que me había sacado el frío que tenía y que mi viaje de regreso sería un poco más placentero, aunque los pasajeros no estuvieran de acuerdo con el olor de tortas fritas que llevaba impregnado en mi ropa.
Gran sorpresa fue cuando subí al bus, y el guarda me pregunta: ¿No hay tortas fritas para nosotros? Ahí solté la risa y respondí: -Para la próxima prometo traerles.