Sentada en el escritorio, veo a mis alumnos realizar un escrito. Todos entusiasmados en su hoja mirando el trabajo a realizar. La clasificación de oraciones les ha resultado atractiva y hoy es el momento de evaluar lo trabajado en clase.
Pero observo a un alumno que no está trabajando, está mirando hacia afuera. Me acerco a él y le pregunto qué le sucede. Me responde que no quiere realizar la actividad porque está pensando en un problema que tiene.
De acuerdo a lo escuchado, le solicito que vaya conmigo a la Dirección. Allí le pido que me cuente qué le está sucediendo. Me manifiesta que sus padres le contaron que deben mudarse e irse a otra ciudad. Eso le imposibilita seguir asistiendo a esta escuela y seguir viendo a sus compañeros de clase.
Con esa información, me aclaró la situación. Sinceramente no tenía palabras para decirle porque la realidad de ese chico no tenía solución. No dependía de él ni de la institución. Su familia debía irse por motivos laborales y eso no tenía solución.
Le animé para que realizara la actividad porque de esa manera le llevaría una buena nota en sus calificaciones, lo que le permitiría ingresar a otra institución con buenas calificaciones lo que causaría una buena impresión en los demás.
Se sintió animado, por lo que realizó el escrito y luego te contestó a sus compañeros lo que estaban sucediendo. Sus compañeros lo animaron diciéndole que cuando se fuera, podían seguir escribiéndose por whatapps, Instagram, etc.
De pronto, me quedé pensando: cuando no existía este tipo de tecnología y un compañero se mudaba hacia otro lugar, perdíamos la comunicación. En ocasiones, podíamos mantener comunicacón a través de cartas, que demoraban semanas y/o meses en llegar. Ahora, la comunicación a distancia ha mejorado mucho; pero se ha perdido la comunicación frente a frente entre personas.