Cosas que pensé antes de sanar

Capítulo 1 – Lo que nadie dice

Hay un universo entero de cosas que nadie dice. Porque da vergüenza. Porque nos enseñaron a callarlo. Porque creemos que nadie más lo sentiría o que no pueden comprenderlo en su totalidad. Entonces, lo guardamos. Lo empujamos hacia adentro, como si esconderlo lo hiciera desaparecer. Este capítulo está dedicado a eso. A lo que se siente en silencio. A lo que late en el fondo del pecho, cuando la noche cae, cuando el mundo parece seguir adelante sin nosotros.

¿Qué cosas no se dicen? Que a veces te sentís solo incluso rodeado de gente, el miedo de no ser suficiente para nadie. Que hay días en los que se anhela desaparecer un rato, pero no se expresa por temor a parecer dramático. La existencia de amistades que duelen, pero se prefiere callar para no perderlas. Que cuando ves que alguien sigue con su vida sin vos, una parte en tu interior se corrompe profundamente, aunque actúes como si nada.

Nadie dice que hay amores que se terminan sin que haya odio, pero con un duelo que igual pesa. Nadie dice que extrañar a alguien que sigue vivo, pero ya no es parte de tu vida, duele más que cualquier despedida formal.

A veces la causa de nuestras cicatrices internas no es lo que vivimos, sino lo que no fuimos capaces de hablar. Las palabras que nos tragamos. Las lágrimas que no dejamos caer.

Este capítulo no busca darte una solución. No hay fórmulas para lo no dicho. Pero sí quiere darte algo importante: compañía. Porque leer que alguien más también lo sintió, aunque sea distinto, aunque no sea igual a tu historia… puede aliviar. Puede hacerte sentir menos solo. Si alguna de estas páginas te hace sentir reconocida, si aunque sea una línea te reconforta un poquito, entonces este capítulo ya cumplió su propósito.

El miedo a no ser suficiente

Hay un miedo que no grita, pero vive con nosotros. Se sienta en la mesa, se mete en la piel, respira bajito pero constante. El miedo a no ser suficiente. No lo decimos en voz alta, porque suena inseguro, infantil, débil. Pero está ahí, todo el tiempo. En los “¿y si no les gusto?”, en los “seguro encuentran a alguien mejor”, en los “no soy tan buena como parece”. Es un miedo que no se activa solo cuando fallamos, sino también cuando hacemos las cosas bien. Cuando alguien nos quiere de verdad, cuando nos felicitan, cuando nos eligen. Porque una parte de nosotros no termina de creerlo. Como si no lo mereciéramos. Como si fuera cuestión de tiempo para que se den cuenta de que no éramos tan especiales. A veces no se trata de no confiar en los demás, se trata de no confiar en nosotros mismos. Pensamos que para que nos quieran, tenemos que demostrar algo constantemente: ser más lindos, más interesantes, más productivos, más felices. Y si no nos esforzamos en tener aprobación, dejaremos de ser dignos de amor. Eso agota, vivir tratando de ser “suficiente” según los ojos de otros, es olvidarse de mirarse a uno mismo. Ojalá un día entendamos que no somos merecedores del amor como si este se tratara un premio. Que no tenemos que hacer más, ser más, fingir más. Ojalá un día nos alcance con ser lo que somos. Sin pruebas, sin máscaras. Porque el miedo a no ser suficiente se calma cuando alguien —aunque sea uno mismo— dice: así, como estás, ya valés.

En este contexto me gustaría hablar sobre mi experiencia respecto al tema para lograr ponerle un cuerpo y corazón a una emoción que muchas personas sienten y no saben cómo nombrar.

Cuando querés ser todo, pero temes no ser nada; siempre fui exigente conmigo, demasiado. No porque alguien me presionara. No porque me exigieran desde afuera. La presión más fuerte venía de mí. Tenía expectativas tan altas que, si no llegaba a ellas, sentía que me fallaba como persona. Equivocarme no era simplemente un error: era una catástrofe emocional, un fracaso existencial. Era como si cada tropiezo pusiera en duda todo lo que era, como si cada paso en falso me borrara un poco de la idea impecable que buscaba adoptar. Vivía estresada, ansiosa, con una angustia silenciosa que se disfrazaba de perfección. Me mataba por dar siempre lo mejor, por hacer todo bien, por ser impecable, fuerte y brillante. No para que me aplaudan, no para encajar. Lo hacía porque creía que, si no era todo eso, entonces no era nada. Y ahí estaba el miedo más profundo: no ser nadie.
Ese miedo me perseguía. Me empujaba a querer ser alguien en la vida. A dejar una marca, a destacar, a no pasar desapercibida para mi propia mente. Pero un día, con un profundo pesar, responsable de incontables noches de insomnio me hice una pregunta que todavía me ronda la cabeza:
¿Qué es ser alguien en la vida? ¿Es tener éxito? ¿Un título? ¿Dinero? ¿Reconocimiento? ¿Es cumplir expectativas ajenas? ¿Ganar admiración? ¿Llegar primero? ¿O es poder vivir en paz con lo que uno es, sin tener que demostrarlo todo el tiempo?

Tal vez ser alguien no tiene que ver con ser perfecto, ni con sobresalir.
Ser alguien puede ser mirarte al espejo y sentir que estás viviendo de verdad. Aunque a veces te equivoques, aunque no seas lo que otros esperaban, aunque no seas “todo”. Tal vez ser alguien empieza cuando dejás de correr detrás de una versión imposible de vos misma y empezás a abrazar a la que sos ahora. Con miedo, con fallas, con dudas. Pero también con luz.

¿Qué significa “no ser nadie”? Usamos esa frase como si fuera una condena. “No soy nadie.”
Y la decimos en voz baja, o en medio de una crisis cuando sentimos que el mundo nos pasa por encima sin siquiera mirarnos. Pero, ¿qué significa realmente “no ser nadie”? ¿No ser famoso? ¿No destacar en nada? ¿No tener un título? ¿No cumplir las metas que otros ya alcanzaron? ¿No ser el orgullo de alguien? ¿No tener la vida resuelta a cierta edad? Parece que ser “alguien” estuviera atado a una lista de logros que si no los cumplimos, entonces no valemos. Como si el valor estuviera en el resultado y no en la existencia. Si ser invisible para otros significara no tener un lugar en el mundo. Pero si me lo preguntas, para mi, esa idea es una trampa. Porque nadie puede medir lo que vale una persona desde afuera. Hay personas que parecen “ser alguien” en todos los sentidos… y aún así se sienten vacías.
Y también hay personas silenciosas, discretas, que nunca brillan a los ojos del mundo, pero transforman la vida de quienes las rodean. No ser nadie, en realidad, no existe.
Sos alguien cada vez que abrazas, cada vez que cuidás, cada vez que pensás en los demás, que amás con sinceridad, cuando te levantás aunque estés rota por dentro.
Sos alguien cuando sobrevivís a días grises. Incluso cuando sanás heridas que nadie vio.
Sos alguien aunque no te aplaudan, no te noten, o no te nombren. Deberíamos dejar esa mala práctica de pensar que el valor de una persona se mide en aplausos, en logros, en reconocimiento. Empecemos a entender que ser alguien no es llegar más lejos, sino estar más cerca de uno mismo.




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